En el siglo XX hizo su aparición, el luterano de las fronteras. ¿De qué fronteras hablamos? De la existente entre ciencia y filosofía; de la que se crea entre filosofía y teología; de la del tiempo entre edad antigua y modernidad. Frontera entre el ser y la nada. Frontera entre la fe y la angustia del absurdo. En un primer momento, daría la impresión que se trata de un anti sócrates que se las sabía todas. Parece un ave que vuela todos los campos. Con sus alas planea sobre el arte, la Kultur, el psicoanálisis o la sociología. Sin embargo, cuando nos adentramos a leer sus argumentos en el “Coraje de existir”, nos da la sensación de un ser angustiado, que toma apuntes sobre el sermón que le dio su terapeuta, para salir del consultorio y sentirse sano. A todo esto se añade la estructura de una filosofía alambicada por el ser, que lo hace un oscuro cóctel discursivo. ¿Es este personaje que nos presenta como fenómeno la masonería moderna?
Paul Tillich (1886-1965), hijo de un pastor luterano de Prusia. En 1911 recibe el doctorado en filosofía en la Universidad de Breslau. En 1912 se licenció en teología en Halle Wittenberg. Capellán durante la Primera Guerra Mundial. Hospitalizado tres veces por trauma de combate. Un dato no menor, pues su pensamiento parece sacado de la angustia de las trincheras y parece ser la clave de todo su pensamiento. El buen luterano ve como en la guerra, todo se destruye. Inconscientemente aprehende la destrucción, la cual se da en su propia vida servida como plato de hostería.
En 1919 se divorcia de su esposa Margarethe Wever embarazada de otro hombre. Fue otra destrucción. Se casa con Hannah Werner-Gottschow, casada y ya embarazada. Ahora mantiene un matrimonio “abierto”. Estamos en otra destrucción.
El colapso de la República de Weimar lo llevó a imaginar que había llegado el momento oportuno (καιρος) para un cambio histórico que brindara una comunidad socialista armoniosa, inspirada en los ideales cristianos de justicia e igualdad. Camino que ya vimos hacer a Barth y Bultman. Fue una desilusión y otra destrucción.
Se relaciona con Martín Heidegger, quien tenía en ese entonces afinidades con el nazismo, siendo él un “socialista religioso”. Tal vez aquí comience su aventura sobre las fronteras.
Desde 1924 a 1933 lo encontramos como profesor en distintas universidades.
En 1933 lo expulsan de sus cátedras por antinazi ―otra destrucción en su vida― y se radica en Estados Unidos, donde dicta cátedras.
¿Acaso todas estas secuelas no terminaron influyendo en su Teología Sistemática de dos tomos?
El argumento para demostrar que “Dios” no “existe”
Lo que más llama la atención del público, en su pensamiento, es su demostración sobre la inexistencia de Dios. Es la novedad del luteranismo, donde dentro de sus filas un teólogo afirma sin ambages: «Dios no existe» y «argumentar que Dios existe es negarlo».
¿Acaso Tillich es ateo?
En “El Coraje de Existir” escribe toda su ambigüedad:
No puede haber ninguna negación actual sin una afirmación implícita… Lo negativo vive en lo positivo que niega. (VI. El valor y la trascendencia)
Pero ¿qué es lo que afirma?
Para su estructura mental, ―y suponemos no enferma por los horrores de la guerra―, Dios no es un ser, ni el Ser. En esto, nuestro socialista, sigue el pensamiento del nazi Heidegger, quien levantó la mano derecha para saludar a su Fürer. Dios es la base del ser, para el hombre que es un ser finito.
Este "fundamento del ser" es el ganz Anderes que ya vimos en protestantes anteriores, con la diferencia que ahora se le niega la posibilidad de ser, por lo tanto si no es un ser, no existe. Atrás quedó la definición del Éxodo (3,14):
Yo soy el que soy.
Menos mal que Lutero pedía “sola scriptura”. Tillich lleva la destrucción a su máxima expresión. Si para Nietzsche Dios había muerto, para Tillich Dios había saltado por los aires de su trinchera.
De este modo, ¿qué viene a ser Dios?
Estamos ante un sustantivo abstracto, llamado Dios. No es un “soy” (ὁ ὢν), ni un “era” (ὁ ἦν) y mucho menos “el que viene” (ὁ ἐρχόμενος) (Cfr. Ap.1,8 ). No es un Ser.
Pero entonces, ¿por qué los hombres hablan de Dios?
Porque es un símbolo que representa un modo de pensar. Así como la Estatua de la Libertad de Nueva York es un símbolo que controla la entrada al puerto, así la Estatua mental de Dios controla el puerto de la fe del hombre.
El catecismo de Pío X en se preguntaba, ¿dónde está Dios? Y respondía:
Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar.
Mientras este catecismo afirmaba que Dios se encontraba en cada lugar, el catecismo de Tillich afirma que no se encuentra en ningún lugar, ni en ningún tiempo. No es esencia, pero sí es objeto de un símbolo.
¿Pero es existencia?
¿Pero qué es la existencia para un traumatizado de la guerra? Todo radica en dos términos, “a lo teutón”. Uno es el nonbeing que se ha traducido por el "non-ser". Consiste en una partícula que se adelanta al sustantivo para indicar que no lo tiene. La otra es not being o "no ser". Aquí el not se emplea como ausencia para usarse con verbos. En conclusión, la existencia pasa a ser una carencia, ausencia o falta.
Xavier Zubiri explica el origen de la palabra existencia:
Ricardo de San Víctor introdujo una terminología que no hizo fortuna, pero que es maravillosa. Llamó a la naturaleza sistencia; y la persona es el modo de tener naturaleza; su origen, el "". Y creó entonces la palabra existencia como designación unitaria del ser personal. Aquí existencia no significa el hecho vulgar de estar existiendo, sino que es una característica del modo de existir: el ser personal. La persona es alguien que es algo por ella tenido para ser: sistit pero ex. Este "ex" expresa el grado supremo de unidad del ser, la unidad consigo mismo en intimidad personal. Aquí la unidad personal es el principio y la forma suprema de unificación: el modo de unificarse la naturaleza y sus actos en la intimidad de la persona. (El Ser sobrenatural 422-433)
Mientras para la super-teología de Tillich existencia es carencia, para la bárbara e inculta teología medieval era una forma de tenencia.
Tillich, el opuesto de San Anselmo
El argumento tillichiano sobre la inexistencia de Dios, nos recuerda el argumento ontológico contrario de San Anselmo. Si para Tillich «argumentar que Dios existe es negarlo»; para San Anselmo, argumentar que Dios no existe es afirmarlo.
Para San Anselmo, Dios es lo máximamente pensable, lo más perfecto que cabe concebir; por lo tanto ha de existir también en la realidad ya que si no existiera, no sería lo máximamente pensable. Ergo, Dios necesariamente ha de existir.
Y agregamos, si alguien niega que lo más perfecto pensable no existe, es porque sabe que existe.
Nadie que entienda, pues, lo que Dios es, puede pensar que Dios no existe, aunque pueda decir estas palabras en su corazón sin darles ningún significado, o dándoles algún significado impropio. Puesto que Dios es aquello mayor que lo cual nada se puede pensar. Quien entiende esto, entiende sin duda que es un ser tal que ni siquiera en el pensamiento puede no existir. Por consiguiente, quien entiende así el ser divino no puede pensar que no existe. (Proslogion IV)
¿Qué eres sino la sumidad de todo, único existente por sí mismo, que hizo todo lo otro de la nada? Todo lo que no sea esto es menos de lo que puede pensarse, y no puede pensarse de ti. Porque ¿qué bien podría faltar al sumo bien por el que todo bien existe? Así pues, tú eres justo, veraz, feliz, y todo lo que es mejor ser que no ser; ya que sin duda es mejor ser justo que no serlo, y ser feliz que no serlo. (Proslogion V)
Para Tillich, Dios estaba fuera del Universo, más allá del espacio y el tiempo, la existencia y la esencia.
Para San Anselmo:
Tú, en cambio, a pesar de que nada sea sin ti, no estás en lugar ni tiempo alguno, si bien todas las cosas están en ti. Nada te contiene y, sin embargo, tú lo contienes todo. (Proslogion XIX)
A todo esto, podemos imaginar dónde fue a estacionar la fe, o sea, la base de toda la lógica luterana, la sola fides como el “fundamento último” del ser de la Reforma.
Mas (la fe) es una experiencia que tiene un carácter paradójico, el carácter de aceptar la aceptación. Ser sí-mismo trasciende todo ser finito infinitamente; Dios en el encuentro divino-humano trasciende al hombre incondicionalmente. La fe llena este abismo infinito aceptando el hecho de que a pesar de ello el poder de ser está presente, de que aquel que está separado es aceptado. La fe acepta «a pesar de»; y del «a pesar de» de la fe nace el «a pesar de» del valor. La fe no es una afirmación teórica de algo incierto, es la aceptación existencial de algo que trasciende la experiencia ordinaria. La fe no es una opinión, sino un estado. Es el estado del ser captado por el poder del ser que trasciende a todo cuanto es y en el que participa todo cuanto es. Aquél que es cogido por este poder puede afirmarse a sí mismo por que sabe que es afirmado por el poder del ser sí-mismo. En este punto la experiencia mística y el encuentro personal son idénticos. En ambos la fe es la base del valor de ser. (El Coraje de Existir. VI.)
¿Y cómo hacemos un acto de fe?
El acto de aceptar el absurdo es en sí un acto significativo. Es un acto de fe. (Ibídem)
¿Por qué motivo?
Es simplemente fe, no-dirigida, absoluta. Es indefinible, ya que todo lo definido es disuelto por la duda y el absurdo. (Ibídem)
De esta manera se contradice con la sola scriptura de su Reforma, que dice:
La fe es hipóstasis (ὑπόστασις) de lo que esperamos, la prueba (πραγμάτων ἔλεγχος) de lo que no vemos. (Hebr.11,1)
En conclusión, Tillich, dejó de lado la Reforma, para abrazar las fronteras entre cristianismo y utopía, entre fe y absurdo. The Christian frontiersman.
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