Calesita

jueves, 22 de agosto de 2019

El esperpento de la inclusión


Donde se habla de inclusión, reina la revolución.
El término inclusión pertenece al álgebra, donde se dice que la clase A está incluida en la clase B y se simboliza de este modo: A B.
Este término, como una lancha, partió del puerto de la lógica matemática para atracar en el muelle de la teología. Ya se han vendido muchos pasajes para salir de la Teología de la Liberación, y llegar a la Teología de la Inclusión; y como dicen algunos iconoclastas protestantes, todos llevan en sus maletas la “Biblia de la Inclusión”, repleta de misericordia.
Nos hallamos en una era de pensamiento filosófico casi nulo, puesto que se debe beber la lógica en las aguas de las matemáticas, algo tradicional en esta modernidad, donde solo existe una fuente de agua salada, la cual representa el método cartesiano.
El proceso es simple. Esta era huérfana de pensamiento, pues solo existe lo cuántico, debe hacerse dialéctica, la cual nace de la praxis cotidiana.
La '' nace en la “égalité” o “igualdad” de la Revolución Francesa, la cual como vaca que se ha quedado sin leche, es ordeñada con violencia para que dé las últimas gotas de la leche inclusiva.
Hoy, toda diferencia que quiera ser diferente, es sospechosa de discriminación, pues dentro de esta dialéctica se enfrenta a su oponente, la inclusión.
Así llegamos a la egalité absolue. Primero fue la igualdad de grupos sociales, luego se agregó la igualdad de jerarquías, para terminar sumando la igualdad de sexos; los cuales son tantos que ya ni nos animamos a enumerar, y todos ellos, sin diferencias de ninguna clase. Esta falta de diferencias, es la que lleva a un individuo a pasarse de un sexo a otro, como quien pasa de la cocina al dormitorio, con lo cual se puede deducir por inclusión, que solo existe un sexo.
Cada día al despertarme me miro al espejo, y compruebo que soy distinto a los otros, entonces me pregunto: ¿Realmente somos todos iguales, o somos todos distintos?
Esta decadencia paulatina de la Revolución Francesa, ya no puede resistir el hecho de la diversidad, motivo por el cual, el laboratorio de los neorevolucionarios, trajeron del álgebra, el término de “inclusión”. Por esta praxis, incluyamos a los que son distintos.
Sin embargo, la inclusión absoluta no resiste la realidad. ¿Quién incluye un ladrón en su casa? ¿Quién es amigo y confidente de su propio enemigo? ¿Quién albergaría en su edificio un musulmán listo para arrojar un explosivo? ¿Qué judío incluye un nazi?
Es indudable, que la inclusión, no resuelve este estado social de un occidente en plena decadencia.
¿Pero cómo se trae este término a la dialéctica bergogliana? Muy simple, la inclusión se opone al proselitismo. Los revolucionarios vaticanos, viven en una burbuja. Para ellos la inclusión es la enemiga feroz de una nueva categoría en la jerarquía de los demonios y por consiguiente, la práctica del proselitismo, pertenece a determinados coros infernales.
El revolucionario ideal, es aquel que no convierte. Convertir es discriminar, por lo tanto se incluye, praxis de moda, que se realiza sin cambiar ni pedir arrepentimiento del incluido, tal como hizo Bergoglio con la abortista Bonino.
Toda inclusión se opone a la exclusión y por tal motivo al anatema. Vivimos en una sociedad totalmente decadente, pues se apartó del cristianismo, y el rasgo característico de su decadencia total, lo da su hipocresía. Hablan de inclusión pero te excluyen cuando te quedas sin dinero.
Baste para esto tan solo un ejemplo. En la ciudad de Buenos Aires, centenares de personas duermen en las calles o plazas. Son los auténticos excluidos. ¿Qué hizo el gran Bergoglio por ellas mientras era cardenal? Nada. Hoy se llena la boca hablando de inmigrantes. ¿Cuántos inmigrantes se albergan en el fastuoso Vaticano? Ninguno.
La inclusión, como un concepto traído de los pelos, favorece el espíritu del panteísmo moderno, al que Bergoglio dará con bombos y clarines, el pomposo nombre de “ecumenismo”. Este ideal ecuménico es un ideal inclusivo, el cual se desprende de la gnosis panteísta, emanada de ciertos intérpretes de la Cábala. De este modo, Dios, el cual ya “no es católico” según lo enseña el gran Bergoglio, quiere todas las religiones.
Por la inclusión, la jerarquía eclesial chilena, asistió junto a un chamán, en ritos adoratrices al dios Inti, incluyendo comprensivamente la idolatría.
Por la inclusión, la jerarquía eclesial colombiana participa junto a los chamanes en ritos idolátricos de la caída paganidad, incluyendo comprensivamente los espíritus impuros.
Por la inclusión, se ponen los colorinches homosexuales en ciertas iglesias, incluyendo una de las prácticas más aberrantes de esta decadente modernidad.
Por la inclusión, te excluyen llamándote homófobo.
Como los componentes de este sincretismo religioso, difieren entre sí, la adición de semejante inclusión, siempre da cero, puesto que una clase incluida frena y regula la acción del inclusor.
Si sumamos un judío con un católico y con un musulmán, en total no tendremos tres judíos, ni tres católicos, ni tres musulmanes, sino tres inútiles incluidos. De este modo la Inclusión es el nombre del último conejo salido de la galera de esta modernidad, para que las religiones no molesten.
El hombre moderno, no es un ser humano avanzado, ni mutado, ni evolucionado, tan solo es un inútil, y lo es bajo muchos puntos de vista. Solo ha desarrollado la tecnología, sobre la cual su tontería navega como un corcho en un desaguadero. Es lo que hemos dicho en otras ocasiones, cuando hablamos de la era de la neutralidad.
Para ir más en profundidad, observemos atentamente dentro de la iglesia a quienes hablan de '', pues esta estructura eclesial humana, posee una feroz “Mafia Lavanda” que se ha filtrado en su seno, donde podemos hallar dentro de cada diócesis de un treinta a un cuarenta por ciento de estos depravados. Para ellos la infiltración de dicha “Mafia Lavanda”, es sinónimo de inclusión, término al que deben quemar incienso todos los días.
El concepto de inclusión no resiste el tiempo, pues hoy observamos que hasta los iconoclastas protestantes, que le tienen alergia a la filosofía, son quienes lo rechazan como pensamiento patógeno.

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