Mucho
se ha convulsionado la Iglesia con la afirmación del barbudo
Scalfari, quien es “el otro yo oculto” de Bergoglio,
afirmando la inexistencia del infierno.
A
esta afirmación se sumaron todos los herejes con algún tipo de
hábito religioso, hábito que no hace al monje. Así
hemos escuchado que el fuego del infierno no existe, que el demonio
es un mito del mal, que arriba..., que abajo..., que al costado...
La
doctrina católica es como un reloj mecánico, cuando se toca una pieza del mecanismo, todo el conjunto entra en contradicción y deja de
funcionar.
Llevemos
la piedra bergogliana arrojada como un aerolito por el barbudo
Scalfari contra la doctrina, al laboratorio para su análisis
constitutivo.
Dijo
este periodista ateo, sutil predicador bergogliano para el mundo:
No
serán castigadas ... (las almas) que no se arrepienten y por esto no
pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la
desaparición de las almas pecadoras.
1.
Como se puede apreciar, no se habla de hipóstasis personales, sino
de “almas”. El pensamiento de los modernos y de los
dialécticos a lo “Bergoglio”, no da para más; imposible un
pensamiento más profundo, no lo consiguen aunque se lo propongan.
2.
El alma es parte de la naturaleza humana, que se adosa a la
hipóstasis personal, pues toda hipóstasis creada tiene por
necesidad una naturaleza.
3.
En este caso se afirma que si el alma se desintegra, la hipóstasis
personal sigue existiendo, pues el obtuso Scalfari no niega su
existencia eterna, y esta queda sin naturaleza pues se le quita una
parte esencial de la misma; con lo cual nos hallamos ante un absurdo:
una hipóstais personal sin naturaleza de ningún tipo. ¡Realmente
brillantes estos revolucionarios!
4.
Si se toma como “alma”, la hipóstasis personal, (pues estos
modernos no saben distinguir muy bien), se contradice el
primer capítulo del Génesis.
La
desintegración de la persona afirma que el hombre no fue hecho como
icono divino, sino como ser descartable, dadas ciertas
circunstancias. No fue creado a imagen y semejanza de Dios, sino como
icono de la moderna civilización industrial: el ser descartable.
La
cultura, como la llaman ellos, es una civilización descartable:
hoy uso un teléfono portable, mañana lo tiro porque salió otro
mejor, el cual es descartable también hasta el siguiente. Es el
movimiento dialéctico del ser insuficiente, oportuno en un preciso
instante del tiempo y próximo a ser arrojado a la basura en un
futuro inmediato.
5.
Este razonamiento favorece el aborto. Si el ser humano vale tan
poca cosa, da igual desintegrarse mañana que desintegrarse en el
vientre de la madre, pues de todos modos no fue hecho a imagen y
semejanza divina. Atención obispos argentinos, abran los ojos, el
primer abortista, sin afirmarlo con claridad, es el mismo Bergoglio
en unidad de acción lógica con el barbudo Scalfari.
6.
El alma es la existencia eterna de origen divino que se da a la
hipóstasis personal. ¿Cómo puede la persona deshacer algo que
no le pertenece y de la cual adolece todo poder, siendo que Dios la
creó para toda la eternidad? Solo lo puede hacer el ser descartable
llamado hombre, si ahora es nada menos que dios, un dios también
descartable.
7.
Otro absurdo de la tesis Bergoglio-Scalfari consiste en no tener en
claro que una cosa es el fin y otra distinta la condena. No se
puede tomar el fin existencial por una condena; caso contrario las
hipóstasis personales que no fueron creadas, es porque han merecido
ya antes de nacer una monstruosa condena sin haber hecho
absolutamente nada.
8.
Esta afirmación entra en contradicción con la justicia divina,
hágase el daño que se haga, siempre el fin es el mismo, o como se
afirma, no existe una condena. La condena de Judas, la de un
dictador que condenó a muerte enviando miles de inocentes a Siberia,
la del que fusiló a mansalva contra el paredón, o la del último
suicida que no quiere vivir y se arrojó a las vías del tren, no
solo tienen el mismo fin, sino que cada uno adolece de una pena
correspondiente al daño efectuado. Esto da como resultado que hágase
el mal que se haga, siempre da igual, porque el mal resulta igualado.
Más aún, se incita al hombre malvado, no a su arrepentimiento, sino
a instarlo para hacer mayor daño del que ya hizo.
9.
Para estos modernistas a lo “Bergoglio”, la Tradición plasmada
en este caso en la Sagrada Escritura es totalmente relativa, a la
que no dan ninguna importancia, pues los contradice en cada caso.
Algo muy distinto es lo que hallamos al final del Apocalipsis:
El
que daña, dañe aún; y el que está sucio, prosiga ensuciándose;
pero el justo, justifíquese más y más; y el santo, más y más se
santifique. Miren que vengo luego, y traigo conmigo mi galardón,
para recompensar a cada uno según sus obras. Queden fuera los
perros, y los hechiceros, y los deshonestos, y los homicidas, y los
idólatras, y todo aquel que ama y practica la mentira. (22,
11-12 y 15)
Gracias
Bergoglio y muchas gracias Scalfari por esta “luminosa” tesis,
muy sabrosa para los ateos. Realmente digna de los descartables
científicos de este modernismo.
¿A
qué esperamos? ¡Viva el gaudium y la lætitia
bergogliana!, comamos y bebamos que mañana nos
desintegraremos...
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