Calesita

martes, 3 de abril de 2018

La predicación de Scalfari



Mucho se ha convulsionado la Iglesia con la afirmación del barbudo Scalfari, quien es “el otro yo oculto” de Bergoglio, afirmando la inexistencia del infierno.
A esta afirmación se sumaron todos los herejes con algún tipo de hábito religioso, hábito que no hace al monje. Así hemos escuchado que el fuego del infierno no existe, que el demonio es un mito del mal, que arriba..., que abajo..., que al costado...
La doctrina católica es como un reloj mecánico, cuando se toca una pieza del mecanismo, todo el conjunto entra en contradicción y deja de funcionar.
Llevemos la piedra bergogliana arrojada como un aerolito por el barbudo Scalfari contra la doctrina, al laboratorio para su análisis constitutivo.
Dijo este periodista ateo, sutil predicador bergogliano para el mundo:
No serán castigadas ... (las almas) que no se arrepienten y por esto no pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras.
1. Como se puede apreciar, no se habla de hipóstasis personales, sino de “almas”. El pensamiento de los modernos y de los dialécticos a lo “Bergoglio”, no da para más; imposible un pensamiento más profundo, no lo consiguen aunque se lo propongan.
2. El alma es parte de la naturaleza humana, que se adosa a la hipóstasis personal, pues toda hipóstasis creada tiene por necesidad una naturaleza.
3. En este caso se afirma que si el alma se desintegra, la hipóstasis personal sigue existiendo, pues el obtuso Scalfari no niega su existencia eterna, y esta queda sin naturaleza pues se le quita una parte esencial de la misma; con lo cual nos hallamos ante un absurdo: una hipóstais personal sin naturaleza de ningún tipo. ¡Realmente brillantes estos revolucionarios!
4. Si se toma como “alma”, la hipóstasis personal, (pues estos modernos no saben distinguir muy bien), se contradice el primer capítulo del Génesis.
La desintegración de la persona afirma que el hombre no fue hecho como icono divino, sino como ser descartable, dadas ciertas circunstancias. No fue creado a imagen y semejanza de Dios, sino como icono de la moderna civilización industrial: el ser descartable.
La cultura, como la llaman ellos, es una civilización descartable: hoy uso un teléfono portable, mañana lo tiro porque salió otro mejor, el cual es descartable también hasta el siguiente. Es el movimiento dialéctico del ser insuficiente, oportuno en un preciso instante del tiempo y próximo a ser arrojado a la basura en un futuro inmediato.
5. Este razonamiento favorece el aborto. Si el ser humano vale tan poca cosa, da igual desintegrarse mañana que desintegrarse en el vientre de la madre, pues de todos modos no fue hecho a imagen y semejanza divina. Atención obispos argentinos, abran los ojos, el primer abortista, sin afirmarlo con claridad, es el mismo Bergoglio en unidad de acción lógica con el barbudo Scalfari.
6. El alma es la existencia eterna de origen divino que se da a la hipóstasis personal. ¿Cómo puede la persona deshacer algo que no le pertenece y de la cual adolece todo poder, siendo que Dios la creó para toda la eternidad? Solo lo puede hacer el ser descartable llamado hombre, si ahora es nada menos que dios, un dios también descartable.
7. Otro absurdo de la tesis Bergoglio-Scalfari consiste en no tener en claro que una cosa es el fin y otra distinta la condena. No se puede tomar el fin existencial por una condena; caso contrario las hipóstasis personales que no fueron creadas, es porque han merecido ya antes de nacer una monstruosa condena sin haber hecho absolutamente nada.
8. Esta afirmación entra en contradicción con la justicia divina, hágase el daño que se haga, siempre el fin es el mismo, o como se afirma, no existe una condena. La condena de Judas, la de un dictador que condenó a muerte enviando miles de inocentes a Siberia, la del que fusiló a mansalva contra el paredón, o la del último suicida que no quiere vivir y se arrojó a las vías del tren, no solo tienen el mismo fin, sino que cada uno adolece de una pena correspondiente al daño efectuado. Esto da como resultado que hágase el mal que se haga, siempre da igual, porque el mal resulta igualado. Más aún, se incita al hombre malvado, no a su arrepentimiento, sino a instarlo para hacer mayor daño del que ya hizo.
9. Para estos modernistas a lo “Bergoglio”, la Tradición plasmada en este caso en la Sagrada Escritura es totalmente relativa, a la que no dan ninguna importancia, pues los contradice en cada caso. Algo muy distinto es lo que hallamos al final del Apocalipsis:
El que daña, dañe aún; y el que está sucio, prosiga ensuciándose; pero el justo, justifíquese más y más; y el santo, más y más se santifique. Miren que vengo luego, y traigo conmigo mi galardón, para recompensar a cada uno según sus obras. Queden fuera los perros, y los hechiceros, y los deshonestos, y los homicidas, y los idólatras, y todo aquel que ama y practica la mentira. (22, 11-12 y 15)

Gracias Bergoglio y muchas gracias Scalfari por esta “luminosa” tesis, muy sabrosa para los ateos. Realmente digna de los descartables científicos de este modernismo.
¿A qué esperamos? ¡Viva el gaudium y la lætitia bergogliana!, comamos y bebamos que mañana nos desintegraremos...



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