Calesita

miércoles, 8 de enero de 2020

Tríptico del 6 de enero (III)


El “hodie” de La Teofanía.
De la nueva Luz de la Epifanía, pasamos al agua nueva del bautismo, para que luego del agua primordial surja el vino.
Hodie in Jordane a Joanne Christus baptizari voluit, ut salvaret nos.
Hoy (hodie) en el Jordán (in Jordane) Cristo quizo bautizarse (baptizari voluit) por Juan (a Joanne) para salvarnos (ut salvaret nos), aleluya.
El término Teofanía, se origina del griego Theós (Θεός), Dios y faino (φαιίνω), mostrarse. Estamos ante una manifestación divina, de esas que los racionalistas de todas las épocas, incluidos cristianos, rechazan sin previo análisis, solo por simple prejuicio.
Tal como lo relata la antífona de Epifanía, este es el segundo “milagro” o “portento”.
Nuevamente con Jesucristo, el hombre nuevo, se da la presencia del Espíritu sobre las aguas primordiales representadas por el río Jordán. Este es el río que dividía el destierro del pueblo hebreo, de la tierra prometida. A partir del bautismo de Jesucristo, la nueva agua comienza a generar vida, pero la vida del Espíritu de Dios.
Dice Mario Righetti en su Historia de la Liturgia:
La fiesta de la Epifanía (6 de enero) mira exclusivamente a exaltar la divina manifestación de Cristo en su bautismo del Jordán.
Es llamada por San Gregorio Nacianceno “sancta luminum dies” porque en la noche anterior tenía lugar la solemne bendición del agua y el bautismo de los catecúmenos.
La bendición del agua, posiblemente de río, lago o estanque, tiene lugar todavía hoy la tarde de la vigilia, como prescribió ya desde el siglo V Pedro Fullón, patriarca de Antioquía, usando una magnífica fórmula, atribuida a San Sofronio de Jerusalén (c. 650), pero que probablemente es, en gran parte, anterior a él.
Terminado el rito, todos se proveen de ella y la usan como agua bendita.
Righetti detalla el rito bautismal de los primeros siglos:
En la práctica, la inmersión estaba limitada a la parte inferior de las piernas, que quedaban sumergidas en el agua de la piscina hasta casi las rodillas, mientras el ministro, imponiendo la mano izquierda sobre el bautizando, derramaba con la derecha por tres veces el agua sobre su cabeza, la cual después fluía a lo largo de todo el cuerpo. Los antiguos monumentos confirman esta práctica litúrgica.
Pila bautismal de los primeros siglos
Esta ceremonia se hacía con temperaturas benignas. En oriente en zonas cálidas podía ser en enero, de allí el bautismo en la noche de que precede al día seis; pero no en Roma, donde las temperaturas son fuertemente bajas en esta época; por lo tanto se pasó el bautismo a la primavera, que la tenemos en la pascua florida.
El bautizado se ha vuelto a generar con una segunda naturaleza la que recibe de un segundo nacimiento. Una naturaleza que renace de la vieja naturaleza, pero esta es conforme a Dios.
Observando el icono, Jesucristo ingresa en las aguas primordiales del Jordán. Hasta la misma geografía nos habla de esta depresión. Estamos a 200 metros bajo el nivel del mar, es la imagen del abismo cubierto por las aguas del Génesis 1,2. El inglés que tomó la medida, pensó que tenía roto el aparato. Cristo continúa con su kénosis descendente.
Estamos en un sarcófago acuoso. El bautismo del ser humano, implica la muerte al hombre viejo, y de las aguas primordiales renace el hombre nuevo del Espíritu de Dios. Jesucristo, sin las vestiduras de cuero que Dios otorgó para vestir al viejo Adán (Cfr. Gén. 3,21), se sumerge en las aguas hasta las rodillas, tal como se hacía en el rito de los primeros siglos. Lo que era muerte, ahora es vida.
Dice Mario Righetti en su Historia de la Liturgia (Tomo II):
Jesús, sometiéndose, aun sin pecado, a la ablución simbólica del agua, recomendada por el Bautista, pretendió consagrar para siempre aquel elemento como principio de regeneración espiritual para todos aquellos que lo usasen y como medio para entrar a formar parte del reino de Dios y ser consagrados a él. En efecto, en el bautismo de Jesús se manifestó separadamente toda la Trinidad. El Padre da testimonio de su Unigénito; el Hijo fue acreditado ante el mundo como legado del Padre; el Espíritu Santo, que desciende sobre él, lo consagra en su divina misión. Lógicamente, más tarde, Jesús se referirá a las tres augustas personas en la fórmula oficial del sacramento dada por El a sus apóstoles.
En el hombre, compuesto de alma y cuerpo, hay que distinguir un doble nacimiento: el de la carne y el del Espíritu; con la diferencia de que uno depende de la voluntad del hombre; el otro, de la acción misteriosa de la gracia. A manera de viento impetuoso, el Espíritu de Dios hace germinar, según su beneplácito, la vida sobrenatural en el alma arrepentida de sus pecados, la cual es transformada y regenerada por El.
En el bautismo, el hombre deja de ser un ser puramente pasivo, tal como eran las aguas primordiales; y el Espíritu que es procesión, le imprime su poderosa acción.
Con el bautismo del cristiano se da inicio a la Nueva Creación.
La primera acción, es iniciar todo de cero, por lo tanto se quita el pecado de origen, con sus tres elementos presentados en el Génesis (Cfr. 1,2):
1. Lo informe o bohw (בֹהוּ) hebreo.
2. El vacío o tohw (תֹהוּ) hebreo.
Ambos elementos señalan la falta del ser.
3. Las tinieblas o joshek (חֹשֶׁךְ) para el hebreo que indican lo incomprensible, lo cual cubre la posibilidad de alcanzar la profundidad de todo el misterio cristiano. Es el abismo o thowm hebreo (תְהֹום) que presenta el Génesis.
De este modo un alma pasiva con un Espíritu activo, se sumerge en las aguas primordiales.
Observando el icono, la aparición del Espíritu Santo en forma de paloma, hace alusión al Espíritu del Génesis que aleteaba sobre las aguas. Dirá San Juan Damasceno:
El Espíritu Santo planeando sobre las aguas primordiales ha suscitado la vida, al igual que planeando sobre las aguas del Jordán suscita el segundo nacimiento de la nueva criatura.
Y San Proclo de Constantinopla:
Contemplad estas nuevas y estupendas maravillas: el sol de justicia se baña en el Jordán, el fuego se sumerge en el agua, Dios es santificado por ministerio de un hombre. Hoy toda la creación prorrumpe en este himno: Bendito el que viene en nombre del Señor”.
Considerad este admirable y nuevo diluvio, superior en todo al que tuvo lugar en tiempos de Noé. Porque entonces el agua del diluvio destruyó al género humano; mas ahora el agua del bautismo, con la eficacia que Cristo le comunica al ser él bautizado, retorna los muertos a la vida. Entonces una paloma, llevando en su boca un ramo de olivo, designaba la fragancia del olor de Cristo Señor; pero ahora el Espíritu Santo, al venir en forma de paloma, pone de manifiesto al mismo Señor de la misericordia”1.
En el icono, los ángeles que le sirven son tres, a imagen de la Trinidad, tal como se representa la teofanía en Mambré (Cfr. Gén.18). Todos tienen en sus manos vestiduras blancas, pues los bautizados las llevaban hasta el día domingo siguiente, que en el rito romano, se llama Domingo “in Albis”.
Juan alza una mano para el bautismo y la izquierda hacia la divinidad, es el hombre viejo que espera el hombre nuevo y lo señala, como el Cordero de Dios.
Al pie del icono vemos un arbolillo y un hacha, donde se hace alusión a la predicación de San Juan Bautista:
Ya está el hacha puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. (Mt 3,10).
El árbol termina en una bifurcación de dos ramas, son las dos naturalezas de Jesucristo, la humana y la divina.
Los tres peces que se ven en el Jordán, son los cristianos nacidos en el bautismo. Recordemos que en los primeros siglos, se distinguían y se daban a conocer por el pez, que en griego se dice ijtys (ΙΧΘΥΣ), el cual era un acróstico que señalaba a Jesucristo.
Leemos en el acróstico: Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador.

Como dice Tertuliano:
Nosotros, pececillos, que tomamos nuestro nombre del que es el ἰχθῦς, Jesús el Cristo, nacemos en el agua y sólo permaneciendo en esta somos salvados. (De Baptismo I, 3)
Así fue profetizado:
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (Ez 36, 25-27).
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1 De las Disertaciones de san Proclo de Constantinopla, obispo (Disertación 7, En la santa Teofanía, 1-3: PG 65, 758-759).

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