Bergoglio
fue acusado de hereje, por sus dichos y por sus actitudes. Este es el
eje central de la disputa entre la Revolución Vaticana y el resto de
la catolicidad. Por aquí pasa todo.
Ante
la acusación de herejía, Bergoglio tenía tres opciones:
a.
Reconocer el error y corregir su actitud.
b.
Defenderse abiertamente de la acusación y demostrar que no es
así. Una actitud de neta parresia, como él dice.
c.
Hacerse el tonto y tachar luego a los acusadores de pecadores
impenitentes.
¿Qué
hizo “el santo padre”?
Desechó
la opción primera. ¿Cómo “un santo padre” encarnación del
Espíritu puede reconocer su error y cambiar su actitud
herética? Bergoglio se mantiene como un jesuita terco en sus
propias opiniones, a veces ciertas, a veces heréticas, pues dice en su
Gaudete et exsultate:
Por
la misma razón, en Evangelii gaudium quise concluir con una
espiritualidad de la misión, en Laudato si’ con una espiritualidad
ecológica y en Amoris laetitia con una espiritualidad de la vida
familiar. (28)
Para
la segunda opción se necesita saber dialogar. Esta actitud es
imposible en él. Es un jesuita ignorante, ignorante por dialéctico, e incapaz de salir al ruedo y confundir al adversario. Bergoglio no
dialoga, solo sabe imponer.
Por
consiguiente de las tres, empleó la tercera, es la que usan
todos los clérigos, pues parece que todos fueron formados con el
mismo molde, sobretodo los jesuitas.
¿Cómo
actúan?
Primero
se hacen los que no saben nada. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? Es la
típica actitud clerical de un primer momento, es para ganar tiempo.
Luego
rumian lentamente la respuesta y por último, la arrojan al fiel en
general con toda saña, la que ahora llaman misericordia: es
en este caso el Gaudete et exsultate.
El
juego es claro. Bergoglio es acusado de hereje, y él les
responde: Lo que pasa es que ustedes no caminan por la santidad; en
definitiva, ustedes son unos pecadores, ¿de qué herejía me pueden
acusar si ustedes son los herejes? El caso es que ustedes son unos gnósticos, pelagianos o
semipelagianos, tal como afirma en 35:
En
este marco, quiero llamar la atención acerca de dos falsificaciones
de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y
el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros
siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad.
Como
Bergoglio discerniendo nunca acierta, se hace necesario aclarar algo:
1. El gnosticismo más que una herejía es una actitud, mediante la
cual con el conocimiento se llega a elevar al hombre. Los libros de
autoayuda, o las novelas modernas como Juan Salvador Gaviota o
La armadura oxidada, son gnósticas. El católico se defiende
del gnosticismo aferrándose a la doctrina de Jesucristo. Todo aquel
que contradice la doctrina católica está en una actitud gnóstica.
Gnóstico es Kasper y el clero alemán que sigue la escuela de
Tubinga; gnósticos son los jesuitas de vanguardia como Teilhard de
Chardin, Spadaro y “Bigotito” Abascal. Gnósticos son los
pentecostales amigos de Bergoglio. Gnóstico es Bergoglio cuando
eleva el discernimiento a la categoría suprema del pensamiento, y
esto es lo realmente alarmante.
2. El pelagianismo es también una actitud mental, basada en una
realidad inexistente. La naturaleza humana ha sido dañada por el
pecado original, de allí su incapacidad para elevarse en la Escala
de Jacob, que va del suelo hacia el cielo. Pero para remediar
este daño al católico, corre en su auxilio la Gracia de Dios. El pelagiano
malinterpreta las cosas, y piensa que si sube por la Escala de Jacob,
es por fuerza propia. En cambio para Bergoglio es otra cosa:
48.
Porque el poder que los gnósticos atribuían a la inteligencia,
algunos comenzaron a atribuírselo a la voluntad humana, al esfuerzo
personal. Así surgieron los pelagianos y los semipelagianos. Ya no
era la inteligencia lo que ocupaba el lugar del misterio y de la
gracia, sino la voluntad. Se olvidaba que «todo depende no del
querer o del correr, sino de la misericordia de Dios» (Rm 9,16) y
que «él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
El
error de Bergoglio es cambiar la Gracia de Dios por la misericordia.
Un combatiente como el católico requiere armas apropiadas para el
combate, son las armas que enuncia San Pablo en la Carta a los
Efesios (6, 13-18).
La
Gracia de Dios implica una actitud activa y de pleno combate
contra las fuerzas ocultas del mal y de su jefe supremo, Lucifer. Es
la actitud católica.
En
cambio la misericordia es una actitud pasiva, donde la persona no
combate, pues sabe que si lo hace es siempre derrotada. Esta actitud
pasiva es la protestante, donde lo hallamos en su escrito:
No
todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo
que hace es auténtico o perfecto. (22)
Aun
cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo
veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su
vida. (42)
Esta
monumental obra bergogliana, puede ser la frutilla del postre de
todos sus prejuicios personales:
41.
Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que
no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que
usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus
elucubraciones psicológicas y mentales.
49.
Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque
hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados «en el
fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a
otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente
fieles a cierto estilo católico». Cuando algunos de ellos se
dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia
de Dios, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se
puede con la voluntad humana, como si ella fuera algo puro, perfecto,
omnipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar
que «no todos pueden todo», y que en esta vida las fragilidades
humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia...
Justamente
por este principio que «no todos pueden todo», es que la
Gracia actúa en forma distinta en cada uno, de allí que lo perfecto
no es el individuo, ni el pueblo, ni la historia bergogliana, sino el
cuerpo místico de la Iglesia unido y mancomunado en la doctrina de
Jesucristo que es su cabeza.
La guerra no es una acción individual,
sino una acción de conjunto. El conjunto es la Iglesia militante, purgante y
gloriosa. El católico guerrea en bloque, de allí que bien armado
por la Gracia ejecuta las órdenes del Padre, las cuales también se
pusieron por escrito en las normas que el hereje Bergoglio desprecia.
Quienes
lo acusan de traer confusión a la Iglesia, le hacen un flaco favor,
porque no lo han comprendido en su plenitud. Para Bergoglio la
confusión es una virtud, porque así el confuso se ve obligado a discernir:
Quien
lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de
Dios. (41)
Como el profeta Jonás, siempre llevamos latente la tentación de
huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres:
individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos,
dependencia, instalación, repetición de esquemas ya prefijados,
dogmatismo, nostalgia, pesimismo, refugio en las normas. Tal vez nos
resistimos a salir de un territorio que nos era conocido y manejable.
Sin embargo, las dificultades pueden ser como la tormenta, la
ballena, el gusano que secó el ricino de Jonás, o el viento y el
sol que le quemaron la cabeza; y lo mismo que para él, pueden tener
la función de hacernos volver a ese Dios que es ternura y que quiere
llevarnos a una itinerancia constante y renovadora. (134)
Para
esto Bergoglio tomó el papado, para demoler esta seguridad. El
objetivo fue cumplido, ahora los que lo acusan son los gnósticos y pelagianos...
Esta
discusión planteada entre Bergoglio y la Iglesia, es típica entre protestantes y católicos. Estamos en un
auténtico diálogo de sordos.
El
protestante dice:
– Roma
es corrupta.
Y
el católico le responde:
– Ustedes
son herejes.
Solo
existe una salida. Todos somos pecadores, pero no todos somos
herejes. No se puede responder a una acusación de herejía con una
forma de vida. Como alguien me dijo una vez, mi tío era protestante
pero una excelente persona. La excelente persona no justifica la
herejía, sino que la agrava. El demonio, es un ángel al fin.
Hoy
se habla del Gaudete et insultate, sobre todo
cuando se transcriben ciertos textos como estos:
Todavía hay cristianos que se empeñan en seguir otro camino: el de
la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la
voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una
autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor.
Se manifiesta en muchas actitudes aparentemente distintas: la
obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales
y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la
doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la
gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de
autoayuda y de realización autorreferencial. En esto algunos
cristianos gastan sus energías y su tiempo, en lugar de dejarse
llevar por el Espíritu en el camino del amor, de apasionarse por
comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a los
perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo. (57)
Para subir al cielo por la Escala de Jacob, se hace necesario
un director espiritual. En la exhortación no existe este término, tan solo vagamente se habla de dirección espiritual.
Los sacerdotes de hoy no saben llevar una dirección espiritual.
Muchos santos y santas la hallaron en su confesor. En la exhortación
tampoco existe este otro término. La realidad, es que la clerecía
moderna, a la que pertenece Bergoglio, renunció a confesar
frecuentemente, donde antes del Vaticano II. el sacerdote poseía esta facultad.
Ahora Bergoglio se erige a sí mismo en el director espiritual de
toda la Iglesia en una exhortación donde se ve que no fue bien
analizada, pues existen partes que se reiteran y otras que se contradicen, como
el artículo 11 con el 26.
Bergoglio
se propone exhortar a la santidad. ¿Cómo un hereje puede exhortar a
la santidad, la cual no le corresponde? Y concluyo este ligero
comentario introductivo a su última publicación, leyendo parte del punto 28:
Una
tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y
de dominar, ciertamente no será santificadora.
Viendo
el resultado de su enseñanza como director espiritual, solo me queda
decir:
¡Médico,
cúrate a ti mismo!
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