No es
fácil ser sofista, para esto se requiere práctica y tiempo, y
Bergoglio la tiene. Como ya dijimos el sofisma se parece a la verdad,
pero es mentira. El sofisma de la serpiente engañó a la Mujer, que
comió en el Edén del fruto de la muerte. Los sofismas de Bergoglio
engañan a los durmientes de este edén y comen de esta vieja
serpiente.
¿Cuál
es el nuevo sofisma? Lo relata la oficina de prensa en las palabras
que Bergoglio dio a los participantes en la peregrinación de la
arquidiócesis de Benevento, con motivo del centenario de la
aparición de los estigmas permanentes de San Pío, y del cincuenta
aniversario de su muerte. Dice Bergoglio a los peregrinos:
...Padre
Pío. Se distinguió por la firme fe en Dios, la firme esperanza en
las realidades celestiales, la generosa dedicación a la gente, la
fidelidad a la Iglesia, que siempre amó con todos sus problemas y
sus adversidades. Me detengo un poco en esto.
Amó
a la Iglesia, con tantos problemas que tiene la Iglesia, con tantas
adversidades, con tantos pecadores. Porque la Iglesia es santa, es
esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia, somos todos
pecadores, ¡y algunos grandes! – pero él amaba a la Iglesia tal y
como era, no la destruyó con la lengua, como está de moda hacerlo
ahora. ¡No! El ama. El que ama a la Iglesia sabe perdonar, porque
sabe que él mismo es un pecador y necesita el perdón de Dios.
Y
yo también "me detengo un poco en esto".
Afirma la dialéctica de Bergoglio en su tercer principio, que la
realidad es superior a la idea.
Por lo
tanto, la realidad de la Iglesia del Santo Padre Pío, era muy
distinta a la crisis de la Iglesia presente, en la cual nos metió
este inútil jesuita, siempre incapaz para resolver los problemas que
se le plantean.
Tanto aquella, como esta son
dos realidades distintas, por lo tanto el juez Bergoglio, no
puede juzgar a los críticos de hoy que le señalan sus garrafales
errores, amparándose en la Iglesia de hace más de medio siglo.
Los
papas de la iglesia del Padre Pío no dividían, no insultaban los
católicos, no aportaban confusión entre los creyentes, no mentían,
no ocultaban hechos, no decían una cosa para hacer lo opuesto, no
ensalzaban los corruptos en altos cargos...
¿Y
quién le dijo a este jesuita ignorante que el Padre Pío no
criticaba por amor, la Iglesia de su tiempo? Sus ironías al
Vaticano II, su voluntad de no doblegarse a los cambios litúrgicos
de su tiempo dicen todo lo contrario.
Ignorancia
y realidad, dos componentes que Bergoglio pasa por alto, pues para
él, somos los tontos de esta iglesia.
Sigue
el maestro sofista:
...,
porque el Señor quiere arreglar bien las cosas pero siempre con el
perdón: no podemos vivir una vida entera acusando, acusando,
acusando a la Iglesia.
Nuevamente... "me detengo un poco en esto".
Bergoglio
se pone en el único intérprete de Jesucristo. No existen otros
intérpretes. El absolutismo de Bergoglio dicta que él es la
Iglesia; el resto no somos Iglesia, vaya a uno a saber lo que somos.
Que el
perdón es necesario, nadie lo discute. Pero para que haya perdón
debe existir arrepentimiento, confesar el pecado y hacer penitencia.
Si este pecado es público, se debe pedir perdón en público y hacer
penitencia pública. Si el pecador no se arrepiente debe ser anatema.
Los
anatemas de Bergoglio solo existen con aquellos que celebran la Misa
en latín.
Hoy la
realidad de esta revolución vaticana afirma con claridad que quien
quiere ocupar altos cargos, debe ser homosexual o no atacar esta red de pederastas. Lo dicen sus asensos a los altos cargos de la
Iglesia, como Cupich, Farrell, Coccopalmerio, Parolin, Paglia, Forte,
etc., etc.
Sigue
nuestro ilustre sofista:
¿El
oficio de acusador de quién es? ¿Quién es el que la Biblia llama
el gran acusador? ¡El diablo! Y aquellos que se pasan la vida
acusando, acusando, acusando, son: no diré hijos, porque el diablo
no tiene ninguno, sino amigos, primos y familiares del diablo. Y no,
esto no va, debemos señalar los defectos que corregir, pero en el
momento en que se señalan los defectos, se denuncian los defectos,
se ama a la Iglesia.
Otra
vez... "me detengo un poco en esto".
Lógicamente,
existe el gran acusador, Mons. Viganò, que es lo que al pobre jesuita
le revuelve las tripas, debiendo hacer silencio porque no tiene una
realidad para responder, por tal motivo lo llama demonio, pues es
su odio contenido desde el fondo de su estómago, que no puede
vomitar libremente. Da pena ver sangrar al jesuita por esta herida.
Por
otro lado, una cosa es acusar, otra cosa pedir. Yo no acuso, pido. ¿Y
qué pido? Que toda la red de corruptos homosexuales sea anatema y no
que ascienda a los altos cargos. Como dice san Pablo, entregar todos
estos cuerpos putrefactos al demonio, para que puedan salvar el alma.
Y
sumamos otro sofisma:
Sin
amor, eso es del diablo.
Y...
"me detengo un poco en esto".
El
amor no es caricia, y muchas veces debe ser corrección, advertencia
y en casos de impenitencia manifiesta, anatema. El anatema, es amor.
El
diablo no corrige, no advierte, no practica el anatema, como hace
Bergoglio, su hijo.
Y
vayamos al último sofisma:
Ambas
cosas tenía San Padre Pío, amaba a la Iglesia con todos sus
problemas y sus adversidades, con los pecados de sus hijos.
Y
por último... "me detengo un poco en esto".
El
Santo Padre Pío no amaba los pecados de sus hijos, sofisma puro “a
lo Bergoglio”.
Ahora
pregúntense por qué Bergoglio vacía las plazas y las iglesias, a
tal punto que al ver estos concurrentes exclama sorprendido:
¡Buenos
días! ¡Sois tantos los que habéis venido, parece una canonización!
¡Pobre
jesuita! Ya no ve las multitudes de sus inicios. ¿Por qué será?
¿Esto también es del demonio?
Yo le
propongo una solución a este peronista. Haga como su amigo Fidel
Castro, obligue a los fieles a concurrir, y así podrá llenar a
plaza y la basílica para decir:
¡Buenos
días!
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