Es el profeta un enviado divino que busca dividir las aguas en dos. Como la figura de Moisés, es quien debe cruzar un mar para llegar a un desierto estéril y odiado. Tras sus espaldas estarán siempre las tropas del faraón, del statu quo que trata de alcanzarlo para que no avance.
La Escritura establece este impedimento, como uno de los fines específicos de la profecía:
«Y El me dijo: Ve y di a ese pueblo: Oíd, y no entendáis;" ved, y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos, cierra sus ojos. Que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda su corazón, y no sea curado de nuevo.» (Isaías 6,9-10)
Quien se opone a la profecía, es siempre la autoridad, pues entiende que distorsiona el orden existente. El statu quo depende siempre de su autoridad, la cual siempre exige obediencia plena para mantener el supuesto orden al cual piensa haber llegado. La autoridad es racional, jamás mística, por cuyo motivo comienza por ridiculizar la profecía. Luego pasa a razonarla para ver su inconsistencia y por último la vitupera, pues se le abre un frente de oposición, al que analiza como un suceso irracional.
Mística y razón, no siempre van unidas, muchas veces se enfrentan hasta llegar a la sangre. El profeta siempre paga con su vida la profecía que se le mandó decir.
Quienes le dan muerte, son los mismos que se lamentan por la muerte de los profetas que los han precedido:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos a los justos, y decís:
–Si hubiéramos vivido nosotros en tiempos de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices suyos en la sangre de los profetas.» (Mat, 29-30)
Dicen no ser cómplices de la muerte de los anteriores profetas, pero son cómplices del maltrato de los profetas presentes, por eso sigue el Evangelio:
«Ya con esto os dais por hijos de los que dieron muerte a los profetas.» (Mat, 29,31)
Aquí la afirmación “ser hijo” no implica ser hijo de la sangre, sino de la misma actitud de sus antepasados. Por tal motivo se siguen enviado profetas y esta es su finalidad:
«Por esto os envío yo profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar.» (Mat, 34-35)
El profeta plantea una distinción tajante que se hace entre el statu quo y el “resto” que acepta la profecía. El mismo planteo lo hallamos en la predicación de Jesucristo. La base de la misma es la Parábola del Sembrador (Mat. 13), donde se coloca un velo a los misterios para que estos no sean vituperados por el statu quo. Una actitud contraria al presente, donde por un falso pastoralismo, se muestra todo hasta el burdo manoseo.
Este velo de las parábolas, es el mismo que separaba el Sancta Sanctorum del resto del templo. Y así se lo expone a los discípulos Jesucristo:
«A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos no. (11)»
De este modo, la profecía oculta, divide, da y quita, enriquece y empobrece:
«Porque al que tiene, se le dará más y abundará, y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado. (12)»
Tal como se planteaba en el Antiguo Testamento:
«Por esto les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.» (13)
El antiprofetismo
El artificioso relato del Profeta Jonás, se presenta en las Sagradas Escrituras dentro del género literario del midrash. Un hermoso relato que trae una serie de enseñanzas sobre las profecías. Entre otras cosas, la narración se constituye en lo que una profecía no es, ni puede ser. No es que sea Jonás un falso profeta, sino un profeta que actúa en sentido opuesto al “resto”.
Desde su llamada a la vocación de profeta, Jonás no obedece. Actúa de acuerdo al statu quo. Isaías pide ser enviado:
«Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá de nuestra parte? Y yo le dije: Heme aquí, envíame a mí. »(Isaías 6,8-10)
En cambio, Jonás, un antiprofeta del statu quo, hace todo lo opuesto de Isaías, huye:
«Levantóse Jonas para huir lejos del Señor a Tarsis, bajó a Jope y halló un barco que estaba para ir a Tarsis. Pagó el pasaje y entró en él para irse con ellos a Tarsis, lejos de Señor.» (3)
A falta de un aumentativo, tres veces se repite la meta de Jonás: “a Tarsis,... a Tarsis,... a Tarsis”. En otros términos, a lo más recóndito de la geografía. El “lejos del Señor”, abre y cierra la perícopa.
Jonás no espera la purificación de todo profeta, la cual actúa como forma de bautismo:
«Uno de los serafines voló hacia mí, teniendo en sus manos un carbón encendido, que con las tenazas tomó del altar, y, tocando con él mi boca, dijo: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido quitada, y borrado tu pecado.”» (Is, 6, 6-7)
«Me llegó la palabra del Señor, que decía: Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos.» (Jer, 1,5)
Desobedecer la llamada, es huir. La huida de Jonás es por mar, el agua que cubre los abismos del infierno, creyéndose a salvo sobre una barca. A Jonás lo poco que se le dio le fue quitado, pues viendo no veía, oyendo no oía, hasta el punto de quedar dormido en medio de la borrasca. La muerte es la única oportunidad que le queda para la huida, y así sucede. La consecuencia es inevitable y el Monstruo que lo devora es el habitante del abismo de las aguas. Su oración en las entrañas del monstruo, es el reconocimiento de una sombra en el Hades:
«He clamado desde el seno del sepulcro, y tú, ¡oh Señor!, has atendido mi voz.»(Jon, 2,2b)
«He descendido hasta las raíces de los montes; los cerrojos o barreras de la tierra me encerraron allí dentro para siempre, mas tú, ¡oh Señor, Dios mío!, sacarás mi vida, o alma, del lugar de la corrupción.»(Jon,2,6)
Solo luego de una oración de arrepentimiento saliendo de su statu quo, es vomitado sobre la playa.
Sin embargo su antiprofetismo avanza. Nínive era la ciudad más odiada en oriente, no tanto para los judíos, pues podía competir en odio con Moab. Su predicación sigue la línea de los otros profetas, la destrucción total del enemigo, con un agravante, Jonás le pone fecha, cosa que un auténtico profeta no haría jamás:
«De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.»(Jon,3,4)
Muy distinta fue la primera orden del Señor:
«Levántate y ve a Nínive, la ciudad la grande, y predica en ella que ha ascendido el clamor de su maldad a mí». (Jon. 1,2)
En ningún momento se habla de la destrucción de Nínive. Jonás no predica lo que Dios le manda, predica lo que él interpreta que se le mandó. No lleva en sus labios lo que se afirma en Jeremías:
«He aquí que pongo en tu boca mis palabras.» (1,9)
Contrariamente a lo que sucedía en Judea, el statu quo de los ninivitas, cree en la profecía y ayunan para evitar la destrucción. La penitencia abarca una totalidad insólita dentro de la sociedad, pues va desde el rey hasta los animales. Después de todo, un mes pasa pronto:
«En seguida se publicó en Nínive una orden del rey y de sus principales magnates que decía: Ni hombres ni bestias nada coman; no salgan a pacer ni a beber los bueyes y ganados; hombres y bestias cúbranse con sacos y arreos de luto, y clamen aquellos con todo ahínco al Señor, convirtiéndose cada uno de su mala vida e inicuo proceder.» (Jon,3,7-8)
La destrucción no se produce. Estamos ante una profecía con fecha, la cual como era de esperar, no se cumplió. Jonás, profeta del statu quo hebreo, se siente como lo que es, un antiprofeta. Nadie lo persigue, nadie lo mata, nadie lo vitupera, por el contrario, le creen, algo insólito. Entonces pide a Dios que le quite la vida, pues ahora se siente un falso profeta:
«Señor, te ruego que me quites la vida, porque para mí es ya mejor morir que vivir.» (Jon, 4,3)
Desde el inicio del relato, Dios y Jonás están enfrentados en todo. En su vocación, en su mensaje, en su resultado, en lo que cada uno espera de una ciudad odiada. Jonás expone su mezquindad, Dios su magnanimidad.
El aparicionismo
El statu quo de una iglesia ya al borde del cisma, inventó el término de “aparicionismo” para vituperar, denostar y desechar las manifestaciones marianas. Las videntes, como todo profeta del Antiguo Testamento, fueron perseguidas, humilladas y hasta recibieron la muerte. El mejor ejemplo es la hermana Lucía de Fátima, muerta y reemplazada por una impostora.
El statu quo eclesial, no conoce límites cuando se siente amenazado. Con su raciocinio enfrenta sin tapujos toda manifestación mística e intenta borrarla por completo, pues esta, ya no es su aliada, sino su enemiga acérrima. La mezquindad de Jonás, es el mejor espejo de estos personajes.
Ellos obligan a la vidente para que huya a Tarsis si es llamada; si no lo hace la tiran por la borda de la barca de la iglesia, si continúa, que se la trague el monstruo de la muerte; si profetiza, que ponga día y hora; si expone, que no revele; si habla, que no publique; si publica, que sea lo más privado posible. El statu quo eclesial, nunca tiene la iniciativa y por ende juega al contragolpe. De este modo se sientan, a esperar su fracaso bajo la sombra de la hiedra de Jonás, muy enojados, pues Dios no los ha elegido a ellos. Ni prelados ni fieles ayunan; no por supuestas advertencias, sino por método de cuerpo, es decir, por su statu quo decadente.
Para ellos es un placer amordazar el Espíritu. Solo por ellos debe hablar Dios. No admiten terceros. Ellos son los dueños de la Iglesia. De este modo, viendo no ven, oyendo no oyen, hasta el punto de quedar dormidos en medio de esta espantosa crisis, que como la tormenta de Jonás, amenaza engullir la barca. Como Jonás, no solo duermen (εκαθευδεν), sino que roncan (ερρεγχεν). (Cfr. Jon, 1,5)
Siempre buscan la actitud empobrecida de los misterios que están velados a sus ojos, de allí su afán de dividir. ¿Y cuál es resultado final de esta actitud?
En los momentos actuales, la división entre “resto” y statu quo, implica un cisma.
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