Calesita

jueves, 8 de agosto de 2019

Comisariar los díscolos


El idealismo teutón, tiene su origen inconfundible en el subjetivismo luterano, donde la fe dejó de ser la hipóstasis, como lo señala la Carta a los Hebreos (11,1), y comenzó a ser una operación. Por este sofisma, que confunde fe con operaciones, la mente humana pasa a ser pura operación.
Mientras Dios crea con su Palabra, no con su mente; el teutón, empapado de luteranismo, como un Titán, se hizo distinto a Dios, pues no usa la palabra para crear, sino tan solo la concepción de su mente.
Los idealistas, primero comenzaron a crear un orden para la realidad, y luego pasaron a crear toda la realidad. En consecuencia, la mente crea la Historia y con el hebreo-luterano Marx, quien se proclamó ateo, se pasó a idear los pasos de una evolución para un nuevo pueblo elegido, el proletariado, quien camina por el desierto de la Historia.
Cuando por el nefasto Vaticano II se buscó pasar a las categorías modernas el pensamiento teológico católico, no se percataron que el pensamiento moderno era una decadencia del pensamiento cristiano. Por consiguiente, toda teología revuelta en las aguas tumultuosas y turbias de la modernidad, nace decadente y prácticamente ahogada. Este resultado se hace mucho más evidente en la actualidad.
Esta es la causa por la cual pululan pensadores idealistas, que en realidad buscan desesperados una metamorfosis, para que el pensamiento cristiano mute en teología idealista o en teología de la liberación, o en la chabacana teología del pueblo, a lo Bergoglio.
La etapa de estos pensadores concluyó. Mientras en los simples pensadores solo se daba una elaboración mental, como fue el caso de Ratzinger en sus primeros años, buscando transmutar el contenido teológico en moldes modernos; hoy este proceso llegó a su final, imponiendo férreamente la praxis de dichos pensadores.
Esta es la diferencia entre el primer Ratzinger y el actual Bergoglio, diferencia que en el consistorio de 2005, observó con agudeza Martini, el cardenal de Milán, cuando busca elegir a Ratzinger como Benedito XVI. Los tiempos de la imposición férrea de la praxis, aún no habían llegado, se necesitaba un papa de transición, débil de carácter y empapado de alguna manera en el idealismo teutón, como lo fue Ratzinger en sus primeros años.
Existe un esquema que se da en toda revolución que se precie de tal. Así lo vimos en la Revolución Francesa. Primero existe una etapa de elaboración del pensamiento revolucionario, como lo fue la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert que cumplieron este objetivo; como asimismo las obras de Voltaire y Rousseau; luego se pasó a guillotinar a Luis XVI y a su muerte se implantó la era del terror.
La Revolución Vaticana no hace otra cosa que calcar este esquema. Primero se abren las compuertas del pensamiento con el nefasto Vaticano II, luego viene una avalancha de pensadores, llegando a elaborar las distintas teologías oriundas del idealismo. Ayer tomaron el poder con la “Mafia de San Galo”, y hoy se florean con una dictadura dogmática revolucionaria.
Por tal etapa dogmática-revolucionaria, se busca comisariar las órdenes díscolas al idealismo moderno. Las acusaciones son múltiples, o se reza mucho, o se guardan los bienes, o en algunos casos, se llega hasta la calumnia de abuso sexual, pues esta es hoy la acusación más creíble.
Esta táctica, fue usada por los protestantes en el siglo XVI, para adueñarse de los bienes de los monasterios. Por esta táctica basada en la avaricia, logró triunfar la reforma, enriqueciendo a los príncipes que se pasaban a la fe de los reformistas.
Como esta iglesia está empapada de luteranismo, la táctica no le resulta extraña. Bergoglio la empleó con notable éxito en Buenos Aires, haciéndose de bienes que no le correspondían, como lo es la Casa de Ejercicios Espirituales, ubicada en la Avenida Independencia.
De la reforma protestante, a la reforma bergogliana, si es que este desastre es una reforma, su éxito exige el adueñarse de los bienes que pertenecen a los díscolos.
Solo Mammón puede doblegar la voluntad de los indecisos, y es lo que muy bien aprendió Bergoglio.
Esta táctica debe cubrirse con hermosas palabras. Es entonces cuando nos toca escuchar las melifluas palabras bergoglianas, que dicen que la riqueza encadena el corazón. ¿Para quién habla? ¿O es que hace un examen de conciencia?
Por tal etapa dogmática, se impondrá mediante comisariatos la nueva praxis, la cual por los resultados, solo lleva a su destrucción definitiva, y su ejecución, solo puede morar en la mente de un jesuita.
Bergoglio, resume los pensadores surgidos del Vaticano II. Mente idealista teutona, que no necesita de la palabra, tan solo de la praxis y por ella crea la Nueva Iglesia; quien como un Titán, surgido de las barrosas aguas del Río de la Plata, proyecta su sombra judeo-luterana sobre el orbe católico.

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