El Segundo Gran Awakening, ofreció una era de famosos oradores religiosos de gran escala. Fue el fruto del metodismo con sus predicadores itinerantes, quienes no siempre estaban bien preparados. Se movían de un lugar a otro haciendo sonar la campanilla del reloj despertador. Unos eran sinceros, pero no faltaron los falaces, ni los que vieron en esto una manera de formarse un pedestal. Buscaban impresionar una masa ignorante y curiosa.
¿Qué pensaban sobre sí mismos, estos oradores?
Sentían lo que decían, pero agrandaban las cosas hasta llevarlas al extremo y desdibujaban lo que no les convenía. Auténticos manipuladores religiosos, se creían los nuevos profetas de la reforma, donde no faltaban las visiones místicas. Por supuesto, visiones sobre ellos y narrada por ellos mismos.
Un caso típico es el de Lorenzo Dow (1777-1834).
Se dice de él que era un excéntrico. Es como lo vio la sociedad de su época, ¿pero qué buscaba con su figura disruptiva?
En realidad, era todo un artista unipersonal de la reforma. Conocía su público y sabía emplear el arte de la palabra. Su autobiografía titulada History of Cosmopolite or Lorenzo’s Journal (1804) fue un best seller, solo la Biblia pudo superar sus ventas.
Ingresó con los metodistas, quienes lo hicieron predicador itinerante. Era lo que él buscaba. De ellos tomó su teología. Luego fue un individualista anárquico. Solo respondía al supuesto mensaje divino sobre su persona. Algo muy propio del romanticismo yanqui de fines de su independencia.
Nada convencional, vestía la misma ropa hasta que alguien le suministraba otra nueva. Ni se afeitaba, ni se peinaba; un método eficaz dentro de los reformistas, para llamar la atención sobre su persona, haciéndose pasar por profeta, pero cuidándose de afirmarlo. Era un auténtico romántico, enfrentado a todo el mundo.
Todos deseaban saber lo que tenía para decir, ya fueran metodistas, presbiterianos o bautistas. Las iglesias locales lo rechazaban, pues era incómodo, lo cual no fue obstáculo para realizar su oratoria en los sitios que le ofrecían, tanto abiertos como cerrados. Magnético, sabía atraer a las masas. Todo un líder religioso. Amado y odiado. Conoció la cárcel y su veloz indulto. Recorrió las regiones de procedencia inglesa, misionó a Irlanda para convertir católicos, regresó y volvió a la Albión. Recorría territorios a pie o a caballo cuando se lo ofrecían. Su poco dinero lo gastaba en regalar Biblias.
El New England Magazine (New Series, Vol. 20) de 1899, trae un artículo sobre él de una publicación de la época:
Otro periódico, esta vez en Salem, Massachusetts, describe así a este célebre predicador que ahora realiza una gira por los Estados de Nueva Inglaterra: Generalmente celebra sus reuniones al aire libre, en campos o bosques, encontrando difícil el acceso a una casa de culto. Lleva el cabello largo y suelto y la barba sin cortar, imitando a los apóstoles. Su vestimenta es humilde, su voz áspera, su gesticulación y forma de hablar extremadamente poco agraciadas, y su apariencia y modales están diseñados para despertar la curiosidad y el asombro, si no el disgusto, de sus oyentes. Predicó en Portland en un campo el domingo 6 de agosto, ante dos o tres mil personas, y se presentó el miércoles en Newburyport al aire libre ante una multitud de tres o cuatro mil, que se reunió para presenciar la actuación de alguien cuya apariencia excéntrica le había granjeado, de antemano, cierta fama.
Dow apelaba a todos los recursos:
Gritaba, chillaba, lloraba, suplicaba, halagaba, insultaba, desafiaba a la gente y sus creencias. Contaba historias y hacía chistes.
Veamos como ejemplo algunos pasajes de su diario. Comencemos por su vocación para ungirse profeta.
Cuando pasé la edad de trece años, y alrededor del tiempo en que murió John Wesley (1791), agradó a Dios despertar mi mente mediante un sueño nocturno, que fue que un anciano vino a mí al mediodía, teniendo un bastón en la mano, y me dijo: ¿Alguna vez oras? Le dije que no. Él dijo: debes hacerlo, y luego se fue; no había pasado mucho tiempo antes de que regresara, y volvió a decir: ¿oras? Yo nuevamente dije que no; y después de su partida salí al exterior y fui levantado por un torbellino hacia los cielos. Finalmente, vi a través de una niebla de oscuridad y a través de un abismo, un lugar glorioso, en el cual había un trono de marfil, cubierto de oro, y Dios sentado sobre él, y Jesús a su derecha, y ángeles y espíritus glorificados celebrando alabanzas.
Se habla de un sueño, en realidad es el disfraz intencional de una visión mística. Hábilmente, hace coincidir la muerte de Wesley, quien lo acompañará en otros “sueños”, con su visión, la cual pasa como llamado o vocación, cual si se tratara de un profeta del Antiguo Testamento. En otro pasaje escribe:
Un día, estando solo en un lugar solitario, mientras estaba de rodillas ante Dios, estas palabras se imprimieron de repente en mi mente: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Instantáneamente dije en voz alta: “¡Señor! Soy un niño, no puedo ir; no puedo predicar.” Estas palabras siguieron en mi mente: “Levántate y ve, porque yo te he enviado.” Yo dije: “Envía por quien quieras enviar, pero no por mí, porque soy un joven ignorante, analfabeto; no calificado para la tarea importante:…
De más está decir que se coloca la ropa de Jeremías (Cfr. 1,6). Parece ser que la modestia no era su fuerte.
Analizando su primera visión, el relato presenta alguna incoherencia. Fue de noche, pero sueña que el anciano regresa al mediodía. Es imposible en la secuencia de los sueños tener noción del paso del tiempo. Al decir “no había pasado mucho tiempo antes de que regresara”, no parece ser la segunda secuencia del sueño.
Otra incoherencia o mala expresión, la hallamos en “vi a través de una niebla de oscuridad y a través de un abismo”. El siguiente pasaje parece inspirado en el Apocalipsis:
Pensé que el ángel Gabriel vino al borde del cielo con una trompeta en su mano derecha y me gritó con voz fuerte para saber si deseaba llegar allí. Le dije que sí.— Dijo él, regresa a la tierra, sé fiel, y al final llegarás. Con reticencia dejé la hermosa vista y me apresuré a regresar; y entonces pensé que el anciano vino a mí por tercera vez, y me preguntó si oraba. Le dije que sí. Luego dijo, sé fiel, y vendré y te lo haré saber de nuevo. Pensé que eso sería cuando fuera bendecido; y cuando desperté, he aquí, era un sueño.
Sin embargo las visiones no cesan:
Cuando una noche me despertó por sorpresa, y en mi opinión se presentaron dos personas; la que se llama Mercy, con un semblante sonriente, que me dijo: “si te sometes y estás dispuesto a ir y predicar, hay misericordia para ti,” (teniendo un libro en la mano,) el otro por el nombre de la Justicia. con un semblante solemne, sosteniendo una espada desenvainada y reluciente sobre mi cabeza, añadió: “si no te rindes, serás cortado: ahora o nunca.” Me pareció que solo tenía media hora para reflexionar, y que si aún persistía en la obstinación, sería un caso perdido para siempre.
Junté mis manos y dije: Señor, me someto a ir y predicar tu evangelio; solo concédeme horas de tranquilidad para regresar, y abre la puerta.
En el Capítulo III, Llamado a predicar, etc, leemos:
Soñé que veía a un hombre en un ataque de convulsiones, y su semblante era expresivo del infierno. Pregunté a un espectador qué hacía que su rostro se viera tan horrible; él dijo: “el hombre estaba enfermo, y relatando su experiencia pasada, sus llamadas de vez en cuando, y sus promesas de servir a Dios; y cómo las había roto; y ahora, dijo él, 'estoy sellado para la condenación eterna', y de inmediato las convulsiones lo atraparon.” Esto me impactó tanto que me desperté instantáneamente, y aparentemente el hombre estaba ante mis ojos.
Existen en su Lorenzo’s Journal pasajes que es necesario meditar, hablo de la enorme diferencia entre la reforma y el catolicismo. Mientras el católico acude al sacramento de la penitencia y resuelve concretamente su ágape perdido con Dios, el protestante es atormentado permanentemente, y a esto, se le añade la feroz doctrina de la predestinación calvinista, que lo hace todo insoportable.
Pero finalmente, al no encontrar lo que mi alma deseaba, comencé a examinar la causa más de cerca, si era posible descubrirla; y de inmediato se me presentó la doctrina de la reprobación incondicional y la elección particular, mostrando que el estado de todos estaba inalterablemente fijado por los “decretos eternos” de Dios. Entonces surgieron desánimos, y comencé a aflojar mi esfuerzo poco a poco; hasta que dejé por completo la oración secreta, y no podía soportar leer ni escuchar las Escrituras, diciendo, si Dios ha predestinado todo lo que sucede, entonces todos nuestros esfuerzos son vanos.
Sintiendo aún condena en el pecho, me sentí robado: surgió la desesperación de la misericordia, la esperanza se desvaneció; y estaba decidido a acabar con mi miserable vida; concluyendo que cuanto más tiempo viva, más pecado cometeré y mayor será mi castigo; pero cuanto más corta sea mi vida, menos pecado y por supuesto menos castigo, y antes sabré lo peor de mi caso; por lo tanto, cargué un arma y me retiré a un bosque.
Parece ser que los revivals de “fuego y azufre” continuaban de moda:
Un cierto hombre invitó a Hope Hull a venir a su propio pueblo, quien fijó un momento en el que se esforzaría, si fuera posible, por cumplir con su solicitud. Llegó el día, y la gente acudió de todos los lugares para escuchar, como suponían, un nuevo evangelio: y fui a la puerta y miré para ver a un metodista; pero para mi sorpresa, apareció como otros hombres. Lo escuché predicar desde—“esto es una palabra fiel y digna de toda aceptación, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Y pensé que me dijo todo lo que alguna vez hice.
...
Surgieron tristezas en mi mente al pensar que ellos estaban dirigidos al cielo, mientras yo, culpable, estaba en el camino descendente; me esforcé por doblar y triplicar mi diligencia en la oración, pero no hallé consuelo para mi alma. Aquí la doctrina de la reprobación incondicional volvió a presentarse ante mi vista, con fuertes tentaciones de acabar con esta vida mortal; pero de nuevo surgió en mi mente el pensamiento: si cedo, estoy perdido para siempre, y si continúo clamando a Dios, al final no haré más que ser condenado.
¿Qué sucedía en el awakening metodista?
Creo que muchos de los presentes sintieron el poder de Dios; los santos estaban felices y los pecadores lloraban por todas partes; pero yo no podía derramar una lágrima; entonces pensé para mí mismo, si pudiera llorar, empezaría a tener esperanza; pero, ¡oh! cuán duro es mi corazón. Fui de uno a otro para saber si había alguna misericordia para mí. Los jóvenes conversos respondieron: “Dios es todo amor; él es toda misericordia;” yo respondí, “Dios también es justo, y la justicia me abatirá;” no veía cómo Dios podía ser justo y al mismo tiempo mostrarme misericordia.
A continuación, lleva el relato al extremo. Es el clímax del episodio, para desembocar en la paz del final. Todo un maestro de la narrativa:
Varios de los jóvenes conversos me acompañaron en mi camino; uno de ellos era Roger Searle; desde entonces me han contado que me caí varias veces en el camino; cosa que no recuerdo, ya que mi angustia era tan grande que apenas sabía en qué posición me encontraba. Cuando llegué a casa, fui a mi habitación y, arrodillándome, traté de acudir a Dios en busca de misericordia nuevamente, pero no encontré consuelo. Entonces me recosté para descansar, pero no me atreví a cerrar los ojos para dormir, por miedo a no despertar nunca hasta que despertara en una miseria eterna.
...
Caí en un sueño profundo; y en él soñé que dos demonios entraron en la habitación, cada uno con una cadena en la mano; se apoderaron de mí, uno en mi cabeza, el otro en mis pies, y me ataron fuertemente, y rompiendo la ventana, me llevaron a cierta distancia de la casa, y me colocaron en un trozo de hielo, y mientras el demonio más débil se elevaba en llamas de fuego, el más fuerte comenzó a llevarme al infierno. Y cuando pude ver el infierno, para ver los azules resplandores ascendiendo, y oír los chillidos y gemidos de demonios y espíritus condenados, ¡qué impacto me dio no puedo describirlo; pensé que en unos pocos momentos, este sería mi destino desgraciado. No puedo soportar la idea, lucharé y me esforzaré por romper estas cadenas: y si puedo y escapar, será una ganancia, y si no puedo, no se habrá perdido nada, y en mi lucha desperté; y ¡oh! qué feliz me sentí de que solo fuera un sueño. Aun así, pensé que en unas pocas horas seguramente sería mi caso.
Sin embargo, con mucha habilidad sabe pasar imperceptiblemente del sueño a la visión, y de la mística al sueño, de un modo que no se sabe si duerme o está despierto:
Mientras las palabras fluían desde mi corazón, vi al Mediador intervenir, por así decirlo, entre la justicia del Padre y mi alma, y estas palabras se aplicaron a mi mente con gran poder: “¡Hijo! tus muchos pecados te son perdonados; tu fe te ha salvado; ve en paz.
...
Quería publicarlo hasta los confines de la tierra, y luego tomar alas y volar lejos para descansar. En esta feliz situación, seguí mi camino alegrándome durante algunas semanas; concluyendo que nunca debería aprender más sobre la guerra; algunos decían que los jóvenes conversos eran más felices que aquellos que llevaban muchos años en el camino; pensé: Señor, déjame morir mientras soy joven, si no puedo sentirme tan feliz cuando sea viejo.
Nuevamente el ya citado New England Magazine con el artículo de un periódico de Salem, Massachusetts, narra una predicación suya, donde pone de relieve su anarquía religiosa:
Dijo dónde había nacido y crecido, afirmó ser amigo de todas las sectas y no creer en ninguna de ellas, advirtió a su audiencia que no depositara su fe en quienes predicaban en casas con campanarios, ni que creyeran en algo solo porque sus abuelas lo creyeron; y después de una fanfarronada, sin argumento ni elocuencia, de cuarenta minutos, se desvió del tema.
Pero ¿a qué público predicaba?
El mismo periódico de esa época, el que ya citamos, nos saca de dudas:
A principios del siglo, los servicios religiosos a veces se caracterizaban por fenómenos extraordinarios, caídas, sacudidas, giros, bailes y ejercicios de ladrido, junto con visiones y trance. Dow registra algunas escenas extrañas en su viaje por el sur. Él “vio a presbiterianos, metodistas, cuáqueros, bautistas, anglicanos e independientes ejercitados con las sacudidas, caballero y dama, negro y blanco, ancianos y jóvenes, ricos y pobres, sin excepción.
Con oyentes tan excitables, Lorenzo Dow fácilmente causaba impresión. Él entendía la vida cotidiana y tenía el don de adaptar sus discursos a ese tipo de público. Era un buen narrador de historias y a menudo recurría a una anécdota pertinente o a una alegoría adaptada. Afectaba cierta excentricidad tanto en su modo de predicar como en su vestimenta.
