Calesita

lunes, 27 de marzo de 2023

El jocoso pecado de la Cuaresma Sinodal

 

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra.» (Gén. 1,1)

Decía el arriano Acacio de Cesarea ( 366) que esta perícopa del Génesis, era lo mismo que afirmar, que Dios creó el principio del tiempo y el principio del cosmos-mundo. En otras palabras, Dios creó el espacio y por ende el tiempo. Ambas cosas son finitas, pues fueron creadas. Que el hombre no vea su finitud, es problema de la finitud del hombre.

Tiempo y espacio son las categorías propias de la finitud ante un Dios que es acto puro, es decir, actualidad y por ser actualidad es eterno. Por este mismo motivo, la doctrina de Jesucristo, recibida del Padre, es eterna:

«El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.» (Mat. 24,35)

Hoy se popularizó un principio dialéctico que pregona la supremacía del tiempo sobre el espacio. Nace esta idea de la consideración acerca de la evolución de los seres en el espacio.

Cuando se habla de superior, lo cual es una cualidad, se debe especificar sobre qué es superior.

En orden al tiempo, ¿es superior el estado posterior al estado anterior, tan solo por el hecho de ser posterior? ¿Cómo se puede demostrar esto? El antipapa Francisco presenta su demuestración del siguiente modo:

El tiempo inicia procesos y el espacio los cristaliza”.

Podríamos preguntarnos: ¿por el contrario no sería el espacio que hace mover al tiempo? La conclusión es simple, cualquiera de los dos, tanto espacio como tiempo, podría ser superior o inferior, del mismo modo que podrían ser iguales.

El verbo "cristalizar", indica un acto en estado permanente. No sabemos si es una permanencia relativa o absoluta, pues el dialéctico antipapa, no lo indica. Sí deja claro que es un acto. Todo hace pensar, que dicho acto “cristalizado” es relativo, caso contrario habría que preguntarse, si lo que ya está cristalizado no debe tener otro proceso que cristalice otro acto, con lo cual se termina la evolución.

El hecho que un acto “cristalizado” deba tener un proceso para volver a “cristalizarse” plantea un cambio sin fin, o cuyo fin es cambiar en sí mismo por todo el tiempo.

Por otra parte, cabría preguntarse entonces, si lo que es anterior en acto, es siempre inferior al acto subsiguiente. Por dar un ejemplo, un incendio quemó una fábrica y los obreros se quedaron sin trabajo. ¿Cuál fue superior, el acto de ser fábrica o las cenizas del actual acto? Por tal motivo, existen procesos que son inferiores al estado anterior.

La conclusión es simple, el principio adolece de un fin claro que lo pudiera hacer superior. Por lo tanto, lo superior no es ni el tiempo, ni el espacio sino el fin por el cual está ordenado el tiempo y el espacio.

Este principio nos recuerda a Heráclito (c. 535 AC) donde (πάντα ρεῖ), todo fluye y nada permanece, donde todo deviene y nada es. Curioso que un jesuita que normalmente hace “votos” de inculturación, termine con su tren dialéctico en la estación de un griego presocrático. Proceso mental éste, que no debe extrañar, ya que su estación terminal fue la Pachamama de la prehistoria.

Sin embargo la extravagancia no tiene límites, cuando se pretende hacer de este principio una ley teológica. Por esto continúa de este modo el antipapa masón:

«Por eso cuando la madre de los hijos de Zebedeo le dice a Jesús: Mirá, te quiero pedir un favor: que mis dos hijos estén uno a la derecha y el otro esté a la izquierda, o sea, que en el reparto les de un pedazo grande de la pizza -uno a uno y otro al otro-, le está pidiendo un espacio. Y el Señor le responde: No, el tiempo. ¿Van a poder llegar donde yo llegué, van a poder sufrir lo que yo sufrí? (Cf. Mc.10, 35-40; Mt. 20, 20-23) Es decir, le marca el tiempo. El tiempo siempre es superior al espacio.»

Como se puede apreciar en el texto, no es el espacio superior, ni lo es el tiempo, sino la misión que deben realizar. La madre pide un acto final, un destino final, no una pizza bergogliana “a la piedra”, la cual seguramente adolece de la sal cristiana, ergo insípida de por sí. Este acto final, está destinado al Padre, que es simple acto y se llega a él por el cumplimiento de una misión, un objetivo dentro del espacio y del tiempo, sin pizza de por medio.

Por consiguiente, Jesucristo les señala la misión, el fin por el cual están en este espacio-tiempo. El del Señor es beber un cáliz y el de ellos, beber otro cáliz semejante, dejando el acto final a la decisión de Dios-Padre.

Del error de principio y de la falta de penetración del texto evangélico, el masón Bergoglio pasa a la moral como consecuencia lógica:

«Uno de los pecados que a veces hay en la actividad socio-política es privilegiar los espacios de poder sobre los tiempos de los procesos. Creo que quizá nos haga bien a los argentinos pensar si no es el momento de iniciar procesos más que poseer espacios.»

Pelear espacios es en el nuevo decálogo, si es que este todavía existe, un pecado, del cual habrá que confesarse, y escuchar la consecuente carcajada de un confesor sensato.

De aquí sobreviene el proceso sinodal. Es un proceso marcado por un espacio central de tono dictatorial, fruto del golpe de estado vaticano, el cual abre las puertas a una amplia convocatoria, para producir la inclusión del mal dentro del bien, de las tinieblas para que amortigüen la Luz, del dominio del hombre sobre Dios, y por fin, del dominio de la mujer sobre el hombre, puesto que es Eva quien obedeció al Dragón.

Como salta a la vista, el proceso no es superior al espacio, sino que lo verdaderamente importante es el objetivo oculto de transformar la doctrina eterna de Jesucristo.

Si realmente cree el antipapa que el espacio no es importante, pues que renuncie y deje el espacio vaticano, cosa que no hace, pues como alguien lo calificó, es un “enfermo de poder”, y el poder siempre se ejerce sobre un espacio. Bergoglio no está dispuesto a ceder su insípida pizza vaticana.

Fuente del Principio

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