por Santiago Grasso
Acabo de sentarme en el sitio web donde te esperan con una botella.
Lamento, pero no tomo fuera de las comidas y mucho menos sobre el tema que el anónimo intenta tratar, so pena de decir sandeces azuzadas por las copas.
Su opinión del día 30 de noviembre pasado, pues no es otra cosa que esto, una opinión: es parcial y vista desde un solo ángulo. El ángulo del que estuvo afuera. Yo lo haré desde el ángulo, del que estuvo adentro. El opinante se inicia en la década del 70, yo lo haré desde las décadas 50 y 60.
Hablaré de realidades, y esta vividas en carne y sangre. Que el lector me ponga el epíteto que quiera...
Quienes sufrimos el cambio del Vaticano II, el primer golpe fue la incomprensión de lo que sucedía. Se nos mandó hacer un cambio. Este se hizo efectivo en 1965. Pensábamos que otro debería haber sido, pero no pudimos elegir, solo vimos el que se ordenó hacer. No supimos para qué se hacía, ni hacia donde apuntaba. Era algo con muy poco sentido y ajeno a toda teología. Solo hoy podemos reconocer su trayectoria errónea. De allí que el primer choque fue la incomprensión. Yo era un estudiante de filosofía, mal podía elegir. Por otro lado, el cambio no era motivo suficiente para perder la confianza en quienes lo ordenaban.
La primera ignorancia
Se decía que era el inicio de los cambios. Ninguno sabía cuál sería el término, ni Paulo VI lo conocía. No éramos neocones ni papólatras como alguien nos puede endilgar, éramos ignorantes.
De esta primera ignorancia, nace la primera oscuridad y de esta primera oscuridad nace la primera fuga.
La firma del “tratado de paz”.
Dos fueron los móviles del Concilio: uno el tan pretendido “aggiornamento”, pues por lo visto hacíamos las cosas muy mal, y el segundo fue el ecumenismo. De los dos, este segundo es el más grave. Con el ecumenismo ingresábamos a la “Era de la Neutralidad”, muy bien planteada por Carl Schmitt. Con esta firma del tratado de paz, se daba fin a la guerra teológica, se establecían alianzas con las sectas y se pasaba a militar en una relatividad que era el ocaso del catolicismo.
Se había profetizado en los 50 que en el año 1960 se iniciaban los “días de tinieblas”. Yo escuché esto al pasar, de labios de mis profesores, pero nunca supe el origen de la misma. La estructura eclesial era altamente racionalista, como la mayoría de los traddies actuales. Lo que no entraba por la razón, no entraba en absoluto y era objeto de mofa.
Nuestros traddies actuales, hacen mucho hincapié en los cambios, pero lo más grave, fue esta era ecuménica o era de neutralidad.
La primera huida
Hasta la llegada de Juan Pablo II, se comenzaron a despoblar las filas de los seminarios y de la estructura eclesial. Si se cambia algo, es porque lo que se hace, se hace mal. El cambio debilitó la estructura, y muchos se plantearon una vida más radical que la que se llevaba. La estructura eclesial de los años 60, era mediocre, sin contar con los sacerdotes amancebados y los pederastas, que siendo escasos, pesaban en nuestras relaciones. Nosotros dejábamos familia, y mundo, pero ¿para qué? Pues lo que se hace está mal hecho.
De allí la fuga, o lo que llamo, la primera huida. En esta fuga de la estructura eclesial, hallamos sacerdotes que “colgaron todo” incluso la moral. De esta huida no se salva nadie, incluso alcanzó obispos. Fue para muchos una fuga vergonzosa. Había llegado la “era de la neutralidad” en la Iglesia. En el peor de los casos, ya no teníamos enemigo contra el cual combatir. El demonio no existía y si existía era algo lejano, casi sin incidencia en la vida cotidiana. Con el mundo se buscaba hacer las paces y con la “carne” aparecían las nuevas tendencias de relajación.
Entonces, si se debía hacer las paces con el mundo, ¿a qué estamos esperando?, vayamos al mundo… Así empezó la primera huida.
Muchas otras causas trabajan para esta salida. Menciono algunas: el vacío del pastoralismo, la teología protestante que se filtró en las cátedras (algo que desarrollé en este artículo), el idealismo alemán, y sobre todo, el theilardismo que otorgó una cosmovisión estúpidamente optimista en seminarios y terminó por corromper sacerdotes y obispos.
A todo esto, el factor social o revolucionario, fue la salsa que condicionó este plato de fideos.
La ignorancia nos cubría la verdad: la iglesia fue tomada desde su cabeza y todo se iniciaba nada menos que con un Concilio.
¿De qué papólatras hablamos?
La llegada de Juan Pablo II, marcó un período, donde nadie le hizo caso, por tal motivo es impropio hablar en este período de “papólatras”. Cada uno hacía lo que quería. La desobediencia era la norma y la hemorragia ya se había producido. Este papado dio al menos un principio de orden, al determinar que los cambios ya estaban hechos, y que no se esperaran otros.
El daño, venía desde las universidades romanas, que fogoneaban toda la modernidad que hoy vemos implantada. Por dar un simple ejemplo, yo comulgué con la mano en 1969 y no fui de los primeros, lo cual implica que se hacía en años anteriores. Ya desde Roma se enseñaba esta novedad.
Con este papado se produjeron nuevos movimientos eclesiales como nombra el artículo; pero los mismos no eran neocones ni papólatras, eran los que entraban en la “era de la neutralidad”: Poco demonio, cierto amor al mundo y carne libre, como lo demostró el legionario fundador: Marcial Maciel Degollado, alias “Mon Père”.
La segunda huida
Con este panorama, Monseñor Lefebvre dio paso a la segunda huida y así se inició la era de los “traddies”, donde algunos creen por arte de magia, que todo se soluciona con la liturgia tradicional. ¡Cuánta simpleza e inocencia!
La realidad negada
Hoy la situación ha variado notablemente. Tenemos un Papa y un Antipapa, el cual no solo es usurpador, sino hereje e idólatra, al que los “tradeies” llaman “Santo Padre”. ¿Quién es más papólatra, cuando se tiene un papa idólatra? ¿Quién es más neocón, cuando se tiene un papa hereje?
Los traddies viven en la era de los 50, de allí que estén propensos a cometer los mismos errores que se cometieron entonces. Reaccionan contra los cambios, pero no reaccionan contra un antipapa. ¿Dónde quedó el Código del Derecho Canónico?
Si alguien se pregunta cómo puede ser que llamen papa a un hereje, que busca consolidar la religión masónica universal. O cómo puede ser que este mal llamado papa por los traddies, introduzca ídolos en el Vaticano; le respondo muy simple: Están cometiendo los mismos errores que cometimos nosotros.
***
La tercera huida
En el siglo IV se produjo la “huida al desierto” porque los cristianos escapaban de las persecuciones, como Pablo, el ermitaño, cuya vida fue escrita por San Jerónimo. De este modo se dio origen a los monjes eremitas. Además, se huía de la idolatría y de la molicie urbana.
Hoy, los perseguidores se incrustaron en la cabeza de la iglesia, con este antipapado idólatra. Esto nos mueve a huir, pues no podemos vivir en comunión con un hereje, no se puede respirar en comunión con un idólatra, no se puede estar en comunión con un antipapa. Ya estén presentes en esta comunión neocones o traddies. No podemos vivir en la era de la neutralidad.
La ignorancia de los años 60, ya no tiene cabida. Hoy se ve claramente el camino. El eremitismo urbano, es una necesidad actual. Se hace necesario, vivir radicalmente el catolicismo, con el desierto en el corazón, buscando la Gracia en celebraciones decorosas y huyendo del pacto con esta modernidad.
Yo no firmé el tratado de paz con el mundo manipulando el Concilio, para alcanzar una “era de neutralidades”. Combato el demonio presente en este mundo que se filtra por todas partes, y combato la carne a la que el antipapa erigió con sus jesuitas pederastas, en ídolo de perdición.
A otro perro con el ladrido del calentamiento global.
Hoy es necesario patear el tablero de la estructura eclesial bergogliana. Algo que nuestro anfitrión de la botella, no puede hacer por su pacto, consciente o inconsciente, con la jerarquía eclesial en comunión con el antipapa hereje e idólatra.
Hoy se hace necesaria, la Tercera Huida.
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