Introducción de Tony Velázquez Ruiz
En una carta pastoral sobre la Santísima Virgen María, Monseñor Strickland, “misericordiado” por el antipapa Francisco, responde a la diplomacia desafortunada y rastrera contra La Madre de la Iglesia, formulada por Tucho, el experto en mística erótica. (Fuente). El texto expone con claridad la problemática de una iglesia decadente y clarifica las verdades eternas:
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
El 4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota Doctrinal a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el Prefecto DDF, el Cardenal Víctor Manuel Fernández. En el documento, el cardenal Fernández declara que "no sería apropiado usar el título de 'Corredentora' para definir la cooperación de María". La razón declarada es que tal título "corre el riesgo de oscurecer la mediación salvífica única de Cristo y, por lo tanto, puede crear confusión y un desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana..." (Párrafo 22).
Debido a que muchos de los fieles están inquietos por estas palabras, y debido a que el amor a la Santísima Virgen es el latido del corazón de la auténtica fe católica, me siento obligado como sucesor de los Apóstoles a reafirmar la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la cooperación singular de Nuestra Señora en la Redención.
Llama la atención que la justificación dada -para evitar la "confusión" y por razones ecuménicas- se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Tal razonamiento ha embotado el filo de la doctrina hasta que solo queda un sentimiento vago. Pero la verdad no puede ser sacrificada en el altar de la diplomacia. El ecumenismo que silencia la verdad deja de ser la verdadera unidad. El camino a seguir no es desdibujar lo que distingue a la Fe, sino proclamarla con claridad y caridad, confiando en la luz de la revelación para disipar la confusión, no para ocultarla.
En los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos frentes de la vida de la Iglesia. Bajo el pretexto de ser "acogedora" e "inclusiva", la identidad sobrenatural de la Iglesia se está cambiando lentamente por una sociológica. Lo que una vez se definió por la gracia y la conversión ahora se está reformulando en el lenguaje de la acomodación y la afirmación. El llamado al arrepentimiento es reemplazado por el llamado a la pertenencia. Se le dice al mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse a ella. Y así la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, es engaño.
Este nuevo documento debe considerarse en ese contexto. Descartar el título de Corredentora no es simplemente una preocupación lingüística. Es parte de un esfuerzo continuo para despojar a la fe de sus afirmaciones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva para un mundo que odia la cruz. La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la verdad divina. Disminuir su papel es disminuir la realidad de la gracia misma. Cuando sus títulos exaltados son declarados "inapropiados", no es ella la que se ve disminuida, es nuestra comprensión de Cristo la que disminuye, porque cada verdad mariana protege una verdad cristológica.
La cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como lo atestiguan los Padres. San Ireneo enseñó que "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María", y San Efrén la llamó "el rescate de los cautivos". Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen ha sido vista como la ruina de la rebelión de Eva y el comienzo de la restauración de la humanidad.
La confusión que rodea al término Corredentora surge en gran medida de un malentendido del prefijo "co-". En latín, es "cum", que no significa "igual a", sino "con". María no es una redentora rival, sino la que sufrió con el Redentor. Toda su participación fue dependiente, derivada y subordinada, pero profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en el otoño, la Nueva Eva cooperó en la restauración. Su fiat en la Anunciación y su posición al pie de la Cruz son dos polos de esa cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, que era el único que podía reconciliar a la humanidad.
Desde el principio, la Iglesia ha profesado que el fiat de María, su consentimiento total y libre al plan de Dios, no era un momento pasivo, sino una cooperación verdadera y activa en la obra salvífica de su Hijo. La palabra Corredentora aparece por primera vez por medio de un pronunciamiento oficial durante el reinado del Papa San Pío X. En 1908, la Congregación de Ritos del Vaticano pidió que aumentara la devoción a la Madre Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles hacia la "Corredentora misericordiosa del género humano".
El 22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamado Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100 días para el rezo de una oración reparadora a Nuestra Señora de la siguiente manera:
"Bendigo tu santo Nombre, alabo tu exaltado privilegio de ser verdaderamente Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora de la raza humana".
Cuando la Santa Sede, y de hecho la misma oficina que acaba de emitir este documento, pudo adjuntar indulgencias a tal oración, ahora no puede fingir que la doctrina detrás de ella es "inapropiada". El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada.
El Papa San Pío X en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum (2 de febrero de 1904) enseñó:
"Ahora bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo Eterno de Dios simplemente para que se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que, por medio de la naturaleza asumida de ella, pudiera ser el Redentor de los hombres. Por lo cual el ángel dijo a los pastores: "Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor".
Continuó:
María "ya que fue la primera de todos en santidad y unión con Cristo, y fue llevada por Cristo a la obra de la salvación humana; mereció congruentemente, como dicen, lo que Cristo mereció condignamente, y es la ministra principal de la dispensación de gracias".
Esto no es poesía sino enseñanza papal. Esto define lo que la Iglesia siempre ha sabido: la maternidad de María no es solo física sino redentora, espiritual y universal.
El Papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918) escribió:
"Hasta tal punto María sufrió y casi muere con su Hijo sufriente y moribundo; hasta tal punto renunció a sus derechos maternales sobre su Hijo para la salvación del hombre, ... para que podamos decir con razón que ella redimió a la raza humana junto con Cristo".
El Papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, oró:
"Oh Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste al lado de tu dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención de la raza humana en el altar de la Cruz... preserva en nosotros, suplicamos, día a día, los preciosos frutos de la Redención y de tu compasión".
El Papa Pío XII, en su mensaje de radio a Fátima el 13 de mayo de 1946, declaró:
"Ella fue quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o personal, siempre más estrechamente unida a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto con el holocausto de sus derechos maternos y de su amor materno, por todos los hijos de Adán, contaminados por su miserable caída".
El 31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el Papa San Juan Pablo II habló sobre la inmersión de María en el misterio de la Pasión de Cristo:
"María acompañó a su divino Hijo en el más discreto ocultamiento, meditando todo en lo más profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y en la profundidad de su sacrificio materno, tenía a su lado a Juan, el apóstol más joven... Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos nuestra oración con gran efusión, haga que nuestro deseo corresponda generosamente al deseo del Redentor".
El Papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando de Santa Brígida de Suecia:
"Habló enérgicamente sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando el papel singular de María en la historia de la salvación y la vida del pueblo cristiano".
Además de "Corredentora", el documento Mater Populi Fidelis también abordó el título mariano de "Mediadora" y "Mediadora de todas las gracias", afirmando que tales títulos no contribuyen a una comprensión correcta del papel de María como intercesora.
Sin embargo, el Papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895):
“ … Es justo decir que nada en absoluto de ese gran tesoro de toda gracia que el Señor nos trajo -porque "la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo"- nada nos es impartido sino a través de María, ya que Dios así lo quiere...".
De su participación en la Redención brota su mediación materna. Toda gracia que viene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad de la naturaleza, sino por la voluntad divina que la asocia en el orden de la gracia.
El Papa San Pío X en Ad Diem Illum (2 de febrero de 1904) declaró:
“ … Ella se convirtió muy dignamente en la reparatrix del mundo perdido, y así en la dispensadora de todos los dones que fueron ganados para nosotros por la muerte y la sangre de Jesús... y ella es la ministra principal de la dispensación de la gracia".
Mis queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse como parte de un desentrañamiento más amplio. El espíritu moderno busca una Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin conversión. Tal visión no es una renovación, es un reemplazo.
Muchos santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia mientras la vaciaba desde adentro. Este mono de la Iglesia mantendría la forma externa (liturgia, jerarquía, lenguaje) pero la vaciaría de contenido sobrenatural. Cuando la Madre es silenciada, la Cruz pronto sigue; Cuando la gracia es reemplazada por la psicología, los sacramentos se convierten en símbolos y la fe se convierte en terapia.
Por eso el sueño de San Juan Bosco de los dos pilares resuena hoy con tanta urgencia. Vio la Barca de Pedro azotada por tormentas, asaltada por todos lados, hasta que quedó anclada entre dos grandes pilares que se elevaban desde el mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El intento actual de disminuir los títulos de María es un asalto a un pilar, y podemos estar seguros de que el otro pronto será atacado con más fiereza. Ya vemos confusión sobre la Presencia Real, indiferencia al sacrilegio e innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa.
Golpear a María es golpear a la Eucaristía, porque ambos están inseparablemente unidos en el misterio de la Encarnación. Ella le dio a Cristo Su Cuerpo; ese Cuerpo se convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es cortar el signo visible del corazón maternal que lo dio.
Por lo tanto, debemos mantenernos firmes. No nos quedemos callados cuando la verdad está siendo desmantelada bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho y el deber de hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María Corredentora y Mediadora de Todas las Gracias no es agregar a la revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene.
Que los sacerdotes, religiosos y laicos digan sus títulos con confianza y enseñen su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestros dolores se consagren de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los pastores vacilan y la confusión se extiende, Nuestra Señora sigue siendo el signo seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, el que aplasta la cabeza de la serpiente. A ella le confiamos la renovación de la fe, la purificación del clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima.
Es profundamente lamentable que el documento del Cardenal Fernández pretenda suprimir los venerables títulos de Corredentora y Mediadora con el argumento de que podrían confundir a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su ocultamiento. Generaciones de santos y fieles fueron iluminadas, no engañadas, por estos títulos.
No temamos decir la verdad:
María es la Madre de Dios.
María es Corredentora.
María es Mediadora de Todas las Gracias.
Estas verdades no glorifican a María aparte de Cristo, sino a Cristo a través de María, porque toda su grandeza fluye de Él y conduce de regreso a Él.
Que la Virgen Inmaculada interceda por la Iglesia en esta hora de prueba. Que nos obtenga el valor de decir la verdad en el amor, la pureza para vivirla y la perseverancia para defenderla hasta el final.
Con afecto paternal en Cristo,
Obispo Joseph E. Strickland
Obispo Emérito


