Soledad
es lo que siente el militante católico argentino ante su jerarquía
que le dio la espalda, y se burló de él cuando más la necesitaba.
Todo
se inició con la iniciativa del ateísmo occidental, buscando
despenalizar el aborto en Argentina.
La
primera reacción de la cabeza eclesial fue la de Ojea, pidiendo que
se discutiera “a fondo”. Nuevamente profetizó, esta burra de
Balaam. Más a fondo no pudo haberse discutido y se le dio media
sanción a la despenalización.
Contra
esta profecía salió un obispo del interior de Córdoba, afirmando
con sensatez, que sobre este tema no había nada que discutir.
Y para
cerrar el círculo, el episcopado reunido, bajo libreto de Bergoglio,
afirmó, ¡oh novedad!, que la Iglesia estaba muy preocupada.
Para
bajar los aires de superioridad de esta “Iglesia”, los hijos de
Moloch, le recordaron que los obispos percibían sueldos del estado,
con lo cual bajaban los obispos a la jerarquía de simples empleados
estatales.
Luego los golpearon donde más les duele, afirmando que podían suspender el
subsidio a los colegios privados, en su mayoría católicos.
En el
devenir de los acontecimientos, bien recitado por Ojea el libreto
bergogliano, esta jerarquía nunca fue un cuerpo, sino una sombra
tétrica que se alarga hasta el abismo. Todo fue razonamiento a nivel
humano. Aquí parece que Dios ya no existe.
Sacando
honrosas excepciones, este deshilachado cuerpo de obispos, nunca
estuvo a la altura de las circunstancias.
En
tanto el presidente argentino, conociendo de antemano que esta
jerarquía eclesiástica no posee agallas, afirmaba su propia
estupidez, explayando que él defiende la vida, pero que no se la
impone a los demás; por supuesto, son los hijos internacionales de
Moloch los que se la imponen a él.
De
este modo llegamos al clímax de los acontecimientos, donde el
militante católico acampaba en la calle y se turnaba en oraciones;
mientras tanto en Roma, a la misma hora, Bergoglio encendía velas a
su ídolo, la cultura; esta vez representado por un redondo cuero
inflado. Por ello hablaba de fútbol. Así fue percibido en el mundo
católico, este despreciable “papa”.
Y para
agregar una píldora de confusión, abrió Bergoglio algún libro de
historia, de esa historia que él predica, pero que ignora por
completo, y salió hablando de nazismo y de espartanos. Había de
algún modo que disimular el contraste de su torpe figura con el
militante católico. Con esto dejaba fuera de terreno a Ojea que
cumplió fielmente el libreto bergogliano.
La
conclusión es simple. Bergoglio firmó la paz con los hijos de
Moloch, paz que el militante católico nunca firmará. El combate
continúa. Esta jerarquía episcopal argentina, forma parte de la Iglesia de la neutralidad.
¿Quién
vive ahora en soledad, el militante católico que fue traicionado por
su “papa” o el “papa” de quien huyen sus católicos?
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