La conciencia para Hegel no es otra cosa que un camino, un viaje, un despliegue dialéctico que desemboca, ¿en dónde? En el Espíritu. Es un proceso dinámico que evoluciona por etapas.
Es un viaje, no por el tren fantasma, sino por la Férrea Línea Idealista. Es decir, por la mente. Esta tecnología germana, nada tiene que ver con los trenes bala tanto chinos como japoneses. Este tren ideal posee rieles fijos sobre las nubes de las ideas. Nada más veloz. Llega siempre a su horario y nunca se detiene por percances en el trayecto, pues toda contradicción se resuelve a sí misma. Si la vía se gasta, se repone sola. Si la máquina a vapor se queda sin agua, ya se llenará su caldera en la estación que corresponda. El tren es una mezcla de siglos, posee caldera a vapor, luz y parlantes. Una línea envidiable.
Iniciemos este viaje cuanto antes.
La Conciencia llega a la Estación de partida y asciende al vagón asignado.
―Bienvenidos― se escucha por los altoparlantes de los vagones, ―bienvenidos a este largo viaje en busca de la Verdad y la Libertad.
Hegel, es el maquinista y parece verlo todo, como un místico lo ve en sus visiones. Como un conductor ve las sólidas vías de acero. Es que la idea nunca deja de ser una visión con el ojo de la mente.
Suena la puerta del camarote e ingresa el espíritu del guarda, quien proporciona a cada viajero un mapa con las Estaciones de este viaje único, por la nubes etéreas de las ideas.
Suena la campana de partida y la locomotora avanza humeante por la Estación Central. La Conciencia se sienta confortablemente y mira por la ventanilla todo el paisaje que empapa los sentidos.
El tren se detiene en la primera Estación. La Conciencia mira por la ventanilla y nota que se llama “La Autoconciencia”. Se realiza una parada de diez minutos.
Al bajar la Conciencia nota que la estación no es otra cosa que una pared de extremo a extremo, por los altoparlantes resuena el vozarrón de Fichte:
―¡Deben pensarse distintos a la pared!
Es lo que la Conciencia hace y ahora se percata distinta a los ladrillos que está viendo y se dice a sí misma:
―¡Oh, novedad! No soy la pared.
Por esta visión mística, la Conciencia se siente distinta y nota que se diferencia del paisaje visto por la ventanilla. Ella siente una profunda transformación, ahora ya se siente Autoconciencia, pues acaba de “tomar conciencia”.
En este estado de arrobamiento, la Autoconciencia al son de la campana de la Estación, vuelve a subir al tren. Al entrar en su camarote, se mira a sí misma en el espejo, y reconociéndose, dice:
―Soy un "ich".
Suena el silbato de la máquina idealista. El tren parte lentamente con el ich, llamado por Fichte el Yo-Trascendental, pues por fin dejó de ser el No-ich.
Transcurre un aburrido paisaje, cuando la máquina se detiene en la próxima Estación por una hora. El ich mira por la ventanilla y nota que la estación se llama “Libertad”.
El ich baja y se dirige al salón comedor para comer una salchicha marca Kant.
El espíritu que hace de mozo le pregunta qué le sirve para beber.
―Una cerveza marca Schlegel.
―Tenemos dos, una es August y la otra Friedrich.
―La más suave, por favor.
―Entonces Schlegel Friedrich.
Al saborear su salchicha, la Autoconciencia del ich ve que se realiza plenamente en La Libertad, pues eligió correctamente la marca de salchicha y de cerveza.
El comedor está todo convulsionado por la cantidad de “Autoconciencias” que se han sentado en distintas mesas. Nuestro ich ha hecho algunos amigos. Algunos comían salchichas marca Schelling, otros marca Herder. Pero tuvo agrias discusiones y cruzó palabras ofensivas contra los que comían salchichas marca Schopenhauer. No importa. A la larga las contradicciones se resuelven a sí mismas. Es que no todas las Autoconciencias reconocen la Autoconciencia de nuestro ich.
Suena la campana de la Estación, y todas las Autoconciencias abordan el tren, que parte raudo y ligero. Las autoconciencias que no actuaron en Libertad, se quedan varadas en la Estación, pues su vagón fue desenganchado del tren. Deben esperar al tren siguiente.
Luego de unas horas de viaje, y reconfortado por su desayuno en la Estación “Libertad”, suena el silbato del maquinista Hegel y el tren se detiene. El ich mira por la ventanilla y observa que la Estación se llama “La Razón”.
Parada de quince minutos.
El ich se baja para estirar las piernas y reconoce de inmediato a La Verdad Objetiva que vino a recibirlo.
La Verdad Objetiva, muy hermosa ella, no vino sola, sino que muy ataviada está con dos caballeros muy distinguidos. De un brazo la sostiene al caballero llamado Sujeto, y del otro brazo, el caballero Objeto.
Luego de besarse todos amigablemente y mantener una conversación bien científica se agotan los minutos y suena la máquina de Hegel, mientras grita el espíritu del guarda:
―¡Autoconciencias al tren!
Nuestro ich nuevamente sube a su compartimento y el tren parte raudo dentro de una profunda neblina. Al disiparse contempla embobado las nubes del saber y dice arrobado:
―¡Ni Goethe vio esto!
Pasan por su mente las distintas nubes del Conocimiento. Allí la Física, aquí el Arte. Más allá la Religión. Y por fin contempla anonadado la nube de la Filosofía.
Pasan unas horas en esta contemplación, cuando el maquinista Hegel detiene la máquina a vapor. Llegamos a la Estación Final. El ich mira por la ventanilla para reconocer si su nombre coincide con la cartilla que le entregó el espíritu del guarda y nota que se fue por la vía correcta. La Estación se llama: “El Espíritu”.
La autoconciencia baja y ahora se integra en un todo mayor, superando las contradicciones.
Bajo el canto de los espíritus celestes, las Autoconciencias se sienten ya en el paraíso de Hegel.
El Espíritu en persona vino a recibirlas. Juntos hacen una caminata por las nubes de la Verdad. El Espíritu les dice:
―Todas estas son verdades parciales. Para entrar en el corazón del paraíso, debemos reconocer la Verdad Absoluta.
―¿Qué debemos hacer para alcanzarla?― Pregunta una Autoconciencia algo despistada.
―Muy simple, deben buscar el Universal de todas estas verdades parciales, si no lo hacen, nunca llegarán a allí.
―¿Y por qué vamos allá?―, pregunta nuestro ich.
―Porque de la Verdad Absoluta partió todo, cuando “tomó conciencia”.
―Mi buen Espíritu, ¿usted no es una Verdad?―, pregunta otro desubicado.
―¡Oh, sí! Pero yo soy solo la Singularidad de esa Verdad Absoluta. ¿Ve allí ese castillo?
―¿Y quién vive allí?
―La Particularidad de esa Verdad Absoluta.
―¡Ahhh…!
―Bueno, llegamos…
Dentro de una nube sobresale una potente luz. Entonces dice el Espíritu de la Singularidad:
―Ahí está la Verdad Absoluta.
De pronto se oyó una voz entre el grupo:
―¡A mí no me convence!
Entonces se desarrolló este diálogo entre el escéptico y el Espíritu de la Singularidad:
―¿Existe el Pensamiento, lo que llamamos Gedanke?
―Por supuesto, quien puede negarlo.
―La luz que vemos en la nube, es el Gedanke. ¿Existe la Representación de dicho Pensamiento?
―Por supuesto, quien puede negarlo.
―Quien está en el Castillo, es la Representación de dicho Pensamiento. Es el Yorstellung.
―Ajá…
―¿Existe el Concepto de dicha Representación, lo que llamamos Begriff?
―Por supuesto, quien puede negarlo.
―Ese soy Yo, der Begriff. ¡Autoconciencias, el Viaje ha terminado!