Por
fin, alguien rompe el silencio cómplice de una jerarquía fracasada,
y llama las cosas por su nombre:
Entrevista
de Res Novae a monseñor Viganò sobre la liturgia del Concilio.
Por el
P. Claude Barthe, 15 de junio de 2021
«Monseñor
Carlo Maria Viganò, ex nuncio apostólico en los Estados Unidos, es
conocido por sus enérgicas críticas al pontificado de Bergoglio,
así como por desarrollar una crítica no menos enérgica del
Concilio Vaticano II. Ha tenido la amabilidad de responder a nuestras
preguntas sobre la nueva liturgia, de un modo bastante sorprendente
(también para nosotros, porque ataca a un proceso de reforma de la
reforma que apoyamos en Res Novae). Tenemos el placer de ofrecer a
nuestros lectores esta intervención con miras a animar el debate y
la reflexión.
Claude
Barthe: Vuestra Excelencia ha llegado al extremo de hablar de
«actos revolucionarios» a propósito de la nueva liturgia
introducida con posterioridad al Concilio. ¿Nos podría precisar más
su opinión?
Monseñor
Carlo Maria Viganò: Para empezar, hay que decir claro que el
Concilio Vaticano II fue concebido como un acto revolucionario.
Entiéndase, no me refiero a las buenas intenciones de quienes
colaboraron en la redacción de los esquemas preparatorios, sino a
los novadores que rechazaron tanto dichos esquemas como la
condenación del comunismo que habría debido formular el Concilio,
y que deseaba la mayor parte del episcopado mundial. Ahora bien, si
el Concilio fue un acto revolucionario, ya sea por la manera en
que se desarrolló o por los documentos que promulgó, es lógico y
lícito pensar que su liturgia está afectada por ese sesgo
ideológico, sobre todo si tenemos en cuenta que es el principal
medio de catequesis para los fieles y el clero. No es casual que
Lutero y otros herejes protestantes y anglicanos metieran mano en la
liturgia por ser la mejor manera de difundir sus errores entre los
fieles.
Una
vez sentado esto, vemos confirmadas nuestras legítimas sospechas
cuando observamos quiénes fueron los artífices de esa liturgia:
prelados que en muchos casos fueron objeto de sospechas de pertenecer
a la Masonería, destacados progresistas que con el movimiento
litúrgico de los años veinte y treinta habían comenzado a insinuar
ideas más que discutibles y a difundir prácticas influidas por el
arqueologismo, que más tarde fue condenado por Pío XII en la
encíclica Mediator Dei. Situar la mesa del altar de cara al
pueblo no fue invención del Concilio, sino de los liturgistas que lo
hicieron poco menos que obligatorio en el Concilio después de
haberlo introducido hacía algunas décadas a modo de excepción so
pretexto de una supuesta vuelta a la Antigüedad. Dígase lo mismo
de la casulla gótica en las formas que precedieron al Concilio,
sobre todo en Francia; que se ha convertido en una especie de poncho
y nos la han vendido como un regreso a la forma original y no es
otra cosa que una falsedad histórica y litúrgica. Pongo estos
ejemplos para que se vea que mucho antes del Concilio Vaticano II ya
había elementos revolucionarios infiltrados en la Iglesia dispuestos
a hacer definitivas estas innovaciones introducidas a modo de
experimento y que sin embargo se han vuelto habituales, sobre todo en
países históricamente menos inclinados a adaptarse a la romanitas.
Una
vez ha quedado claro que la liturgia es la expresión de una postura
doctrinal concreta –y que con el Novus Ordo ha llegado a ser
igualmente ideológica– y que los liturgistas que la idearon
estaban impregnados de esa actitud, debemos analizar el corpus
liturgicum conciliar para descubrir la confirmación de su carácter
revolucionario. Más allá de los textos y las rúbricas, lo que
denota claramente el carácter revolucionario del rito reformado es
que se ha vuelto maleable a gusto del celebrante y de la comunidad de
fieles mediante una flexibilidad totalmente desconocida para el
espíritu de la liturgia romana. El carácter arbitrario de las
innovaciones es parte integral de la liturgia reformada, cuyos libros
–empezando por el Misal Romano de Pablo VI– fueron concebidos
como un batiburrillo en manos de actores más o menos talentosos en
busca de la aprobación del público. Los aplausos de los fieles,
introducidos abusivamente con el Novus Ordo, constituyen la expresión
de un consenso que es un elemento esencial de un rito que se ha
convertido en espectáculo. Por otra parte, en las sociedades
antiguas el teatro siempre tuvo una connotación litúrgica, y
resulta significativo que la Iglesia conciliar haya querido
desenterrar esa visión pagana invirtiéndola, es decir, dando una
connotación teatral a un rito litúrgico.
Quien
crea que la editio typica en latín corresponde al rito que tendría
que celebrar después del Concilio peca de ingenuidad y de
ignorancia; no hay nada en ese libro litúrgico que no esté en
realidad destinado al uso diario de los sacerdotes, empezando por la
lamentable diagramación gráfica, obviamente descuidada precisamente
porque se sabía que prácticamente nadie celebraría jamás el Novus
Ordo en latín. Las ceremonias pontificias en las que se utilizó
el Misal Romano de Pablo VI derogaban las rúbricas para introducir
lecturas en lengua vernácula, ceremonias no previstas y funciones
reservadas a los clérigos ejercidas por laicos, mujeres incluidas.
En mi opinión, esos elementos confirman el espíritu revolucionario
del Concilio y del rito que en él se inspira.
La
reforma litúrgica iniciada en 1964 y que dio lugar a un nuevo misal
en 1969 puede parecer más radical de lo que era su programa, la
constitución Sacrosanctum Concilium. ¿Cree que el Consilium de
monseñor Bugnini traicionó al Concilio, como dicen algunos, o que
se haya limitado a desarrollarla, como afirman otros?
CMV:
Monseñor Annibale Bugnini figuraba entre los que colaboraron en la
elaboración del Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus que se promulgó
durante el pontificado de Pío XII. Las graves de formaciones del
nuevo misal se encuentran en germen en el rito de la Semana Santa, lo
cual demuestra que ya se había emprendido el plan de destrucción.
No hubo la menor traición en el Concilio; prueba de ello es que
ninguno de sus artífices pensó jamás que la reforma litúrgica
fuera incoherente con el espíritu de Sacrosanctum Concilium. Si se
estudia atentamente la génesis del Ordo Hebdomadae Sanctae
instauratus se verá que las solicitudes de los novadores sólo
fueron atendidas en parte pero se volvieron a proponer en el Novus
Ordo de Pablo VI.
Conviene
recalcar que, al contrario de todos los demás concilios ecuménicos,
el último se sirvió a propósito de su autoridad para autorizar
una traición sistemática de la fe y la moral llevada a cabo por las
vías pastoral, disciplinar y litúrgica. Los misales de
transición entre las rúbricas de 1962 y la Editio typica de 1970 y
la inmediatamente posterior –la Editio typica altera de 1975–
revelan que se procedió gradualmente acostumbrando al clero y a los
fieles al carácter provisional del rito, a la innovación continua y
a la pérdida progresiva de elementos que al principio hacían al
Novus Ordo más próximo al último Misal Romano de Juan XXIII.
Pienso, entre otras cosas, en la recitación en voz baja del Canon en
latín con su ofertorio propiciatorio y el Veni, Sanctificator, que a
lo largo de las adaptaciones llevó a la recitación en voz alta, el
ofertorio talmúdico y la supresión de la invocación al Espíritu
Santo.
Quienes
prepararon los documentos conciliares para que los aprobaran los
padres obraron con la misma premeditación que los autores de la
reforma litúrgica, sabiendo que éstos interpretarían los textos
equívocos de manera católica, mientras que quienes habrían de
divulgarlos los interpretarían en cualquier otro sentido menos el
católico.
La
verdad es que ello se confirma en la práctica diaria. ¿Han visto
ustedes a un sacerdote que celebre el Novus Ordo en un altar
orientado al oriente, totalmente en latín, vistiendo casulla de
guitarra, y que distribuya la Comunión a fieles arrodillados en un
reclinatorio sin desatar las iras de su obispo y sus compañeros en
el sacerdocio aunque en sentido estricto, esa manera de celebrar sea
plenamente legítima? A quienes han intentado hacerlo
–ciertamente de buena fe– los han tratado peor que a los que
celebran habitualmente la Misa Tridentina. Eso demuestra que la
supuesta continuidad auspiciada por la hermenéutica conciliar no
existe, y que la ruptura con la Iglesia preconciliar es la norma
a la que se deben acoplar mal que les pese a los conservadores.
Por
último, me gustaría señalar que esa conciencia de incompatibilidad
doctrinal entre el rito antiguo y la ideología vaticanosecondista es
reivindicada por supuestos teólogos e intelectuales progresistas,
según los cuales se puede llegar a tolerar la forma extraordinaria
del rito siempre y cuando no se adopte todo el aparataje teológico
que esta supone. Por eso se tolera la liturgia de las comunidades
Summorum Pontificum en tanto que en la predicación y en la
catequesis se cuiden de no criticar el Concilio o la nueva Misa.
¿Cual
diría vuestra excelencia que es la crítica más importante de las
que se hacen al Novus Ordo Missae?
CMV:
La crítica más fundada es que han intentado crear una liturgia a
su antojo al abandonar el rito bimilenario que nació con los
Apóstoles y se ha ido desarrollando armoniosamente a lo largo de los
siglos. La liturgia reformada, como sabe todo especialista en la
materia, es fruto de un acuerdo ideológico entre la lex orandi
católica y las exigencias heréticas de los luteranos y otros
protestantes. Y como la Fe de la Iglesia se expresa en el culto
público, era indispensable que la liturgia se adaptase a la nueva
manera de creer debilitando o negando verdades que se consideraban
incómodas para el diálogo ecuménico.
Si la
reforma hubiera tenido por objeto simplemente eliminar ciertos ritos
que la sensibilidad moderna ya no entendía, habría podido
perfectamente evitar la repetición servil de lo que había hecho
Lutero en tiempos de la pseudorreforma y Cranmer tras el cisma
anglicano: el mero hecho de hacer suyas las innovaciones con las que
los herejes rechazaron ciertos temas del dogma católico es una
demostración indiscutible de la subordinación de los pastores al
consenso de los que están fuera de la Iglesia en perjuicio de la
grey que les ha sido confiada. ¿Qué dirían los mártires del
calvinismo o de las iras del rey Jacobo al ver como papas, cardenales
y obispos utilizan una mesa en lugar del altar que les costó la
vida? ¿Qué respeto puede tener un hereje por su odiada
babilonia romana al verla remedar torpemente lo que los reformadores
hicieron hace cuatro siglos, de un modo quizás más decoroso? No
olvidemos que las herejías litúrgicas de Lutero se divulgaron
mediante corales de Bach, mientras que las celebraciones de la
Iglesia conciliar tienen un acompañamiento musical de una fealdad
inaudita. La decadencia litúrgica es síntoma de una decadencia
doctrinal que humilla a la Santa Iglesia en su afán de halagar la
mentalidad mundana.
¿Cómo
se puede explicar el fracaso de Benedicto XVI, el cardenal Sarah y
otros defensores de un retorno litúrgico gradual celebrando de cara
al Señor, recuperando las oraciones del Ofertorio y dando la
Comunión en la boca?
CMV:
Si un funcionario vaticano ordenase decorar la sala Nervi con estuco
y frescos en sustitución de la horrenda estatua de la Resurrección
que allí se alza, dándole un estilo barroco, lo tildarían de
extravagante, y más teniendo en cuenta la proximidad de la Basílica
de San Pedro. A mí me parece que se podría decir lo mismo de los
intentos de adecentar la liturgia reformada con operaciones de
maquillaje objetivamente inútiles. ¿Qué se gana con celebrar
el Novus Ordo apud orientem, cambiar el Ofertorio y dar de comulgar
en la boca cuando ya está prescrito hacerlo así en la Misa
Tridentina?
Ese
retorno litúrgico se basa en las mismas premisas erróneas que
animaron la reforma conciliar: modificar la liturgia a su antojo,
ya alterando el venerable rito tradicional al imprimirle un sentido
moderno, ya maquillándolo para que parezca lo que no es ni tiene por
objeto ser. En el primer caso, obligaríamos a una reina a calzar
zuecos y vestir harapos, y en el segundo una campesina luciría una
corona real sobre una cabellera despeinada, o sería como si se
sentara en un trono tocada con un sombrero de paja.
Yo
creo que tras esos intentos aparentemente animados de buenas
intenciones se oculta algo que ninguno de esos prelados se atreve
a reconocer: el fracaso de un concilio, y más aún de su liturgia.
Volver al rito antiguo archivando definitivamente la miseria del
Novus Ordo exigiría grandes dosis de humildad, porque quienes hoy
quieren salvarla del naufragio eran ayer los más entusiastas
artífices de la reforma litúrgica, y al mismo tiempo del Concilio.
Me
pregunto: si a Pablo VI no le falló el pulso para derogar
temerariamente de la noche a la mañana el rito tridentino para
reemplazarlo con una chapucera mezcolanza de textos del Book of
Common Prayer anglicano e imponer el nuevo rito a pesar de las
protestas del clero y los laicos, ¿por qué no vamos a poner
nosotros más empeño en restituir al honroso lugar que le
corresponde el rito romano antiguo prohibiendo la celebración del
Novus Ordo? ¿Por qué tanta delicadeza hoy y tanta furia iconoclasta
despiadada ayer? ¿Y a qué viene esa operación de cirugía estética
si no es para salvar la unidad del último oropel conciliar dándole
el aspecto de lo que no tenía por objeto ser?
Al
próximo papa le corresponderá restablecer todos los libros
litúrgicos anteriores a la reforma conciliar y prohibir en los
templos católicos la indecente parodia a la que han contribuido
notorios modernistas y herejes.
En
la entrevista que concedió a las revistas jesuitas en 2013, el papa
Francisco calificó la reforma litúrgica de fruto ejemplar del
Concilio («El Concilio supuso una relectura del Evangelio a la luz
de la cultura contemporánea»). Sin embargo, el papa Bergoglio ha
hecho concesiones a la Fraternidad San Pío X. ¿Es que le preocupa
el problema litúrgico?
CMV:
No creo que Bergoglio tenga el menor interés en la liturgia en
general, y menos aún en la tridentina, que le es ajena y le
desagrada como todo lo que aunque sea de lejos tenga algo de
católico. Su táctica es política: tolera las comunidades Ecclesia
Dei porque mantienen a los conservadores alejados de las parroquias,
y al mismo tiempo lleva las riendas obligándolas a limitar su
disensión al plano meramente litúrgico mientras se encarga de que
sean fieles a la ideología conciliar.
En
cuanto a la FSSPX, asistimos a una operación más sutil:
Bergoglio mantiene con ellas relaciones de buena vecindad otorgando
por un lado a sus superiores prerrogativas que hacen ver que los
considera miembros vivos de la Iglesia, mientras que por otro lado
sería posible que quisiera otorgarles una regularización canónica
total a cambio de que acepten el magisterio conciliar. Es evidente
que se trata de una trampa astuta: una vez firmado un acuerdo con
la Santa Sede, desaparecería la independencia de que goza la
Fraternidad en virtud de su postura de legalidad incompleta, y con
ello también su independencia económica. No olvidemos que la
Fraternidad dispone de bienes y recursos que garantizan la
subsistencia y la atención médica de sus miembros; en un momento de
crisis financiera sumamente grave para el Vaticano, a muchos se
les hace la boca agua pensando en esos bienes. Ya hemos visto lo
que ha pasado en otros casos, como con los Franciscanos de la
Inmaculada y con la persecución del P. Mannelli.
¿Cree
que el estatuto de protección (dependencia de la Congregación para
la Doctrina de la Fe en vez de la de los institutos de vida
consagrada) que quería Ratzinger antes y después de su ascensión
al solio pontificio para las sociedades de vida apostólica que
celebran la Misa Tradicional está hoy en peligro?
CMV:
La situación canónica de las comunidades Ecclesia Dei siempre ha
sido precaria; su supervivencia está ligada, al menos
implícitamente, a la aceptación de la doctrina conciliar y la
reforma litúrgica. Quienes no se adaptan y critican al Concilio,
o se niegan a celebrar o ayudar al rito reformado, se colocan
automáticamente en riesgo de excomunión. Los superiores de esas
sociedades de vida apostólica terminan por ser supervisores de sus
sacerdotes, a los que aconsejan encarecidamente que se abstengan de
críticas y den de vez en cuando claras señales de que no están en
desacuerdo. Por ejemplo, participando en celebraciones del llamado
rito ordinario. Paradójicamente, en el ámbito doctrinal, un
sacerdote diocesano goza de más libertad de palabra que otro que
pertenezca a uno de esos institutos.
Hay
que decir que, para la mentalidad de los que actualmente mandan en el
Vaticano, lejos de fomentar el redescubrimiento del rito tradicional,
las excentricidades litúrgicas de ciertas comunidades les dan una
imagen elitista y las confinan a una especie de reducto antiguo en el
que les interesa mucho encerrarlas a los perpretradores de la Iglesia
de Bergoglio. Normalizar la celebración de la Misa católica según
prescribe el motu proprio Summorum Pontificum sin relegarla a una
especie de reducto litúrgico, o confinarla a unos espacios
concretos, daría la impresión de que cualquier feligrés puede
asistir a la Misa sin otro requisito que ser católico; y a la
inversa, ese kafkiano castillo burocrático confina a los
conservadores en un recinto que los obliga a observar las reglas sin
aspirar a nada más que a aquello que la gracia soberana se digne
concederles, casi siempre con la oposición apenas disimulada del
obispo diocesano.
La
maniobra de Bergoglio ya se ha hecho manifiesta: su última
encíclica teoriza doctrinas heterodoxas y una sumisión escandalosa
a la ideología dominante, que es profundamente anticatólica y
antihumana. Desde esta perspectiva, las cuestiones relativas a la
sensibilidad litúrgica de tal o cual instituto me parecen
francamente irrisorias; no porque la liturgia carezca de
importancia, sino porque cuando se está dispuesto a callar en el
plano doctrinal, las complejas ceremonias del pontifical terminan por
reducirse a una manifestación estética que no resulta peligrosa
para el círculo mágico de Santa Marta.
La
prohibición de misas individuales en San Pedro, la inspección
durante tres días de la Congregación para el Culto Divino por
monseñor Maniago, y el hecho de que la constitución de reforma de
la Curia Predicate Evangelium vaya a llevar, según parece, a
reforzar las competencias de vigilancia de Culto Divino, son motivo
para temer una renovada virulencia de la reforma? ¿O es un problema
que no le preocupa mucho a Bergoglio?
CMV:
La prohibición de celebrar misas privadas en San Pedro, a pesar de
las unánimes protestas de numerosos fieles y de algunos prelados
ante lo que es un verdadero abuso de autoridad por parte de la
Secretaría de Estado, sigue vigente como un escándalo inusitado.
Están tanteando el terreno para analizar la reacción de los
prelados, el clero y los laicos, que por el momento se limitan a
expresar de palabra su descontento, con mucha calma, y en algunos
casos con peores modos. Como ya he tenido oportunidad de declarar,
considero que dicha prohibición no es otra cosa que una nueva
tentativa de dar visos de legalidad a una costumbre ya consolidada y
universal que confirma el error doctrinal subyacente, es decir, el
primado de la dimensión comunitaria de la Eucaristía, entendida
como banquete en detrimento del Santo Sacrificio de la Misa celebrado
en privado. Esto tiene que ver con el Concilio, y ninguno de los
cardenales que se han pronunciado sobre la prohibición de las misas
se ha atrevido en modo alguno a ponerlo en tela de juicio, aunque ahí
esté claramente el origen de la ilegítima prohibición por parte de
la Secretaría de Estado.
Por lo
que respecta a las facultades supervisoras de la Congregación para
el Culto Divino, en sí se podrían considerar en un sentido
positivo, dado que las cuestiones litúrgicas son competencia directa
de la Santa Sede. Pero pecaríamos de ingenuos e imprudentes si no
tenemos en cuenta que toda norma promulgada por los novadores la
utilizarían ellos mismos para perseguir objetivos inconfesables, en
muchos casos contrarios a los declarados.»
(Visto en
https://www.marcotosatti.com/2021/06/16/entrevista-de-res-novae-a-monsenor-vigano-sobre-la-liturgia-del-concilio/)