El
“hodie” de la Epifanía
Con
este “hodie”,
entramos en en el primer misterio. Continúa la antífona de Epifanía
que precede al Magnificat:
Hodie
stella Magos duxit ad præsepium:...
Hoy
(Hodie) la estrella
(stella) condujo (duxit) a los Magos (Magos) al pesebre (ad
præsepium).
El número tres se emplea en todo este ciclo. Tal como lo vemos en el icono: A la derecha, el tres de la Sagrada Familia, a nuestra izquierda el tres de los magos, y en sus manos los tres regalos: el oro como signo que reconoce la realeza de Jesucristo, el incienso como señal que reconoce su sacerdocio eterno y la mirra como símbolo donde se preanuncia la redención.
El
nombre epifanía surge del griego epí (επί) sobre, arriba; y
faino (φαιίνω) mostrarse; mostrarse arriba, desde lo alto. Tal
como lo observamos en nuestros pesebres surgidos de San Francisco de
Asís; la Navidad se une a la epifanía, donde los Magos siguen la
Luz hasta adorarla en Jesucristo. De allí que la fiesta de Navidad,
en sus inicios se celebraba en ciertos lugares el 6 de enero.
La
Nueva Creación sigue el esquema del Génesis. En el primer día
se crea la Luz (1,3) y esta es la que vemos en epifanía. Es la Luz
que llega a las naciones. Es la Luz que adoran los Magos.
Dice
el papa San Gregorio en su Homilía 10 sobre los Evangelios:
En
el nacimiento del Redentor, un ángel se apareció a los pastores de
Judea, mientras no un ángel, sino una estrella guió a los Magos de
Oriente a adorarlo. Esto es así porque los Judíos, haciendo uso de
la razón para conocerlo, era correcto que debía predicarlo una
criatura razonable, es decir, un ángel: mientras que los gentiles,
porque no sabían usar la razón, fueron llevados a conocer al Señor,
no por una voz, sino con los signos. Desde donde también Pablo dice:
"Las profecías se dan a los fieles y no a los infieles; los
signos por el contrario a los infieles y no para los fieles" (1
Cor. 14:22). Y así a unos son dadas las profecías, porque eran
fieles, no a los infieles; y a estos son dados los signos, porque
eran infieles y no fieles.
Este
es el primer “prodigio” dentro del tiempo del “hodie”, el
signo de la nueva luz que alumbra una tierra nueva:
¡Cómo
rebosa de felicidad la fe de los magos al ver reinar en aquella
Jerusalén celestial a quien ellos adoraron cuando lloraba en Belén!
Aquí lo vieron en un albergue de pobres, allí en el palacio de los
ángeles; aquí en pañales como uno de tantos niños, allí en el
esplendor de los santos; aquí en el regazo de su Madre, allí en el
trono de su Padre. La fe de los bienaventurados magos mereció
ciertamente ser recompensada con tan feliz visión, pues aun cuando
no vio en el Niño sino un ser débil y despreciable, sin embargo no
se escandalizó y no desdeñó adorar a Dios en hombre y al hombre en
Dios. Sin duda había brillado en sus corazones la estrella nacida de
Jacob (Núm. 24,17), la estrella de la mañana, el lucero que no
conoce ocaso (Pregón pascual), que también había hecho brillar
exteriormente a la estrella indicadora de su nacimiento matutino. En
este sentido se puede entender convenientemente lo que está escrito
en Salomón:
«La
senda de los justos es como una luz brillante que va en aumento y
crece hasta el mediodía.» (I Cor. 13,1)
Primero
los magos entraron en el camino de la justicia siguiendo la luz del
astro brillante, bajo cuya guía progresaron hasta ver el nuevo
nacimiento de la luz matutina; y finalmente llegaron a contemplar el
rostro del sol de mediodía rutilante en el día de su poder. 1
1
Guerrico de Igny. Sermón 12,4.
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