por Tony Velázquez Ruiz
Luego de leer este artículo que viene a continuación, en Silere non possum 1, nos preguntamos si no llegó la hora de cuestionar la forma como se eligen los obispos. Los resultados están a la vista. Luego del paso de Paco I, y ahora con la continuidad de Bob, (Paco II), vemos una jerarquía de incompetentes e incapaces. Cuando no son seres desquiciados moralmente, los vemos humanamente desequilibrados. Sin doctrina ni ciencia. Sin capacidad ni humildad.
Es inútil, si están infiltrados por las logias, no pueden ser seres, al menos algo normales. No me pidan ejemplos, los tienen a su vista. ¿Quién eligió a Paco I? ¿Quién eligió a Paco II?
¿Qué sistema era el mejor para elegir obispos?
San Ambrosio fue elegido obispo de Milán por el clamor popular, al grito de un niño que lo propuso. Ambrosio era catecúmeno, significa que ni siquiera había recibido el bautismo.
¿No llegó la hora que los sacerdotes dejen de ser convidados de piedra ante la impunidad de ciertos jerarcas, y se les imponga al menos un consejo que los calme un poco?
He aquí el artículo mencionado, que compartimos plenamente:
«Criterios invisibles: el superior no discierne, premia.
Hay un malestar profundo, tangible, que atraviesa el ánimo de muchos sacerdotes. Un clima pesado, silencioso pero penetrante. También se percibe entre los laicos, sí, pero es en el clero donde se manifiesta con mayor intensidad, porque son precisamente los sacerdotes los primeros en sufrir sus consecuencias. Bajo la pátina de las buenas maneras eclesiásticas, serpentean insatisfacción, frustración, a veces auténtica desesperación.
Como ya denunciamos en nuestro reciente artículo sobre el derecho a la defensa, al publicar el documento de la Association of United States Catholic Priests, hoy en las diócesis se vive en el arbitrariedad diaria. Las reglas se han vuelto opcionales, la praxis está dominada por el capricho. Cada uno actúa como quiere, según simpatías, miedos y conveniencias. El problema no es solo jurídico, sino antropológico: falta un criterio.
Meritocracia abolida
La crisis no nace solo de superiores incapaces de reconocer los carismas de sus sacerdotes y potenciarlos. El drama más sutil, y también más trágico, es la promoción de amigos, conocidos, adeptos de su propio círculo mágico. Figuras colocadas en puestos delicados sin que nadie sepa —o pueda decir— cuáles son sus competencias reales. Es el reino de la cooptación, no de la vocación. Y así, mientras el mérito es ignorado, se premia la amistad, la fidelidad servil o la capacidad de halagar al que manda.
Esto genera un descontento que se expande como una mancha de aceite. Incluso cuando un sacerdote cambia de diócesis —quizás porque en la de origen ha vivido dificultades, acusaciones o calumnias— es sagrado que pueda empezar de nuevo. Pero empezar, precisamente. No ser catapultado al pedestal. Porque sucede, en cambio, que estos presbíteros son inmediatamente nombrados directores espirituales, predicadores de ejercicios para el clero, secretarios del obispo, vicarios generales. En una palabra: se les entrega el timón del barco sin haber navegado jamás en aguas tranquilas. La base los mira con sospecha, a veces con rabia. Y no sin razón.
Presbíteros desintegrados
Cada diócesis tiene su propio humus eclesial, un equilibrio complejo de dinámicas internas. El presbiterio debería ser una comunidad viva, capaz de autoalimentarse y autogobernarse, sin tener que importar liderazgos externos ante cada soplo de viento. Pero si quien tiene capacidad es ignorado, despreciado o simplemente dejado a pudrir en alguna parroquia periférica, la estructura colapsa. Esto también vale para el seminario: si un obispo no es capaz de hacer que su seminario genere vocaciones suficientes para sostener la diócesis, evidentemente hay algo que no funciona. Acoger seminaristas o sacerdotes de otras realidades puede ser, a veces, necesario, pero debe hacerse siempre con atención y discernimiento. Es necesario evaluar seriamente si esas personas son realmente adecuadas para esa Iglesia particular y para ese presbiterio. Y estas evaluaciones deben ser espirituales y humanas, no dictadas por lazos de amistad de larga data, ni por recomendaciones o presiones del poderoso de turno.
El obispo, padre y pastor, debería ser el garante de la integración de estas personas, no quien la compromete torpemente. Cuando introduce a un sacerdote externo en un rol principal, sin gradualidad, sin diálogo, sin transparencia, socava la cohesión. Los presbíteros lo sienten, lo ven, y reaccionan. A veces con cierre, otras con celos y venganza.
El mal de las redes sociales y las “conexiones tóxicas”
Mientras tanto, en el panorama eclesial, la virtud de la amistad ha dejado espacio al veneno de la connivencia. Se habla mucho de fraternidad presbiteral, pero las relaciones se estrechan cada vez más en base al chisme compartido. Hoy no se es amigo porque se crece juntos, se es amigo porque se habla mal juntos de la misma persona.»
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1 https://www.silerenonpossum.com/es/criteriinvisibili-il-superiorenondiscerne-premia/
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