Seis
años demoró esta dormida iglesia, para constatar que Bergoglio es
hereje.
Pasaron
por alto su arrodillamiento para venerar pastores pentecostales, las
reiteradas bendiciones y avivamientos del espíritu que recibió de
ellos, su camaradería con rabinos, musulmanes y otras yerbas sin mencionar la
rehabilitación del monje rebelde Lutero. Hoy se percatan, que este
papa, de santo no tiene nada y de padre mucho menos, por mas que él
diga que hace cola junto con Benedicto para subir a los altares.
Ahora
bien, ¿qué hacer con un hereje bien o mal sentado en la cátedra de
Pedro?
Este
es hoy, el laberinto de la discusiones centrales entre los que dan a
Bergoglio como Papa caído en franca herejía.
A este
nivel se perfilan tres teorías:
I.
La teoría quietista
Esta
posición pertenece al obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa
María en Astana, Athanasius Schneider. Damos aquí algunos
puntos centrales de su pensamiento, el cual puede consultarse
completo desde este enlace--->:
1.
La Iglesia, en los muy raros casos concretos de un pontífice que
comete graves errores teológicos o herejías, definitivamente podría
convivir con un Papa así. La práctica de la Iglesia hasta ahora
fue el de dejar el juicio final sobre un Papa herético reinante a
sus sucesores o a un futuro Concilio Ecuménico, como en el caso del
Papa Honorio I.
Schneider
parte de una falsa base, como es una iglesia unida y coherente con su
doctrina. En este aspecto, su inicio del razonamiento falla por
no ver la realidad, que se resume en una profunda crisis de Fe
en toda la iglesia. Esta no es una iglesia unida, sino
dividida en miles de partes doctrinales, a tal punto que no se sabe
en qué cree un cardenal o un simple presbítero. Esta es
una iglesia al borde del cisma formal y dentro de un cisma real. Esta
posibilidad no logra percibir este inocente obispo.
2.
El Papa obtiene su autoridad directamente de Dios y no de la Iglesia;
por lo tanto, la Iglesia no puede deponerlo por ninguna razón.
La
elección de un Papa y el papado mismo, es una sinergia entre
Jesucristo y su Iglesia. En este punto, Schneider presenta otro
error. El papado fue creado por Jesucristo, pero su elección reside
dentro de la unidad de su Iglesia. No viene Jesucristo a nombrar el
Papa. Si el Papa se declara hereje, la misma sinergia debe ponerse en
práctica, sin embargo, Schneider deja todo librado a las manos de
Dios sin que ninguno de los responsables mueva un dedo para
deponerlo. Esta es una posición quietista donde los obispos y
cardenales se quitan la responsabilidad de poner manos a la obra para
restaurar el papado. Y Schneider lo hace con estos términos:
3.
Los episodios narrados en el Evangelio acerca de cómo Nuestro Señor
calmó el mar tormentoso y rescató a Pedro que se estaba hundiendo
en el agua, nos enseñan que incluso en la situación más dramática
y humanamente desesperada de un Papa herético, todos los Pastores de
la Iglesia y los fieles deben creer y confiar en que Dios intervendrá
en su Providencia y Cristo calmará la tormenta y restaurará en los
sucesores de Pedro, sus vicarios en la tierra, la fuerza para
confirmar a todos los pastores y fieles en la fe católica y
apostólica.
El
caso es, que no solo se hunde Pedro, sino la misma barca sufre la
tormenta y parece hundirse. El quietismo como Jonás,
duerme en la bodega de la nave. Solo se espera que la Providencia calme la
tormenta y restaure las cosas.
4.
Toda la Iglesia debe tener una perseverancia sobrenatural en tal
oración y una confianza sobrenatural en el hecho de que es Dios
quien gobierna a Su Iglesia en última instancia y no el Papa.
Nuevamente,
Schneider pierde de vista la sinergia y carga todas las
responsabilidades sobre Jesucristo. ¿Quién eligió un hereje
para el papado? Fue acaso Jesucristo o un ciego cardenalato?
5.
Al lidiar con el trágico caso de un Papa herético, todos los
miembros de la Iglesia, comenzando con los obispos, hasta los simples
fieles, tienen que usar todos los medios legítimos, como las
correcciones privadas y públicas del Papa errante, constantes y
ardientes oraciones y profesiones públicas de la verdad para que la
Sede apostólica pueda nuevamente profesar con claridad las verdades
divinas, que el Señor confió a Pedro y a todos sus sucesores. “Así
el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de
manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna
nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar
santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los
Apóstoles, es decir, el depósito de la fe.” (Concilio Vaticano I,
Constitución Dogmática Pastor Aeternus, cap. 4)
Este
punto 5 ya fue realizado, y la Santa Sede hace oídos sordos y se ríe
de las correcciones efectuadas. Peor aún, hasta este presente y
no hablo del futuro inmediato, el Espíritu Santo brilla por su
ausencia en esta Santa Sede repleta de pederastas. No creo que el
Espíritu de Dios se proponga iluminar una administración
declaradamente homosexual.
6. En
la misma sesión, el Concilio de Constanza decretó que todo Papa
recién elegido debía hacer un juramento de fe, proponiendo la
siguiente fórmula, de la cual citamos los pasajes más importantes:
“Yo,
N., elegido Papa, con corazón y boca confieso y profeso al Dios
todopoderoso, que creeré firmemente y mantendré la fe católica
según las tradiciones de los apóstoles, de los concilios generales
y de otros santos padres. Conservaré esta fe sin cambios hasta el
último punto y la confirmaré, defenderé y predicaré hasta el
punto de la muerte y el derramamiento de mi sangre, y seguiré y
observaré en todo sentido el rito transmitido de los sacramentos
eclesiásticos de la Iglesia Católica.”
¡Qué
oportuno es tal juramento papal y cuán urgente es ponerlo en
práctica, especialmente en nuestros días! El Papa no es un monarca
absoluto, que puede hacer y decir lo que le gusta, que puede cambiar
la doctrina o la liturgia a su propia discreción.
Desafortunadamente, en los siglos pasados, contrariamente a la
tradición apostólica de los tiempos antiguos, el comportamiento de
los papas como monarcas absolutos o como semi-dioses se aceptó
comúnmente en la medida en que dio forma a los puntos de vista
teológicos y espirituales de la mayoría prevaleciente de los
obispos y los fieles, y especialmente de la gente piadosa. El hecho
de que el Papa debe ser el primero en la Iglesia que debe evitar las
novedades, obedeciendo de manera ejemplar la tradición de la Fe y de
la Liturgia, fue a veces borrada de la conciencia de los obispos y
fieles por una aceptación ciega y piadosa de un absolutismo papal.
El
mismo juramento papal nombró, en términos concretos, fidelidad a la
lex credendi (la Regla de la fe) y a la lex orandi (la Regla de la
oración). Con respecto a la lex credendi (la Regla de Fe), el texto
del juramento dice:
“Prometo
mantener con todas mis fuerzas, hasta el punto de la muerte y el
derramamiento de mi sangre, la integridad de la verdadera fe, cuyo
autor es Cristo y que a través de sus sucesores y discípulos fue
entregado a mi, humilde servidor, y que encontré en su Iglesia.
Prometo también soportar con paciencia las dificultades de la
época”.
Con
respecto a la lex orandi, el juramento papal dice:
“Prometo
mantener la disciplina y la liturgia de la Iglesia tal como las he
encontrado y como fueron transmitidas por mis predecesores”.
Lo
dicho. Los cardenales eligieron un hereje. Como se puede
constatar, no existe entre esta generación de cardenales, una
constancia cierta, que quien asciende a la sede, ocupada o libre de
Pedro, pueda ser católico. La constatación de herejes en la sede de
Pedro, desgraciadamente la tenemos hoy, no solo en la sede, sino en
toda la corte de un Papa celosamente absolutista.
7.
En los últimos cien años, hubo algunos ejemplos espectaculares de
un absolutismo litúrgico papal. Cuando consideramos los cambios
radicales en la lex orandi, hubo cambios drásticos realizados por
los Papas Pío X, Pío XII y Pablo VI y, en relación con la lex
credendi, por el Papa Francisco.
Pío
X se convirtió en el primer Papa en la historia de la Iglesia Latina
que realizó una reforma tan radical del orden de la salmodia (cursus
psalmorum) que dio como resultado la construcción de un nuevo tipo
de Oficio Divino con respecto a la distribución de los Salmos. El
siguiente caso fue el Papa Pío XII, quien aprobó para el uso
litúrgico una versión latina radicalmente cambiada de los
milenarios y melodiosos textos del Salterio de la Vulgata. La nueva
traducción al latín, el llamado “Salmo Piano”, era un texto
artificialmente fabricado por académicos y, en su artificialidad,
difícilmente se podía pronunciar. Esta nueva traducción latina,
acertadamente criticada con el adagio “accessit latinitas, recessit
pietas”, fue de facto rechazado por toda la Iglesia bajo el
pontificado del Papa Juan XXIII. El Papa Pío XII también cambió la
liturgia de la Semana Santa, un tesoro litúrgico de la Iglesia de
milenios de antigüedad, al introducir rituales inventados
parcialmente ex novo. Los verdaderos cambios litúrgicos sin
precedentes, sin embargo, fueron ejecutados por el Papa Pablo VI con
la reforma revolucionaria del rito de la Misa y de del rito de todos
los otros sacramentos, una reforma litúrgica de tal radicalidad
ningún Papa antes osaba efectuar.
Aquí
Schneider se embarca en una crítica al espíritu reformista, es
buena, pero merece algunas pequeñas observaciones:
a. Una
de ellas consiste en pasar por alto las reformas efectuadas en la
contrarreforma, así tenemos el caos general producido por la
reforma del calendario con Gregorio XIII en 1582, como también tenemos la
reforma sobre los textos durante la era de Urbano VIII en
1632. El espíritu reformista es anterior a Pío X, y se fue
incrementando en el siglo XX.
b.
Otra es la reforma del orden de la salmodia que critica en Pío X.
Existe una corriente, que parece no percatarse que anterior a
esta reforma, existían dos órdenes de salmodia: una que seguía la
iglesia romana y otra distinta seguida por el monacato benedictino.
De allí que no es cuestión de ver la reforma de la salmodia en sí,
sino el criterio que se empleaba. El mismo lo da la Regla de San
Benito:
Sobre
todo advertimos, que si acaso esta disposición no agradare a alguno,
ordénelo de otro modo si le pareciere mejor, con tal que en todo
caso se atienda que cada semana se cante enteramente todo el Salterio
de ciento y cincuenta Salmos, y que se comience siempre a los
Maitines del Domingo por un mismo Salmo. Porque muy poca devoción, y
celo para el servicio divino muestran los monjes, que en el
transcurso de una semana cantan menos de un Salterio con los Cánticos
acostumbrados, cuando leemos que nuestros Santos Padres hacian con
fervor en un solo día, lo que quiera Dios ejecutemos nosotros en
toda una semana. (Cap. XVIII)
Este
es el criterio de la Tradición, no el simple orden de la salmodia.
Por supuesto, qué diría San Benito de los adictos al Vaticano II
que necesitan para recitar toda la salmodia ¡nada menos que cuatro
semanas! Y para colmo, ya no son 150 salmos, sino muchos menos y
algunos salmos del resto están mutilados.
8.
Un cambio teológicamente revolucionario fue hecho por el Papa
Francisco en cuanto el aprobó la práctica de algunas iglesias
locales de admitir a la Sagrada Comunión en casos excepcionales e
particulares a los adúlteros sexualmente activos (que cohabitan en
las llamadas “uniones irregulares”). Incluso si estas normas
locales no representan una norma general en la Iglesia, significan,
sin embargo, una negación en la práctica de la verdad de la
indisolubilidad absoluta del matrimonio sacramental rato y consumado.
Otra modificación radical en cuestiones doctrinales consiste en el
cambio de la doctrina bíblica y de la doctrina tradicional
bimilenaria en relación con el principio de la legitimidad de la
pena de muerte. El siguiente cambio doctrinal representa la
aprobación del Papa Francisco de la frase en el documento
interreligioso de Abu Dhabi del 4 de febrero de 2019, que establece
que, la diversidad de los sexos, de las naciones y de las religiones
corresponden a la sabia voluntad de Dios. Esta formulación como tal
necesita una corrección papal oficial; de lo contrario, constituiría
una evidente, contradicción del Primer Mandamiento del Decálogo y
de la enseñanza inequívoca y explícita de Nuestro Señor
Jesucristo, contradiciendo por lo tanto la Revelación Divina.
En
este contexto es impresionante y pensativo el episodio narrado en la
vida del Papa Pío IX, quien, a petición de un grupo de obispos para
hacer un ligero cambio en el Canon de la Misa (introduciendo el
nombre de San José), respondió: “No puedo hacerlo. ¡Solo soy el
Papa!
Esto
no es un cambio teológicamente revolucionario, sino un ingreso
formal en la herejía. Como siempre, Schneider se queda corto en
el análisis.
9.
El caso extremadamente raro de un Papa herético o semi-herético
debe ser soportado y sufrido en última instancia a la luz de la fe
en el carácter divino y en la indestructibilidad de la Iglesia y del
Oficio Petrino. El Papa San León Magno formuló esta verdad,
diciendo que la dignidad de San Pedro no está disminuida en sus
sucesores, por indignos que puedan ser: “Cuius dignitas etiam in
indigno haerede non deficit” (Serm. 3, 4).
Schneider
es genial, pero no logra ver que si este punto no se cumple, es
porque algo mal se ha realizado. Es el olfato de muchos críticos,
que notan que lo que nos vendió este cardenalato donde unos estaban
sumidos en un profundo sueño y otros en la idólatra pederastia, es
pescado podrido. Schneider como otros autores, parten
de la base real, de que todo se hizo bien y en perfecta armonía. ¿Y
si esto es falso? Si la elección de un Bergoglio herético, es
porque algo salió mal, ¿qué son capaces de responder? Nada. Por lo
visto esta situación no existe, ni su posibilidad remota se toma en
consideración.
10.
Podría haber una situación verdaderamente extravagante de un Papa
que practica el abuso sexual de menores o subordinados en el
Vaticano. ¿Qué debería hacer la Iglesia en tal situación?
¿Debería la Iglesia tolerar a un Papa depredador sexual de menores
o subordinados? ¿Por cuánto tiempo debe la Iglesia tolerar a un
Papa así? ¿Debería perder el papado ipso facto debido al abuso
sexual de menores o subordinados? En tal situación, se podría
originar una nueva teoría u opinión canónica o teológica de
permitir la deposición de un Papa y la pérdida de su cargo debido a
delitos morales monstruosos (por ejemplo, abuso sexual de menores y
subordinados). Tal opinión sería una contraparte de la opinión que
permite la deposición de un Papa y la pérdida de su cargo por
herejía. Sin embargo, tal nueva teoría u opinión (deposición de
un Papa y la pérdida de su cargo por delitos sexuales) seguramente
no correspondería a la mente y práctica perennes de la Iglesia.
Lo
dicho, quietos y de algún modo sigamos durmiendo.
11.
La tolerancia de un Papa herético como una cruz no significa
pasividad o aprobación de sus malas acciones. Uno debe hacer todo lo
posible para remediar la situación de un Papa herético. Llevar la
cruz de un Papa herético no significa bajo ninguna circunstancia
consentir sus herejías o ser pasivo. Así como las personas tienen
que soportar, por ejemplo, un régimen inicuo o ateo como una cruz
(cuántos católicos vivían bajo un régimen semejante en la Unión
Soviética y soportaban esta situación como una cruz con espíritu
de expiación), o como padres tienen que soportar como una cruz a un
hijo adulto, que se convirtió en un incrédulo o inmoral, o como
miembros de una familia tienen que soportar como una cruz, por
ejemplo, un padre alcohólico. Los padres no pueden “destituir” a
su hijo errante de ser miembro de su familia, así como los hijos no
pueden destituir a su padre errante de ser miembro de la familia, o
de su título como “padre”.
Existe
una enorme distancia entre un padre de familia y un Papa. Aquí el único vínculo es la Fe y no la sangre. Si el
Papa es hereje, no posee nuestra Fe, dejó de llevar nuestra sangre, y ya no cumple con su misión por la cual fue electo. Su autoridad no existe en absoluto. ¿Cómo se impide que el mal
avance entre quienes siguen embobados con sus enseñanzas fuera de
toda lógica católica? La respuesta es insuficiente.
11.
Es más seguro y conforme a una visión más sobrenatural de la
Iglesia no deponer a un Papa herético. Procediendo de este modo, con
sus contramedidas prácticas y concretas, en ningún caso significa
pasividad o colaboración con los errores Papales, sino un compromiso
muy activo y una verdadera compasión con la Iglesia, que, en el
tiempo de un Papa herético o semi-herético, experimenta sus horas
de Gólgota. Cuanto más un Papa difunda ambigüedades doctrinales,
errores o incluso herejías, más luminosamente brillará la Fe
Católica pura de los más pequeños en la Iglesia: La Fe de los
niños inocentes, de las hermanas religiosas, la Fe, especialmente de
las gemas ocultas de la Iglesia, las monjas de clausura, la fe de
fieles laicos heroicos y virtuosos de todas las condiciones sociales,
la fe de sacerdotes y obispos individuales. Esta llama pura de la fe
católica, a menudo alimentada por sacrificios y actos de expiación,
arderá más que la cobardía, la infidelidad, la rigidez espiritual
y la ceguera de un Papa herético.
El
problema de Schneider es que no se toma en cuenta el mal producido,
pues no todos están capacitados para sobreponerse a esto. La Iglesia
no estaba preparada para una situación de este tipo, y lo da el
hecho que este tema no tiene muchos pensadores y hoy saltan las dudas
sobre su acción futura. Quien transige y no actúa es corresponsable
de lo que sucede, por más oración que haga.
12
La Iglesia tiene un carácter tan divino que puede existir y vivir
por un período limitado de tiempo, a pesar de un Papa herético
reinante, precisamente por la verdad de que el Papa no es sinónimo o
idéntico a la Iglesia. La Iglesia tiene un carácter tan divino que
incluso un Papa herético no puede destruirla, aunque dañe
gravemente la vida de la Iglesia, pero su acción tiene una
duración limitada. La Fe de toda la Iglesia es mayor y más
fuerte que los errores de un Papa herético y esta Fe no puede ser
derrotada, ni siquiera por un Papa herético. La constancia de toda
la Iglesia es mayor y más duradera que el desastre relativamente
breve de un Papa herético. La roca verdadera sobre la que reside
la indestructibilidad de la fe y la santidad de la Iglesia es Cristo
mismo, siendo el Papa solo su instrumento, como cada obispo y
sacerdote es solamente un instrumento de Cristo Sumo Sacerdote.
Schneider
se coloca en lugar de Jesucristo, como miope general en jefe,
expone la doctrina de la no destrucción de la Fe, y desde esta
óptica ingenua, minimiza los males al decir que se da un
desastre relativamente breve de un Papa herético. Un
Papa hereje no destruye la Fe, pero el daño puede ser enorme, a
pesar de su relatividad, tan enorme como un cisma de inmensas
proporciones, lo cual ya deja de ser un desastre relativo y
mucho menos breve pues perdurará en el tiempo hasta su
destrucción.
14.
El acto de deposición de un Papa por herejía o declarar vacante su
cátedra por pérdida del papado ipso facto por herejía, sería una
novedad revolucionaria en la vida de la Iglesia, y tiene que ver con
un tema muy importante de la constitución y la vida de la Iglesia.
Uno tiene que seguir en un asunto tan delicado, incluso si es de
naturaleza práctica y no estrictamente doctrinal, el modo más
seguro (via tutior) del sentido perenne de la Iglesia. A pesar del
hecho de que tres concilios ecuménicos sucesivos (el Tercer Concilio
de Constantinopla en 681, el Segundo Concilio de Nicea en 787 y el
Cuarto Concilio de Constantinopla en 870) y el Papa San León II en
682 excomulgaron al Papa Honorio I por herejía, ellos no declararon
ni siquiera implícitamente que Honorio haya perdido el papado ipso
facto por herejía. De hecho, el pontificado del Papa Honorio I fue
considerado válido incluso después de haber apoyado la herejía en
sus cartas al Patriarca Sergio en 634, ya que reinó después de eso
otros cuatro años hasta el 638.
El
siguiente principio, formulado por el Papa San Esteban I (+ 257),
aunque en un contexto diferente, debe ser una guía para tratar el
tema altamente delicado y raro de un Papa herético: “Nihil
innovetur, nisi quod traditum est”, es decir”: “Que no haya
innovación más allá de lo que se ha transmitido”.
Lo
que Schneider no logra ver, es que si la deposición es
revolucionaria, obedece a una situación inédita y revolucionaria
en su misma vida institucional. A grandes males, grandes remedios; a
grandes revoluciones, grandes contrarrevoluciones.
Realmente,
me impresiona la ingenuidad de Schneider. Con este obispo, puede
Bergoglio dormir tranquilo, no sé porque se le prohibió viajar, si
no mata una mosca.
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