Calesita

miércoles, 5 de agosto de 2020

La iluminación del ser



El día 6 de agosto es la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo.
Sobre esto nos dice Xavier Zubiri en el Ser Sobrenatural, que esta figura de Jesucristo transfigurado...
"...hubiera sido la figura normal del cuerpo de Cristo si el hombre no hubiera pecado. Por el pecado renunció a esta figura, y adoptó la figura posible del hombre histórico."
Luego de su caída, la naturaleza humana perdió esta luminosidad, que podemos contemplar en la Transfiguración de Jesucristo en el Tabor. Es la mandorla que vemos en el icono, donde… 
"...se le describe resplandeciente: es la idea de phos (φς), de la luz como expresión de la gloria de Dios, de su doxa (δόξα) ." (Zubiri en el Ser Sobrenatural)
Esta festividad nos recuerda que se trata entonces de huir del hombre histórico, para adentrarse en el hombre glorioso y volver a tener esa figura luminosa.
Aquí nos topamos con el esquema de la política anticristiana, que busca hacer historia; nosotros en contradicción pura, evitamos el hombre histórico. En esta tentación cayeron los modernistas, queriendo hacer ver, que Jesucristo vino a hacer historia, cuando en realidad vino a sacar al hombre de la Historia.
Por esto nos llamaron “el opio del pueblo”, un “opio” que nos llevó a tirar a la basura por los anacoretas, las comodidades por las cuales se baten a muerte los hombres históricos. Un “opio” donde se formaron los monasterios donde reina una sola alma y un solo espíritu, que contrasta con las cámaras democráticas que viven en perpetuo estado de guerra virtual. 
Observemos las tríadas del icono. 
En la parte superior, Jesucristo está sobre un círculo luminoso, el cual representa al Espíritu Santo y los rayos que salen de esta nube al Dios Padre. La “Mandorla” formada por círculos concéntricos, significan la totalidad de las esferas del universo creado. Según la tradición, las tres esferas contienen todos los misterios de la creación divina.
La segunda tríada presenta a Jesucristo en el centro, rodeado por Moisés que lleva las tablas de la ley, vestido de púrpura y azul, colores del sacerdocio que le fue revelado (Ex. 28,31) y a nuestra izquierda por Elías. Tanto Moisés como Elías presentan una muerte misteriosa. 
La muerte de Moisés se relata en el Deuteronomio, cuya traducción sería “Segunda ley”, libro que aparece en el reinado de Josías como rey de Judá (639 y 608 a. C). Bajo este reinado aparece un manuscrito que dará un giro a la piedad hebrea, como la “Segunda ley”. En el último capítulo del Deuteronomio (34), se relata escuetamente su muerte, luego de ver las tierras prometidas fue enterrado, no dice por quien ni por quienes. Para explicar esto acude un escrito considerado apócrifo, a explicarnos que fue el Arcángel Miguel, pero este relato apócrifo, es tomado y relatado por la Carta de Judas (1,9), cuya nota expongo de la Biblia de Straubinger: 
"En Dt. 24. 5 ss., relata que Moisés fue sepultado en un valle de Moab, enfrente de Fogor, y agrega: “Ningún hombre hasta hoy ha sabido su sepulcro”. Según tradición judía el gran profeta fue enterrado por el Arcángel Miguel quien, como aquí se ve, tuvo que luchar con Satanás. Clemente Alejandrino, Orígenes y muchos modernos creen que Judas cita aquí el libro apócrifo de la Ascensión de Moisés (cf. v. 14 y nota). Entre esos modernos algunos piensan que Dios tenía en reserva el cuerpo, de Moisés para manifestarlo en la Transfiguración (Mc. 9, 1-4)."
Tal como se puede ver, su desaparición física, se relata casi mitológicamente, en un manuscrito, según se afirma, reencontrado en el templo durante el reinado de Josías (S. VII AC), donde se inicia la tradición deuteronómica.
Por otra parte no es menos misteriosa la desaparición de Elías, quien sube el cielo en un carro de fuego, originando la tradición que regresaría junto con Henoc.
Tanto Moisés (Cfr. Ex.24,18) como Elías (Cfr. 1Reyes 19,8-18) ayunaron cuarenta días y ambos estuvieron sobre el monte donde se dictó la ley, si bien en distintos tiempos.
En la tercera tríada están los apóstoles que caen de la escarpada cima, y se manifiestan tres actitudes:
  • Pedro de rodillas y levantando la mano para protegerse de la Luz, hablando para que se levanten tres tiendas. No entiende, quiere confusamente retener el instante glorioso que se le puede escapar.
  • Juan cae dando la espalda a la Luz y meditando sobre ella y tiene la cara contra el suelo, sumergido en su visión interior.
  • Santiago cae hacia atrás, tratando de comprender.
Tres actitudes: que la luz no se termine, meditar sobre ella y buscar entenderla.
Palamas dice que la transformación no se opera en Jesucristo, sino en los apóstoles:
“Los apóstoles elegidos, habiendo contemplado al Señor transfigurado en esta luz, pasaron de la carne al Espíritu, aún antes de abandonar la vida según la carne, por una transformación de la actividad de sus sentidos, producida en ellos por el Espíritu. ¿Ves tú que esta luz es inaccesible a los sentidos no transformados por el Espíritu? Es por eso que no aparece a las personas del vecindario, aunque haya brillado más que el sol”. (Tríadas 3,1,22.
“Si escuchas y comprendes lo que te digo, sabrás que está ahí la luz del siglo futuro: la misma luz que ha iluminado a los discípulos en el momento de la Transfiguración de Cristo y que alumbra desde ahora el espíritu purificado por la virtud y la oración (...). ¿No es evidente que hay sólo una única luz divina: la que los apóstoles vieron en el Tabor, la que las almas purificadas contemplan desde ahora y la que es la realidad misma de los futuros bienes eternos?”. (Tríadas 1,3,43.)
En la parte superior predomina la detención del movimiento, mientras en la parte inferior es dinamismo puro. Es el contraste entre gloria e Historia.
Pidamos la intervención de la Virgen María en este proceso de iluminación:
“Oh Virgen divina... Sólo el hacer memoria de ti santifica a quien lo hace, un simple signo en tu dirección vuelve más brillante el espíritu elevándolo al instante hacia Dios; por ti la mirada de la inteligencia se vuelve clara; por ti el espíritu resplandece gracias a la venida del Espíritu divino”. (Cuadernos monásticos. Homilía 37 en 11 homélies, traducción de S. BOUQUET, introducción de V. DESPREZ en Lettre de Ligugé nº 261, p. 25.)

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