Calesita

lunes, 1 de febrero de 2021

La Prudente Desobediencia

Monseñor Carlo Maria Viganò, quien en alguna ocasión sacó de sus casillas al bergogliano Mons. Ojea, ha contestado la carta que un sacerdote le dirigió, incluyendo varios temas y procurando dar respuesta a todas las cartas que le remiten para consulta.

De su estilo rápido y casi coloquial, destaco a continuación algunos párrafos y dejo este link para aquellos que deseen leer la respuesta completa.

Es interesante como resume la situación actual de esta iglesia con la siguiente afirmación:

... los fieles pueden resistir el ejercicio ilegítimo de una autoridad legítima, el ejercicio de una autoridad ilegítima o el ejercicio ilegítimo de una autoridad ilegítima.

Al analizar el problema de la autoridad tanto civil como religiosa, avanza aún más en su razonamiento:

Santo Tomás considera moralmente lícita la resistencia al tirano y al regicidio, en algunos casos; así como es lícita la desobediencia a la autoridad de los prelados que abusan de su poder contra el fin intrínseco del poder mismo.

Dejando siempre en pie el principio de la autoridad afirma:

...la autoridad terrenal, ya sea temporal o espiritual, siempre está sujeta a la autoridad de Dios.

De su análisis, como cabe esperar, sale muy mal parado el Papa Benedicto XVI:

Me atrevería a decir, para completar, que incluso la renuncia arbitraria al ejercicio de la autoridad sagrada por parte del Romano Pontífice representa un “vulnus” muy grave al Papado, y por ello debemos responsabilizar a Benedicto XVI más que a Bergoglio.

Y lo que sigue, no tiene desperdicio:

Los horrores cometidos por Bergoglio en los últimos años no solo representan un abuso indecoroso de la autoridad pontificia, sino que tienen como consecuencia inmediata el escándalo de los buenos frente a su figura, porque hace que hasta el papado en sí mismo sea despreciado y odioso, en la parodia del papado; comprometiendo irreparablemente la imagen y el prestigio de que hasta ahora gozaba la Iglesia, aunque ya afligida por décadas de ideología modernista...

Viéndolo bien, precisamente para defender la comunión jerárquica con el Romano Pontífice es necesario desobedecerle, denunciar sus errores y pedirle que dimita. Y rezarle a Dios que lo llame a Sí lo antes posible, si de esto puede derivarse un bien para la Iglesia.

El engaño, el engaño colosal sobre el que he escrito en varias ocasiones, consiste en obligar a los buenos - llamémoslos así por brevedad - a permanecer presos en las reglas y leyes que los malos usan “in fraudem legis”.

Es como si estos entendieran nuestra debilidad: es decir, que nosotros, a pesar de todos nuestros defectos, estamos orientados religiosa y socialmente al respeto de la ley, a la obediencia a la autoridad, al honor de nuestra palabra dada, a actuar con honor y lealtad.

Con esta virtuosa “debilidad” nuestra, se garantizan de nosotros la obediencia, la sumisión, a la más respetuosa resistencia y la prudente desobediencia.

Saben que nosotros, – piensan, pobres estúpidos, – vemos la autoridad de Cristo en ellos y tratamos de obedecerla, aunque sabemos que esa acción, aunque sea moralmente irrelevante, va en una dirección bien específica …

Así nos impusieron la Misa Reformada; así nos han acostumbrado a oír cantar las suras del Corán desde el ambón de nuestras catedrales, y verlas transformadas en restaurantes o dormitorios; por eso quieren presentar la admisión de mujeres al servicio del altar como algo normal …

Cada paso que dio la Autoridad, desde el Concilio en adelante, fue posible precisamente porque obedecimos a los Sagrados Pastores, y aunque nos parecía que sus decisiones se desviaban, no podíamos creer que nos estaban engañando; y tal vez ellos mismos, a su vez, no se dieron cuenta de que las órdenes dadas tenían un propósito inicuo.

Hoy, siguiendo el hilo conductor que une la abolición de las Órdenes Menores con la invención de acólitas y diaconisas, entendemos que quienes reformaron la Semana Santa bajo Pío XII ya tenían ante los ojos el Novus Ordo y sus atroces degradaciones actuales.

El abrazo de Pablo VI con el patriarca Atenágoras despertó en nosotros esperanzas de una verdadera “ecumène”, porque no entendíamos – como por el contrario, algunos habían denunciado – que este gesto era preparar el panteón de Asís, el ídolo obsceno de la pachamama y, en breve, el “sabba de Astana”.

Ninguno de nosotros quiere entender que este impasse se rompe simplemente al no seguirlo: debemos negarnos a enfrentar un duelo con un oponente que dicta las reglas a las que solo nosotros debemos cumplir, estando libres para romperlas. Ignorarlo. Nuestra obediencia no tiene nada que ver ni con el servilismo ni con la insubordinación; al contrario, nos permite suspender cualquier juicio sobre quién es o no Papa, continuando comportándonos como buenos católicos “aunque el Papa” se ría de nosotros, nos desprecie o nos excomulgue.

Porque la paradoja no radica en la desobediencia del bien a la autoridad del Papa, sino en el absurdo de tener que desobedecer a una persona que es a la vez Papa y heresiarca, Atanasio y Arrio, luz “de jure” y oscuridad “de facto”.

La paradoja es que para permanecer en comunión con la Sede Apostólica debemos separarnos de quien debe representarla y vernos excomulgados burocráticamente por quienes se encuentran en un estado objetivo de cisma consigo mismos.

El precepto evangélico de "No juzgar" no debe entenderse en el sentido de abstenerse de formular un juicio moral, sino de condenar a la persona, de lo contrario no podríamos realizar actos morales.

Por supuesto, no depende del individuo separar el trigo de la cizaña, pero nadie debe llamar la cizaña trigo, ni trigo la cizaña.

Y a quien se le conceda la Santa Orden, tanto más si en la plenitud del sacerdocio, no sólo tiene el derecho, sino el deber de señalar a los sembradores de cizaña como lobos rapaces y falsos profetas.

Porque incluso en ese caso, junto con la participación en el sacerdocio de Cristo, también está la participación a su Autoridad real.

 

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