Si durante la primera guerra mundial, Rudolf Otto había inventado “la pólvora” ya usada en el siglo V por el Pseudo-Dionisio, Karl Barth será quien ponga la bomba. ¿En qué consistía esa pólvora? Fundamentalmente, en el concepto de definir a Dios como el “totalmente otro” el ganz Anderes. Barth se inspira en Rudolf y utilizará este concepto para hacer estallar la Teología Liberal protestante y con ella caerá su arrianismo modernista.
El Barth dialéctico
La guerra le había demostrado a Barth, que los “cristianos” (se entiende protestantes) la habían tomado como una cruzada contra el mundo. Era una “súper-fe” que se iba a la guerra. Una fe, que usando los conceptos de Otto, no era “apócrifa” con tonos “platónico, plotínico y dionisíaco” como el catolicismo.
Indudablemente, el impacto de la derrota fue enorme. La “súper-fe” había sido derrotada. Había llegado la hora de dar el portazo a la fe liberal de la Deutchland. A esa misma fe no “apócrifa” sin tonos “platónico, plotínico y dionisíaco”.
El portazo se da, no para regresar a la fe de la que se había salido en la era de Lutero y Calvino, sino para volver a la “ortodoxia” protestante. De allí que algunos lo llamaron la neo-ortodoxia. Así lo recordaba Barth en una conferencia pronunciada en el Congreso de la Asociación de Párrocos Reformados Suizos, que se celebró en Aarau el 25 de septiembre de 1956:
La nave amenazaba con embarrancar; había llegado el momento de dar un viraje de 180 grados al timón. Y teniendo esto en cuenta se puede ya anticipar lo que habrá que decir más tarde: «Lo pasado ya no vuelve». Por ello, no se pudo después, ni se puede tampoco hoy, pretender negar aquel cambio o anularlo. Ciertamente que más tarde se trató y hoy se trata de una «retractación». Pero una verdadera retractación no consiste de ningún modo en un repliegue ulterior, sino en un nuevo ataque y embestida encaminado a decir mejor lo que ya antes se había dicho bien. Aun en el caso de que lo que entonces creíamos haber descubierto y puesto sobre el tapete no fuese una palabra definitiva sino necesitada de retractación, sería sin embargo una palabra verdadera, que por el hecho de serlo debe permanecer, y ante la cual tampoco hoy se puede pasar de largo, sino que más bien constituye la premisa de lo que hoy debemos seguir pensando.
Este viraje de 180 grados, fue su “dialéctica”.
Su experiencia como afiliado al Partido Socialista Suizo (PS) fue una decepción. El socialismo que había levantado el dogma de la pacificación, había impulsado y acompañado la guerra. Por lo tanto, había llegado la hora de sepultar todos los profetas luteranos que lo precedieron.
En 1919, aparece su primer Comentario a la Carta a los Romanos (Der Römerbrief). Fue la primera contestación que separará la teología protestante del siglo XIX con la del siglo XX, tal como lo comentó Karl Adam en la revista Hochland en 1925/26 :
La Epístola a los Romanos de Barth cayó como una bomba en el patio de recreo de los teólogos cuando apareció por primera vez; sus efectos fueron comparables a los de la encíclica antimodernista Pascendi del Papa Pío X.
Dios está más allá de todo. Es el totalmente otro, es el ganz Anderes que vive en el misterio. Este es el inicio de otro punto de mira, de toda una nueva teología:
...este «caminar en vida nueva» es mi visible punto de mira y de relación, la crisis que mi finitud experimenta por medio de mi infinitud, la amenaza y promesa que está de modo intemporal e invisible más allá de todos los sucesos visibles e históricos de «mi» vida; más allá de todos porque, y en cuanto que, el mundo es mundo, el tiempo tiempo, y e! hombre hombre. (Der Römerbrief. C.6. La gracia)
La dialéctica consiste en detallar una feroz antítesis entre el Creador y la criatura. Contrariando los profetas anteriores del protestantismo, no existe un camino natural para llegar a Dios:
Es imposible aquí un tránsito paulatino, un ascenso escalonado, una evolución de una orilla del abismo a la otra. Por el contrario, se da una ruptura súbita en el lado de aquí y el comienzo de algo completamente distinto en el otro lado. En efecto, lo que podría indicarse como vivencia de la gracia que continuara otras vivencias religiosas se encuentra aún, como tal, en el lado de acá. La gracia misma es lo contrapuesto, lo que está al otro lado del abismo, y no hay puente que conduzca desde el lado de acá a la gracia. Al contrario, la gracia se contrapone con un tajante «Eso precisamente no» a la ley, la primera posibilidad divina a la última posibilidad humana, el «servicio en el nuevo sentido del espíritu» al «servicio en el viejo sentido de la letra» (7,6). ¿Qué significa en aquella cercanía esta lejanía, en aquel paralelismo esta distancia infinita, en aquel parentesco esta hostilidad? ¿Cómo debemos concebir la relación del hombre con Dios, la religión, de la que el hombre no escapa «mientras vive» (7,1), si ella está separada de la relación de Dios con el hombre por esta negación radical? (Der Römerbrief. El Sentido de la Religión 7,7-13)
Lo divino posee una elevación infinita sobre lo humano. La tesis que explayaba una santidad humana como fruto de su comportamiento ético, no se podía dar como una posesión propia. El hombre vive en el tiempo, Dios en la eternidad. La distancia entre tiempo y eternidad es infinita. La religión es como la ley escrita para el pueblo judío. La ley mata, el Espíritu vivifica:
...y ella se cuidará de querer enseñar algo mejor a tales no conversos. La realidad de la religión es lucha y escándalo, pecado y muerte, demonio e infierno. En modo alguno saca al hombre de la problemática engastada en los términos culpa y destino; por el contrario, lo sumerge más en ella. No le aporta solución alguna para la cuestión de su vida, sino que convierte al hombre en enigma insoluble para él mismo. Ella ni lo salva ni le descubre la salvación; más bien, hace patente su situación de irredento. La realidad de la religión no pretende ser objeto de disfrute o de celebración; al contrario, quiere que se la lleve como yugo duro porque no es posible quitárselo de encima. No se puede desear, encarecer o recomendar a nadie la religión: ella es una desdicha que irrumpe con necesidad fatal en ciertos hombres y pasa de ellos a otros. (Der Römerbrief. La realidad de la Religión)
Lo divino es un castillo «sin ventanas abiertas hacia la vida de nuestra sociedad». No se puede secularizar a Dios. Ningún camino social lleva a Él:
Constituye un sentimental autoengaño liberal pensar que desde la naturaleza y la historia, desde el arte, la moral, la ciencia o incluso desde la religión parten caminos que conducen directamente a la posibilidad imposible de Dios. (Der Römerbrief. C.9. La tragedia de la Iglesia)
Gracias a este escrito, en 1921 Barth pasa a ser profesor en la Universidad de Gotinga. En 1922 aparece la segunda edición de los Comentarios a la Carta de los Romanos. No es que Barth reedite el comentario anterior, sino que es algo totalmente nuevo. Es lo que se publica en la actualidad.
Esta polaridad, hará de Barth un antinazi. Criticará la alianza de las “iglesias” con el nazismo, donde algunos de sus jerarcas provienen y toman sus símbolos de una oscura logia ocultista llamada Thule-Gesellschaft, la cual era racista y Völkisch o adicta al folk alemán. Algunos miembros del partido que procedían de ella, planificaron eliminar el cristianismo de la Deutchland. Era el reinado del “superhombre”, vaticinado por el profeta Nietzsche, que siguiendo los pasos de Holderling, abrazó la Grecia pagana y antes de ingresar en un nosocomio, firmaba como el “Anticristo”.
Superando el arrianismo modernista
La infinita distancia entre el Creador y la creatura hace imposible una unión entre Dios y el hombre. Se requiere una síntesis. Solo en Dios está la posibilidad de alcanzarla, pues es quien tiene que venir en auxilio del hombre, y ella está en Jesucristo, Dios que se hace hombre. Esto hace que se rompa el arrianismo moderno y se dé un portazo definitivo con los arrianos de la “súper-fe”. Esos que hablaban con un lenguaje apropiado para la Kultur de la época. Con Jesucristo, Dios se había revelado.
Este su estar constituido es la verdadera significación de Jesús, que, como tal, escapa a toda posible definición histórica. Jesús como el Cristo, como Mesías, es el final del tiempo. Hay que entenderlo sólo como paradoja (Kierkegaard), sólo como vencedor (Blumhardt), sólo como historia primordial (Overbeck). Jesús como el Cristo es el plano desconocido para nosotros que secciona perpendicularmente, desde arriba al conocido por nosotros. Jesús como el Cristo puede ser entendido dentro de la evidencia histórica sólo como problema, sólo como mito. Jesús como el Cristo trae el mundo del Padre del que nosotros nada sabemos ni sabremos dentro de la evidencia histórica. (Carta a los Romanos. C1. Proemio)
Había llegado la hora de enterrar a “Fabricantedevelos” (F. Schleiermacher para los doctos). Y mientras arroja tierra sobre su tumba le recuerda fúnebremente, que no se puede apropiar a Dios con una vivencia personal basada en la Intuición (Anschauung) y el Sentimiento (Gefühl).
Ya se abandonaban de golpe “las leyendas” y la letra de Las Escrituras, pasaba a ser una Revelación divina única. La “súper-fe” se había equivocado, “la nave amenazaba con embarrancar”:
Hoy ya no es preciso discutir con muchas personas que en la historia de la teología protestante moderna ha habido un fallo profundo que ha desempeñado un papel funesto y que debemos evitar en el futuro lo antes posible. ¿Dónde está el fallo? A menudo se ha dicho que era debido al hecho de que en el curso de los siglos posteriores a la reforma se había perdido la conciencia de la soberanía de Dios. Pero este diagnóstico sólo es acertado si se interpreta de un modo más preciso: es la soberanía de la palabra de Dios la que se nos ha perdido y la que debemos intentar recuperar. (Conferencia pronunciada en Holanda, marzo de 1939)
La tumba de Jesucristo dejó de estar hueca, pues había resucitado:
La resurrección de entre los muertos es el punto de inflexión, la «constitución» de aquel punto desde arriba y la correspondiente inteligencia desde abajo. La resurrección es la revelación, el descubrimiento de Jesús como Cristo, la manifestación de Dios y el conocimiento de Dios en él, la entrada de la necesidad de glorificar a Dios, de contar en Jesús con el Desconocido e Invisible, de admitir a Jesús como el final del tiempo, como la paradoja, como la proto-historia, como vencedor. En la resurrección, el nuevo mundo del Espíritu Santo toca al viejo mundo de la carne. Pero lo toca como la tangente a un círculo, sin tocarlo; y al no tocarlo lo toca como su delimitación, como nuevo mundo. Así, la resurrección es el evento a las puertas de Jerusalén en el año 30, en cuanto que ella «aconteció», fue descubierta y conocida allí. Mas ella en modo alguno lo es en cuanto que su necesidad, manifestación y revelación no están condicionadas por aquel acontecer, descubrir y conocer, sino que son su condicionante. En cuanto que Jesús se revela y es descubierto como el Mesías, él está «constituido como Hijo de Dios» ya antes del día de Pascua, aunque sin duda, también después de esa fecha. (Ibídem)
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Dentro del catolicismo, ciertos jesuitas franceses abrazaron la “súper-fe” del arrianismo moderno, disfrazado de actualización o “aggiornamento”. La teología liberal, los había alcanzado en la Nouvelle Théologie. Eran los pocos sabios que hablaban al mundo moderno con un lenguaje apropiado. Quien les quitará la máscara, será Réginald Garrigou-Lagrange OP, demostrando que era un modernismo disfrazado de retorno a los Santos Padres.
Este movimiento jesuita dice ir “a las fuentes", pero ignora al “Pseudo-Dionisio”. Al igual que Barth, se hizo social con la Teología de la Liberación. Para colmo de males, tomó por asalto la cumbre de la Iglesia, con dos jesuitas “célebres”. El cardenal Carlo Maria Martini, quien preparó el camino, y Jorge Bergoglio quien tomó el poder.
Tan solo falta dentro del catolicismo, quien rompa con este arrianismo modernista. Lo hará quien perciba, que la Barca se ha embarrancado...
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