Calesita

sábado, 14 de mayo de 2022

Un eremita y la Comunión en la mano


 Trataré de explicar lo que logré entender, pero sucedió con tanta profundidad que no sé si podré ser clara.

De todos modos lo intento.

Tendré que usar muchas palabras y ejemplos, mientras que la comprensión fue muy veloz, no mediada por el razonamiento o los discursos.

Está claro que no puedo transmitir ese instante, entonces lo hago a la manera humana, porque no existen otras a nuestro alcance.

Si primero me hubieran preguntado las razones para no llevar en la mano la hostia consagrada, hubiera dicho: porque sólo están consagradas las manos del sacerdote y éste actúa in persona Christi, además los fragmentos de la hostia (aunque sean infinitesimales por lo tanto no visibles a simple vista), que se pierden y caen por tierra, son el Cristo entero. Y estas consideraciones siguen siendo muy válidas incluso ahora, pero aún no son el corazón de todo, son motivaciones humanamente comprensibles, luego quizás no son compartidas por todos, pero accesibles a la razón.

Y podemos discutir sobre ellas indefinidamente.

Pero hay una motivación, aquella que está en la raíz, que parte desde el inicio, totalmente sobrenatural que no se puede discutir, se recibe o se rechaza.

Pero para recibirlo hay que tener un sentido muy vivo del pecado original, sentido del que hoy carecen casi todos los cristianos porque, repito, es necesario tener una percepción profunda del desastre cósmico que ha producido el pecado y de la tragedia que ha significado para el hombre y toda la creación.

Todo comienza desde ese momento, y la Comunión en la mano tiene su raíz justamente allí.

Un biblista, Pietro Bovati, sj, explicó muy bien el significado de la acción realizada por Eva en el Edén, y lo propongo:

«A la totalidad de la oferta se le pone un límite: Dios pide al hombre que se abstenga de comer el fruto de un solo árbol, situado junto al árbol de la vida (Génesis 2,9), pero muy distinto de ella.

La prohibición es siempre una limitación puesta a la codicia de tener todo, a ese anhelo (antes llamado 'concupiscencia') que el hombre siente como un impulso innato de plenitud. Aceptar tal codicia es hacer desaparecer idealmente la realidad del donante; por tanto elimina a Dios, pero, al mismo tiempo, determina también el fin del hombre, el cual vive porque él mismo es un don de Dios».

Y yo añado Filipenses 2: 5-6: «Tened en vosotros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús, el cual, aunque de naturaleza divina, no consideró su igualdad con Dios como un tesoro celoso (literalmente: una presa), sino que se despojó a sí mismo ... »

Cuando nosotros tomamos la Comunión con la mano “depredamos” la hostia, y aquello que nuestra mano toma, es un paso guiado por la concupiscencia, que repite exactamente el gesto de Eva y es el eco perfecto.

A Dios no se lo toma, se lo recibe, y tomar la Comunión con la mano es cancelar al Donante que se dona.

Eva toma el fruto directamente del árbol con la mano, no lo recibe de Dios, se desliga de Su dependencia. Se convierte en autónoma, o al menos así lo cree.

En el caso de la Comunión sobre la mano, nos autocomunicamos, es decir, no comunicamos, no entramos en comunión con el Donante, sino sólo con nosotros mismos, poniendo en marcha un circuito cerrado que nos separa de Cristo, porque todo se recibe sólo de Él y con Él.

Existe un límite que no debe traspasarse entre lo humano y lo divino, porque entra en juego una diversidad que aniquila al hombre, si es mal “con-prendida”: Dios se dona a nosotros no como prenda para agarrar, sino como don inmenso para adorar (literalmente ad-os / oris = a la boca).

No se pasa por medio de una acción que tiene una resonancia siniestra, porque en el campo sobrenatural cada gesto tiene un significado eterno y único.

No debe ser nuestra mano la que toma, imitando el gesto de Eva, sino que debe ser nuestra boca la que recibe (adora) directamente la hostia, sin la intermediación de nuestra concupiscencia, que fue la causa del pecado.

Me doy cuenta de que parece una sutileza, pero no lo es, su significado sobrenatural es enorme: no podemos tomar a Dios, sólo podemos recibirlo, despojándonos de nuestro yo, que en el caso de la Comunión en la mano, se fortalece con el gesto de nuestra mano.

La serpiente antigua siempre está trabajando y continúa sugiriendo al hombre que no debe depender de Dios, sino tomar todo por sí mismo.

El objeto del odio eterno de Satanás es el Verbo Encarnado, es decir, la unión de lo divino con lo humano, Dios que se hace hombre.

La Encarnación es su tormento y, si no puede anular claramente la acción de Dios, entonces se contenta, como dice el Beato Clemente Marchisio, con éxitos parciales: "si no puede destruir, ensucia, mancha, deforma".

Y la Eucaristía es uno de sus blancos favoritos.

De hecho, si os fijáis, las llamadas “mesas eucarísticas” se multiplican: sobre la mesa hay una píxide o patena llena de hostias, y cada uno se sirve por sí mismo.

La posibilidad de tomar la Comunión con la mano es un paso ordenado precisamente para una ulterior toma directa, sin recibir humildemente y con acción de gracias.

Todo se nos debe, incluso a Dios.

Las personas que por mil razones se comunican con la mano son de buena fe y no tienen ni remotamente idea de lo que se esconde detrás de este gesto, en la mayoría de los casos creen tener una mayor intimidad con Dios, y por este sentimentalismo (que es la deformación del sentimiento) se desprecia: mi Jesús, lo tengo en mis manos, etc.

Muchos se ponen a hurgar en la historia para ver cómo hacían los primeros cristianos, buscando en el tiempo lo que supera al tiempo, queriendo encontrar las razones de un acontecimiento divino en las tradiciones humanas, sin tener en cuenta que el Espíritu se adapta a nuestra pequeñez y poco a poco nos enseña, porque nuestra mente racional no tiene las herramientas para entender aquello que lo supera.

Sería necesario haber conservado la mentalidad simbólica de los antiguos, que es absolutamente necesaria para entrar en la modalidad plena de los signos sagrados.

Sin embargo, aquí entramos en otro argumento.

Me extendí un poco, no sé si me logré explicar, pero lo que he entendido está ahora tan grabado en mí que nunca pude tomar la Comunión en la mano, por ningún motivo.

No podría hacer otra cosa, porque ahora lo sé, lo conozco en profundad.

Hago un pequeño añadido, un dato que tenía a posteriori y que completa el argumento:

En el Evangelio de Juan, al hablar de la Eucaristía, la palabra "bocado" se encuentra cuatro veces en unas pocas líneas, y es un término nunca usado en los Evangelios: "psomion", que literalmente describe la acción del pájaro padre que lleva a la boca del pajarito hijo.

Ergo el bocado se “emboca”, se da en la boca y así se recibe.

Sergio Russo y Rosanna Maria Boccacci

Visto en Stilum Curiæ




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