Calesita

viernes, 20 de diciembre de 2019

O Oriens


El tema de esta quinta antífona que se canta el día 21 de diciembre, es  el del Sol Naciente.
Jesucristo es el Sol que nace en Oriente. El tema es tratado por el Salmo 18:
Allí le ha puesto su tienda al sol: Él sale como el esposo de su alcoba, * Contento como un héroe, a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo: * nada se libra de su calor.
Nuevamente, el tema del sol, nos recuerda el tema de Adonai perteneciente a la segunda antífona.
Para que no exista confusión, los rayos de este sol, se forman con la Luz eterna, además este es el Sol de justicia. El profeta Malaquías es quien lo presenta:
Mas para ustedes, los que temen mi nombre, se alzará un Sol de justicia que traerá en sus alas la salud. (4,2)
Este Sol, para el profeta, sobreviene en el día del juicio, sol ardiente que como un horno quema lo inicuo. (Cfr. Cap. IV) La Carta de Santiago retomará esta comparación del sol ardiente:
Así como saliendo el sol ardiente se va secando la hierba, cae la flor, y se acaba toda su vistosa hermosura, así también el rico se marchitará en sus andanzas. (1,11)
Quien dará la palabras de esta antífona es el Cántico de Zacarías:
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. (Lucas 1, 78 y 79)
De este modo se dará la redacción:
O Óriens * splendor lucis æternæ, et sol justítiæ: veni, et illúmina sedéntes in ténebris, et umbra mortis.
Dejamos nuestra traducción:
Oh Oriente, * esplendor de la luz eterna y sol de justicia: ven e ilumina a los que se sientan en las tinieblas y en la sombra de la muerte.
Este sol invicto que cuando parece que fenece, vuelve a surgir, es para los cristianos Cristo en sus dos venidas.
Moneda de Probo, con el Sol Invicto en el reverso. (Siglo III)
La fiesta en la época no cristiana, era el festejo del solsticio de invierno, en la región nórdica; el sol que declina, pero a mediados de diciembre resurge nuevamente. Este sol invicto que cuando parece que fenece, vuelve a surgir, es para los cristianos Cristo en sus dos venidas. Con esto se da cumplimiento al Salmo:
Puso Dios especialmente en el Sol su Tabernáculo. (Salmo 18,2)
Es este sol, la tienda de Dios, la Iglesia misma, la cual parece que está a punto de desaparecer por el lejano horizonte de todas las épocas, tragada por las líneas de un mundo próximo que la sumerge en las profundas y permanentes tinieblas; pero que siempre surge victoriosa y lozana. Es el sol invicto que renace por Oriente para iluminar las tinieblas de la noche y establecer el día sin fin.
Cristo, el Logos o Palabra del Padre, ilumina la Humanidad con su Luz, el sonido de su voz enrojece los cielos de la aurora y las tinieblas se retiran ante el ascenso del Sol Invicto que sale de su alcoba para hacer su recorrido y nada escapa a su calor. Su carrera por el cielo, es la Voz de la Tradición:
El día al día le pasa el mensaje, * la noche a la noche se lo susurra. (Salmo 18,4)
Por ello, luego del mensaje pasado de día en día y luego del susurro de una noche a otra noche de tribulaciones, enfrascado el mundo en las tinieblas, sobrevendrá su venida:
Él sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino. (Salmo 18,5)
El sol naciente, como la “Aurora de rosados dedos”, tiñe el cielo de sangre, de ella depende el amanecer de la Humanidad.
¿Qué hace la Iglesia ante el camino del Sol Invicto? Se recoge sobre sí misma y se prepara para el amanecer. Aquí como en la realidad, el inicio de la carrera del sol genera un límite entre las tinieblas y la luz: es el rojizo horizonte. Dentro de la realidad de la Luz cristiana, es el teñido de la sangre de los mártires.
Cantaba Homero en su épica a la Aurora, como «la de rosados dedos (ροδοδακτυλος1El sol naciente, como la “Aurora de rosados dedos”, tiñe el cielo de sangre. Sin embargo, de ella depende el amanecer de la Humanidad.
La antífona es un llamado a la Luz que quita el sueño de la Humanidad, la cual vive sin movimiento de vida, por las tinieblas que la han postrado en un sopor nocturno; es el fin de la maldad, es el principio de la Vida; es el fin de las tinieblas de la muerte y el inicio del cielo rojizo en la sangre de la nueva vida. El corazón comienza a moverse, a la par de la Luz que surge en la sangre del Sol Invicto y al compás del sonido de la Voz que resuena en el nuevo día.
Su sonido se ha propagado por toda la tierra, y hasta el cabo del mundo se han oído sus palabras. (Salmo 18,8)
El despertar del corazón depende de su misma voluntad, de las ganas de levantarse o de seguir durmiendo perezosamente. La elección la hace el corazón en libertad, una libertad que nace de su misma voluntad, cuyo resultado la envuelve en su nuevo nacimiento o lo deja postrado en la muerte de la cual ya es portador. Se pueden abrir los ojos, o tenerlos cerrados a pesar de los rayos de Luz que golpean los párpados de la voluntad.
«El Sol Naciente empezó a brillar en la oscuridad. Solo si tú lo quieres ver, lo verás.»
Ver el Sol Naciente, no es un problema de la inteligencia, sino de la voluntad, la cual en ciertos casos se niega a ver lo que surge; es la obstinación y la dureza del corazón; puesto que se aman más las tinieblas que la Luz.
A continuación, los monjes del Monasterio de Santa Magdalena en Barroux, quienes siguen el Rito Romano antiquor con toda su belleza, hoy destruida por los neomodernos, cantarán esta antífona, mientras las campanas del monasterio se lanzan al vuelo en la expectación de la última venida del Sol Naciente.
El texto de la antífona se toma del Antifonale Monasticum de 1934, pág. 210.

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1 Ilíada, Canto I, 477.

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