La
octava preparatoria para Navidad, se inicia con el día 17 de
diciembre, y la Tradición elaboró durante este tiempo siete
antífonas preparatorias, que reciben el nombre de Mayores o
Antífonas “O”.
Con la
reforma destructiva de Bugnini, estas Antífonas “O” comenzaron a ser olvidadas; dado que se eliminó el
latín y de hecho se despreció el canto gregoriano, luego que este
masón procediera al desguace de todo el Oficio Divino.
Dice
Mario Righetti en su Historia de la Liturgia:
La
antífona fue creada teniendo en cuenta una doble función musical y
litúrgica. Musical, porque designa y prepara el tono en el cual
deberá ser cantado el salmo, susceptible, como es fácil de
comprender, de varias melodías. Pero mientras en un principio el
salmo cantado debía ser lo principal, y la antífona lo simplemente
accesorio, más tarde esta última se extendió y se enriqueció,
atrayendo sobre sí todo el interés musical, y la cantilena
salmódica se redujo a una serie de fórmulas estereotipadas.
Litúrgica, porque la antífona sugiere el pensamiento dominante a
través del cual la Iglesia invita a interpretar el salmo. ... La
antífona fue por esto justamente llamada la “clave del salmo.”
Las
antífonas de la "O" son siete, y la Iglesia las entona con el Cántico
del Magnificat durante el Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta
el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las
ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida,
y también son, una manifestación del sentimiento con que todos los
años, de nuevo le espera la Iglesia en los días que preceden a la
gran solemnidad de esta llegada del Salvador, como preparación a su Última Venida.
Reciben este nombre porque todas empiezan en latín con la exclamación «O»,
en castellano «Oh».
Fueron
compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un
magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y
a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la
humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia del Nuevo Testamento, la cual es el Nuevo Israel.
Son
breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu
del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante la kénosis o el abajamiento en el
misterio de un Dios hecho hombre, mueve a la exclamación: «Oh». La comprensión cada vez
más profunda de su misterio. Y la súplica urgente nos llevan al «ven».
El «Oh» de cada antífona es seguido de un título
mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la
plenitud del Nuevo Testamento. Es una aclamación a Jesús el Mesías,
reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre
con la súplica del «ven».
El día
17 de diciembre se canta la Antífona “O Sapientia”.
Sapientia,
es la Sabiduría del Padre, quien oculto en las tinieblas divinas, la
engendra en su Hijo, y por una orden suya, se vuelve a engendrar en
el seno purísimo de la Virgen María, Madre de la Sabiduría. De
este modo, Jesucristo será el icono de la Sabiduría del Padre. Dice
la antífona:
O
Sapientia, * quae ex ore Altissimi prodisti, attingens a fine usque
ad finem, fortiter suaviter disponensque omnia: veni ad docendum nos
viam prudentiæ.
¿Por
qué debe venir hacia nosotros la Sabiduría? La misma se hace
necesaria, pues el ser humano la ha perdido con su pecado original. Como su sabiduría está obnubilada, necesita imbuirse por Gracia, de la
Sabiduría del Padre.
Esta
Sabiduría que se genera de la boca (ex ore) del Padre, es la que al salir
de la tiniebla divina posee estos atributos: tanto la gran
profundidad como la gran altura; ambos atributos los da el Altissimi,
y esta Sabiduría oculta, tanto por su profundidad como por su altura
inaccesible, al fin se deja ver (prodisti) en Jesucristo, el icono del Padre.
Santa Catalina de Siena la compara esta profundidad con el
mar, en su Oración a la Trinidad:
Tú,
Trinidad eterna eres un mar profundo, que cuanto más me adentro más
encuentro, y cuando más encuentro más busco de ti. Tú eres
insaciable, pues saciándose el alma en tu abismo no se sacia, porque
siempre permanece con el hambre de ti, tiene sed de ti Trinidad
eterna, deseando verte con la Luz en tu Luz.
Esta
Sabiduría todo lo abarca, tocando (attingens) de un fin hasta
el otro fin, de un límite al otro límite, desde una consumación
hasta la consumación final (a fine usque ad finem).
Esta
Sabiduría, absolutamente todo (omnia) lo ordena (disponens)
con dos características esenciales: usando la fuerza (fortiter)
y por contrapartida, usando la suavidad (suaviter). No existe
revolución en la Sabiduría divina hecho icono en Jesucristo; no
existe evolución en la Sabiduría, solo existe un orden fuerte y
suave. Es el orden restablecido de la Nueva Creación.
Este
orden fuerte y suave es lo que queremos, por eso se grita que venga
(veni).
¿Qué
produce en esta venida? Esta Sabiduría es docente, y viene a enseñar
(ad docendum).
¿Pero
qué enseña? El Camino de la prudencia (viam prudentiæ). Es
nuestra prudencia el auriga que posee en su mano las riendas de los
caballos de nuestra naturaleza y es la que dosifica esta fuerza junto
a la suavidad. La prudencia nace de ese conocimiento de la Sabiduría
y domina las pasiones como el auriga lleva su látigo contra los
caballos que se desbocan contra la naturaleza misma, y por este
conocimiento dirige sus riendas.
No es
una antífona esotérica o masónica, donde el hombre camina hacia la
sabiduría, tratando de gestarla; sino por el contrario, es la
Sabiduría que viene al encuentro del género humano, solo es
necesario recibirla y para recibirla es necesario vaciarse de todo lo
que la obstaculiza, es decir, producir la kénosis del alma humana.
La
sabiduría no es una ciencia, por el contrario nos aleja del
obscurantismo científico que forman las tinieblas espesas de nuestra
modernidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario