El
idealismo teutón, tiene su origen inconfundible en el subjetivismo
luterano, donde la fe dejó de ser la hipóstasis, como lo señala la
Carta a los Hebreos (11,1), y comenzó a ser una operación. Por este
sofisma, que confunde fe con operaciones, la mente humana pasa a ser pura operación.
Mientras
Dios crea con su Palabra, no con su mente; el teutón, empapado
de luteranismo, como un Titán, se hizo distinto a Dios, pues no usa
la palabra para crear, sino tan solo la concepción de su mente.
Los
idealistas, primero comenzaron a crear un orden para la realidad,
y luego pasaron a crear toda la realidad. En consecuencia, la mente
crea la Historia y con el hebreo-luterano Marx, quien se proclamó
ateo, se pasó a idear los pasos de una evolución para un nuevo
pueblo elegido, el proletariado, quien camina por el desierto de la
Historia.
Cuando
por el nefasto Vaticano II se buscó pasar a las categorías modernas
el pensamiento teológico católico, no se percataron que el
pensamiento moderno era una decadencia del pensamiento cristiano. Por
consiguiente, toda teología revuelta en las aguas tumultuosas y
turbias de la modernidad, nace decadente y prácticamente ahogada.
Este resultado se hace mucho más evidente en la actualidad.
Esta
es la causa por la cual pululan pensadores idealistas, que en
realidad buscan desesperados una metamorfosis, para que el
pensamiento cristiano mute en teología idealista o en teología de
la liberación, o en la chabacana teología del pueblo, a lo
Bergoglio.
La
etapa de estos pensadores concluyó. Mientras
en los simples pensadores solo se daba una elaboración mental, como
fue el caso de Ratzinger en sus primeros años, buscando transmutar
el contenido teológico en moldes modernos; hoy este proceso llegó a
su final, imponiendo férreamente la praxis de dichos pensadores.
Esta
es la diferencia entre el primer Ratzinger y el actual Bergoglio,
diferencia que en el consistorio de 2005, observó con agudeza
Martini, el cardenal de Milán, cuando busca elegir a Ratzinger como
Benedito XVI. Los tiempos de la imposición férrea de la praxis, aún
no habían llegado, se necesitaba un papa de transición, débil de
carácter y empapado de alguna manera en el idealismo teutón, como
lo fue Ratzinger en sus primeros años.
Existe
un esquema que se da en toda revolución que se precie de tal.
Así lo vimos en la Revolución Francesa. Primero existe una etapa de
elaboración del pensamiento revolucionario, como lo fue la
Enciclopedia de Diderot y D'Alembert que cumplieron este objetivo;
como asimismo las obras de Voltaire y Rousseau; luego se pasó a
guillotinar a Luis XVI y a su muerte se implantó la era del terror.
La
Revolución Vaticana no hace otra cosa que calcar este esquema.
Primero se abren las compuertas del pensamiento con el nefasto
Vaticano II, luego viene una avalancha de pensadores, llegando a
elaborar las distintas teologías oriundas del idealismo. Ayer
tomaron el poder con la “Mafia de San Galo”, y hoy se florean con
una dictadura dogmática revolucionaria.
Por
tal etapa dogmática-revolucionaria, se busca comisariar las órdenes
díscolas al idealismo moderno. Las acusaciones son múltiples, o
se reza mucho, o se guardan los bienes, o en algunos casos, se llega
hasta la calumnia de abuso sexual, pues esta es hoy la acusación más
creíble.
Esta
táctica, fue usada por los protestantes en el siglo XVI, para
adueñarse de los bienes de los monasterios. Por esta táctica basada
en la avaricia, logró triunfar la reforma, enriqueciendo a los
príncipes que se pasaban a la fe de los reformistas.
Como
esta iglesia está empapada de luteranismo, la táctica no le resulta
extraña. Bergoglio la empleó con notable éxito en Buenos Aires,
haciéndose de bienes que no le correspondían, como lo es la Casa de
Ejercicios Espirituales, ubicada en la Avenida Independencia.
De la
reforma protestante, a la reforma bergogliana, si es que este
desastre es una reforma, su éxito exige el adueñarse de los
bienes que pertenecen a los díscolos.
Solo
Mammón puede doblegar la voluntad de los indecisos, y es lo que muy
bien aprendió Bergoglio.
Esta
táctica debe cubrirse con hermosas palabras. Es entonces cuando
nos toca escuchar las melifluas palabras bergoglianas, que dicen que
la riqueza encadena el corazón. ¿Para quién habla? ¿O es
que hace un examen de conciencia?
Por
tal etapa dogmática, se impondrá mediante comisariatos la nueva
praxis, la cual por los resultados, solo lleva a su destrucción
definitiva, y su ejecución, solo puede morar en la mente de un
jesuita.
Bergoglio,
resume los pensadores surgidos del Vaticano II. Mente idealista
teutona, que no necesita de la palabra, tan solo de la praxis y por
ella crea la Nueva Iglesia; quien como un Titán, surgido de las
barrosas aguas del Río de la Plata, proyecta su sombra
judeo-luterana sobre el orbe católico.
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