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lunes, 14 de julio de 2025

La Revolución Romántica: El Mesías de la Modernidad


Continuando con nuestra metáfora de la Kritic, llegamos a la super salchicha romántica, embutida por Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), con carne picada por Herder, Fichte y su compañero Schelling.

Hegel es otro luterano surgido de un hogar pietista. Sus primeros conocimientos filosóficos le vienen de la filosofía de Christian von Wolff y Kant. En Tubinga estudia teología.

Fue compañero de Hölderlin y Schelling, quienes compartieron su entusiasmo por la antigua Grecia. En 1792 quedaron encandilados con la Revolución Francesa. La cosa fue tan evidente que tanto Hegel como Hölderlin fueron tachados de “jacobinos” y juntos, estos estudiantes de teología, plantaron el árbol de la libertad, en honor a la “diosa Razón”.

Lentamente rechaza el kantismo, lo cual seguramente era norma de este círculo de amigos. Es que la “salchicha” de marca Kant ya no entraba en la dieta, por insípida.

Fue cuando pensó lo que dejó escrito en sus manuscritos:

Un espíritu superior enviado del cielo tiene que instaurar esta nueva religión entre nosotros; ella será la última, la más grande obra de la humanidad.

De este modo se sintió como el “espíritu superior” que debía “instaurar una nueva religión”, y así lo hizo.

Al dejar el seminario, Hegel trabajó como tutor privado en Berna. Allí junto al capitán von Steiger cuya biblioteca poseía todas las obras de dicha época, asentó las bases de su “filosofía”.

En 1801 llega a Jena y toma partido por la filosofía de su compañero de estudios, Schelling, en contra de Fichte y su Yo trascendental.

En esta “Florencia romántica”. El círculo de intelectuales se reunía con los hermanos Schlegel. La tertulia, no solo era el lugar de veladas para intelectuales, sino el lugar donde los hombres se llevaban la mujer del prójimo. O mirado desde el feminismo moderno, era el lugar donde las mujeres hartas de sus maridos, elegían otro menos aburrido que se las llevase. Así tenemos a Dorotea Veit, hija del filósofo judío Mendelssohn. Deja al banquero Simón Veit para irse con Friedrich Schlegel.

Otro caso es la Caroline Michaelis, quien fue el alma e intriga de las tertulias. Era viuda de Böhmer. Fue encarcelada en Maguncia por sus opiniones políticas jacobinas, mientras estaba embarazada de un joven oficial francés. August Schlegel se casó con ella en 1796 y se mudaron a Jena. Junto a ellos se unió su hermano, Friedrich Schlegel (1772-1829), un afiliado a la masonería. Entre los tres con sus tertulias promovieron las ideas románticas

Las malas lenguas, decían que luego de la presencia de Caroline, era necesario incensar el ambiente, pues se percibía como un cierto paso del maligno. Las variopintas opiniones de este grupo romántico fueron publicadas en Athenaeum por los hermanos Schlegel.

Por esta fugaz “Florencia romántica” pasaron Johann Fichte y Goethe de quien se dice sin pruebas, (y posiblemente sean puras habladurías), que Augusta, la hija de Caroline, era obra suya, cuando aún vivía su marido, Bohmer. Estuvo Novalis (Friedrich von Hardenberg), Alexander y Wilhelm von Humboldt, Johann Wilhelm Ritter, el pastor luterano Friedrich Schleiermacher, Sophie Mereau y su esposo Clemens Brentano, quien posteriormente escribirá las visiones de Ana Catalina Emmerik. Ludwig Tieck. También ingresó el joven Friedrich Schelling con quien Caroline mantendrá un romance. En 1803 se divorciará de Schlegel y a pesar de ser 12 años mayor, se casará con él.

En 1803, este faro romántico se fue apagando lentamente. A Fichte lo echaron por Atheismusstreit, o disputa sobre su ateísmo. Goethe y Schiller estaban a 37 km, en Weimar y Schelling se había mudado con Caroline, pues el escandalete no tardó en ser público.

Hegel había abandonado sus anteriores trabajos de tutor, poseía una mísera pensión por ser profesor honorario. Estaba en la miseria y con un hijo natural de la mujer donde se hospedaba.

Se percató que sin la publicación de un libro, no sería tomado en cuenta. En estas condiciones escribió Fenomenología del Espíritu. Con el paso de los días cambiaba los textos presentados al editor. El último capítulo fue escrito a las apuradas bajo el sonido de los cañones napoleónicos que retumbaban en su cuarto. Luego abandonó la vivienda, pues llegaron los soldados franceses al pillaje. En este desorden entregó el final del libro a su editor.

El espíritu del mundo

Del Espíritu individual para la interpretación de la “Biblia” que vio el luteranismo, nacen los espíritus de la Kultur que vio Herder. Los vio crecer dentro de la geografía de cada pueblo. Espíritus que filosofaban poéticamente con Fausto.

¿Pero qué es el espíritu?

El espíritu, para Hegel, no es pensamiento puro, sino un pensamiento objetivándose a sí mismo. Tampoco es subjetividad pura porque a sí mismo se hace un objeto.

El pensamiento del espíritu no se pierde en el objeto. Se conserva en el objeto, porque pertenece el objeto a la esencia del pensamiento.

En términos profanos y caricaturescos, se diría que si pienso en una silla, la silla queda picada en la salchicha del pensamiento “silla”. Por lo tanto, cuando pido una salchicha “silla” con chucrut, me la sirven en el plato con dicha silla sobre él.

Ahora nacerá otro Espíritu, el que los resume a todos, y este fue su glorioso nacimiento entre las calles de la ciudad.

En 1806 se da la batalla de Jena contra Napoleón. Es la derrota de la cuarta coalición. Hegel observa impactado a Napoleón cabalgando por Jena. La admiración por su figura lo concibe como una encarnación ejemplar del alma del mundo sobre su equino.

Este choque no fue anecdótico, sino que se transformó en un principio metafísico. De este modo, luteranismo, romanticismo y revolución francesa se hacían filosofía, o mas bien, una nueva teología. Nacía a su modo, un nuevo αρχη, el nuevo Anfang. Este espíritu no era un ser espiritual, sino intelectual, pues era la “razón en la historia”. Esta razón no está en lo espiritual, ni en lo material, está en la mente, en la idea. Esto provocará, que tanto la historia como la materia, sean razón y funcionen con el mecanismo del razonamiento.

Con este nuevo Anfang, Hegel destruye toda la teología luterana, para que la misma quede sujeta a la filosofía. Es el resultado lógico de una enseñanza pietista que tanto a él como a Hölderlin le resultaron insoportables.

Pero algo se debía hacer con el cristianismo mal aprendido por el torpe luteranismo, ¿cómo se lo hacía filosofía? Y Hegel no nos defrauda.

Dios-Padre es un Absoluto. Pero este absoluto tiene una conciencia, igual a la humana (!). En un momento determinado, este Absoluto “toma conciencia” de sí mismo como idea eterna e indestructible. Esta “toma de conciencia” consiste en verse como su ich.

Esto se parece a una ridícula traducción hegeliana, al planteo occidental de San Agustín sobre la Trinidad. Este conocimiento genera el Verbo o el Logos divino, igual a Él mismo. Traducido al hegelianismo, esta toma de conciencia genera una alteridad, lo otro, o sea la creación, la Natur, el No-ich, la cual se identifica con el Verbo.

Tanto Goethe como Hegel, no logran comprender al Logos evangélico. Si en Goethe era engendrado por la acción, aquí el Logos es acción. Esta acción es una encarnación del Logos, es Dios que “se hizo mundo”. O como diría el jesuita luterano Bergoglio, es el “Jesús” que “se hizo pecado”. Por lo tanto, el Cristo no viene a ser otra cosa que el hecho de haber “tomado conciencia” para “hacerse mundo” y siendo “mundo”, será “pecado” para Bergoglio. Este es el primer proceso, ahora se debe realizar otro proceso: el regreso del “mundo” al Absoluto.

Por lo tanto, Dios no es el motor inmóvil de Aristóteles, sino todo lo contrario, es el devenir, es el movimiento, es la evolución que tanto predicaba Herder. Es ese Espíritu de Dios que regresa al Absoluto, y dicho regreso se enmarca en la Historia. No deja de ser una reconciliación dialéctica de los extremos, donde todo funciona con el mono mecanismo de la idea.

Por lo tanto, en la interpretación del “pietista” Bergoglio, el pecado también regresará al Absoluto. Es el "misericordismo" activo.

Todo este sofisma, no es mas que un globo, y quien lo pincha, es el ateo Schopenhauer:

Hegel, instalado desde arriba, por los poderes fácticos, como el Gran Filósofo certificado, fue un charlatán insulso, insípido, nauseabundo e iletrado, que alcanzó la cima de la audacia al garabatear y difundir los disparates más disparatados y desconcertantes. Estos disparates han sido proclamados ruidosamente como sabiduría inmortal por seguidores mercenarios y aceptados como tales por todos los necios, quienes así se unieron en un coro de admiración tan perfecto como jamás se había escuchado. El amplio campo de influencia espiritual que Hegel recibió del poder le ha permitido lograr la corrupción intelectual de toda una generación.


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