Calesita

lunes, 24 de junio de 2024

El Tuchotantra amenaza con cisma a Viganó

 

por Tony Velázquez Ruiz

Antes de irse a la tumba, Paco Iº pretende cargarse al Arzobispo Viganó. Hace tiempo que Paco se mueve en su silla con “la sangre en el ojo”, contra su acusador. Esto por dos tristes motivos. Primero Paco no perdona, y segundo no olvida. ¿Cómo olvidar que le pidió la renuncia por el affaire McCarrick, alias The Uncle? Paco siempre hizo suya la consigna de los guerrilleros Montoneros: «¡Ni olvido, ni perdón!»

Por tanto, todo el batallón homosexual vaticano, apunta sus armas para declararlo en cisma.

Cualquier persona con dos dedos de frente, no revolvería este asunto, pues Viganó de 85 años está retirado. Intimarlo a una presentación ante la “ortodoxia” de Tuchotantra, no solo es un disparate, sino que la prensa ávida de escándalos, llenaría ríos de tinta. Esto es para los sensatos, pero no para Paco, a quien ya se lo ve como un senil disparatado y algo apresurado

La estrategia de Paco-Tuchotantra, es hacerlo ir al Vaticano. Ya puede imaginarse el lector para qué. Viganó, quien teme por su vida, vive casi oculto. Concurrir al Vaticano sería correr la suerte del Cardenal Pell, (y probablemente de otros, cuyas historias están bajo la alfombra). Viganó, que sabe con que bueyes ara, respondió al correo electrónico que lo citaba, con una rotunda negativa.

Lo curioso es que Gerard O’Connell difundió la noticia en América (magazine de los jesuitas), que Viganó ya se había presentado. Recuérdese, que Elisabetta Piqué, quien nos trae aburridas líneas de incongruencias eclesiales en la columna del periódico La Nación, es la pareja de este ilustre personaje. Esto motivó que Viganó redactara por Exurge Domine, la aclaración correspondiente. Así es como actúa la parejita. Para un mejor conocimiento de los O’Connell luego leer la hermosa sátira del blog de la Botella, no tiene desperdicios.

Las razones que expone Viganó son coherentes. No fue citado oficialmente, y no reconoce las autoridades vaticanas, y mucho menos al “Tuchotantra”, con su específica mística sexualoide.

¿Cisma?

Ya hace tiempo que estamos dentro de él. El que no lo ve, es porque está ciego. Viganó ni inicia el cisma, ni lo elimina. El cisma está a la vista de todo el mundo, con inmensa alegría de los masones, ya que sus hermanos tres puntos del Vaticano, hicieron los deberes correspondientes.

Francamente, Roma se ha transformado no solo en un conventillo de viejas anacrónicas aplaudidas por los jesuitas, sino en el más siniestro ámbito, donde radica el trono de Paco Iº, y a sus espaldas, se yergue la simbólica silla eléctrica de Lucifer.


martes, 18 de junio de 2024

El Vaticano planea el fin del papado

Acaba de salir el último documento del Dicastero per la Promozione dell'Unità dei Cristiani, firmado por Kurt Cardinal Koch, el Prefect. De ahora en más, lo llamaremos el documento kocheano. Por el momento, imposible hallarlo en español, tan solo se publicó el original inglés con una traducción al italiano y otra al francés 1. Para esta somera reflexión, me baso en el original inglés.

El problema del Santo Padre Homosexual, no es que tenga muchas luces intelectuales. En realidad no tiene ninguna. Es pura astucia, y si se razona un mínimo, se cae todo su castillo de naipes, llamado en su dialéctica, el Poliedro.

Su estrategia la explayó desde un inicio, cuando hablaba de construir el Poliedro, donde el Todo es superior a la Parte:

Ni la esfera global que anula, ni la parcialidad aislada que castra. Ninguna de las dos. En la esfera global que anula, todos son iguales, cada punto es equidistante del centro de la esfera. No hay diferencia entre cada punto de la esfera. Esa globalización no la queremos, anula. Esa globalización no deja crecer. ¿Cuál es el modelo? ¿Recluirnos en lo local y cerramos a lo global? No, porque te vas al otro punto de la tensión bipolar. El modelo es el poliedro. El poliedro, que es la unión de todas las parcialidades que en la unidad conservan la originalidad de su parcialidad.» 2

De aquí surge la gran pregunta, que ni Bergoglio ni Tucho, ni Koch saben como contestar: ¿Qué hacemos con el papado? ¿Cómo modificamos un dogma incómodo para hacernos poliedristas? Y sobretodo, ¿cómo hacemos para guardar las formas y que no se vayan los pocos católicos que se retiene?

El documento kocheano propone sus histéricas teorías que vienen a contestar estos incómodos interrogantes. Comencemos por enumerar algunas:

1. El proceso evolutivo. El dogma de la infalibilidad pontificia, se resolvió en el siglo XIX. Mucha agua del Tíber pasó bajo il Ponte Sant'Angelo. Por lo tanto, el dogma debe evolucionar. No hace falta que mencione en este tema al jesuita Teilhard de Chardin, todo el mundo sabe que está presente entre bambalinas. Este era uno de los motivos por los cuales se quejaba otro jesuita, el Cardenal Martini, afirmando que la iglesia poseía un atraso de doscientos años. Su pupilo Bergoglio, es el que actualizaría la Iglesia y la haría evolucionar. De allí toda su estrategia del Poliedro. El horror es involucionar, es decir ir para atrás, o como lo llama Bergoglio, el indietrismo.

Alguien le debe explicar a este jesuita ignorante, que el indietrismo no existe, pues no son católicos que van para atrás, sino católicos que no copiaron los nuevos moldes. En otros términos, ni evolucionan ni involucionan. Son estáticos. Ergo el indietrismo en ellos no existe. Tan solo podemos hacer una salvedad. Si Bergoglio y sus secuaces se hacen protestantes, se dirigen al siglo XVI, y por lógica cargan sobre sus espaldas un atraso de quinientos años. Esto sí que es indietrismo puro.

2. Un Concilio corrige a otro. El concepto de evolución posee una dinámica propia, una dialéctica, tal como la enunció Hegel. Tesis, antítesis y síntesis. ¿Dónde hallamos la Tesis? En el dogma de la infalibilidad Pontificia del Vaticano I. ¿Dónde hallamos la antítesis? En la nueva terminología del Vaticano II. Significa que el dogma papal puede empañarse (o tal vez anularse) con un concilio no dogmático, como es el Vaticano II. Curioso que un concilio no dogmático, busque tapar al dogmático. Por consiguiente el documento kocheano insta a los intelectuales para hallar la nueva síntesis del papado, siempre dentro de los cánones dialécticos del Poliedro.

Entre las propuestas expresadas en los diálogos, parece particularmente importante el llamado a una “re-recepción” Católica o un comentario oficial del Vaticano I. Asumiendo la regla hermenéutica de que los dogmas del Vaticano I deben leerse a la luz del Vaticano II, especialmente su enseñanza sobre el Pueblo de Dios (LG, capítulo II) y la colegialidad (LG 22-23), algunos diálogos reflejan que el Vaticano II no interpretó explícitamente el Vaticano I pero, incorporando su enseñanza, la complementó (LG, capítulo III, 18). (§ 14, pág. 123)

3. El Diálogo corrige (anula) el Logos. La Iglesia católica siempre fue fiel a la doctrina del Logos encarnado. El Logos es la Palabra de Dios-Padre encarnada en Jesucristo. Pero lo que se busca hacer, es algo dialéctico que no responde al Logos, sino al Diálogo, el cual no es otra cosa que el logos de los hombres. En otras palabras, si la doctrina del papado responde al Logos, hagamos que el Diálogo corrija el Logos, que el hombre corrija a Jesucristo, que los hombres corrijan a Dios. Por algo el término dialogues se emplea 140 veces en el documento kocheano.

Que esta es una empresa del hombre, lo dicen las expresiones together, of courseempleada tres veces, sin contar el together que se emplea 34 veces en todo el documento kocheano. Las citas del Pope Francis llegan a 50 contra las escasas de la Sagrada Escritura y la nulidad de la enseñanza de los Santos Padres.

Hagámoslo together, of course”. Por favor, que nadie se corte solo en la elucubración. Si metemos la pata, hagámoslo together.

4. La estructura del Diálogo. Este Diálogo humano debe tener un ámbito donde se pueda dar. Este se lo encontró en el Sínodo. Algunos románticos pedían el Vaticano III. Esta iniciativa tiene dos problemas. El primero que no forma parte del poliedro sino de la esfera, y el segundo, que sería materialmente costoso y engorroso llevarlo a cabo. El Sínodo obligatorio, abierto a todo el mundo es práctico y bien democrático; no es una esfera, por tanto responde al poliedro. Con esta estructura, el Santo Padre Homosexual, pone en marcha uno de sus principios dialécticos donde el tiempo es superior al espacio, porque : «El tiempo inicia procesos y el espacio los cristaliza.»

De aquí nace la propuesta de un “sínodo permanente”.3

Particularmente engorroso se hace cuando se pretende democratizar lo piramidal:

12. Dos marcos recurrentes identificados por los diálogos teológicos pueden proporcionar un recurso importante para reflexionar sobre el ejercicio de la primacía en el siglo XXI. Los diálogos exigen una articulación sinfónica de las dimensiones “comunal”, “colegial” y “personal” en los niveles local, regional y universal de la Iglesia.
13. Considerando los diferentes niveles de la Iglesia, muchos diálogos ecuménicos mencionan la subsidiariedad como un principio importante para el ejercicio del primado y la sinodalidad. Desarrollado inicialmente en el contexto de la doctrina social de la Iglesia, significa que cualquier asunto que pueda tratarse adecuadamente en un nivel inferior debe llevarse a uno superior. (Pág. 122)

5. El espíritu de la historia suplanta el Espíritu Santo.

La confusión entre el espíritu hegeliano y el Espíritu Santo es manifiesta, y siempre subyace en la magra teología bergogliana. Se requiere algo más que fe para dar por descontado, que lo que se diga en cada conciliábulo, llamado sínodo, sea fruto divino.

El espíritu hegeliano no es algo acabado, sino que se realiza a sí mismo por las distintas formas que adquiere. El diálogo ecuménico y la estructura sinodal, hace que se realice en el hombre este espíritu hegeliano, al que el Santo Padre Homosexual, confunde siempre con el Espíritu Santo.

A través del intercambio de dones, el Espíritu puede conducirnos cada vez más plenamente a la verdad y al bien” (EG 246). Este “intercambio de regalos” también puede aplicarse al ejercicio de la primacía. De hecho, si bien los católicos creen que el papel único del Obispo de Roma es un don precioso de Dios para el beneficio de toda la Iglesia, los diálogos han demostrado que existen principios válidos en el ejercicio de la primacía en otras comuniones cristianas que podrían ser considerados por católicos. (§ 3, pág. 118)

El intercambio de dones se da en el Diálogo ecuménico, donde actúa un Espíritu que lleva a la verdad. Es indudable, que la verdad no se encuentra en el Logos, sino en el Diálogo humano y que dicho Espíritu conduce los hilos de los presentes. En otras palabras y con lenguaje sencillo. Dicho Espíritu no es el Espíritu Santo, por lo tanto, el diálogo es manejado por el espíritu luciferino.

Sin lugar a dudas, el documento kocheano, es un hermoso monumento al Sofista, pues si no se apela al sofismo, no existe modo de avanzar sobre el indietrismo. Lo curioso, es que no se puede avanzar sin apelar a la verdad, pero claro, esta verdad ya no está en el Logos, o en el Logos encarnado, ahora se encuentra en el Diálogo.

Significa que esta torpe iglesia, abandonó el Logos para anclarse en el hombre y el hombre se halla en el centro de todo el cosmos.

Desde ya el Santo Padre Homosexual, se ha despojado del título de Vicario de Cristo (el Logos). Título que usurpó y ahora devuelve para posicionarse como un monarca moderno. Esos que vemos como cabeza de naciones, pero casi sin gobierno. Ahora se bajó de escalón, se es tan solo The Bishop of Rome.

3 12. Véase, por ejemplo, la propuesta del Patriarca Máximo IV de un “sínodo permanente” según el modelo del synodos endemousa oriental (véase infra § 22); o la sugerencia de crear un nuevo “Consejo Pastoral General” a nivel universal de la Iglesia Católica, incluidos los fieles laicos, siguiendo el modelo de algunas comuniones occidentales (ver Documento de Estudio § 155).

 

viernes, 14 de junio de 2024

¿La Iglesia se excomulgó a sí misma?

 

Enrico Maria Radaelli 1 termina de publicar un breve ensayo sobre la dimisión de Benedicto XVI, analizando la actitud cobarde de la jerarquía eclesiástica. Lo que el llama “iglesia”, no es otra cosa que la jerarquía que intenta dirigirla, o en lenguaje evangélico, los administradores de la misma. De allí su título:

¿La Iglesia se ha autoexcomulgado? Casi, y también se ha (casi) autocismatisado. Pero con la ayuda de Dios, una vez más, la salvaremos. 2

El “casi” indica la distinción entre la conducción de la iglesia y la Iglesia mística. Es indudable, que la baja capacidad de los jerarcas católicos, ya sea por incapacidad intelectual, como por vivir en profundos vicios (de los cuales es mejor no hablar), viven en su noche más oscura. Ni los recuerdos de la era de San Atanasio pueden semejarse a este tristísimo momento.

Como advierte san Pablo: “Si aun nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciamos un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema!”. (Gálatas 1.8). Por lo tanto, están todos los jerarcas eclesiásticos en anatema, ya que el evangelio tucho-bergogliano no responde al evangelio cristiano. Para Radaelli, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, nunca ha estado tan dividida en sí misma, tan desfigurada.

El autor siempre fue crítico de la dimisión de Benedicto XVI, la cual ve en clara contradicción con el dictado evangélico. Por consiguiente, la renuncia es totalmente inválida y como leemos en el blog de Aldo Maria Valli:

«...el Papa Ratzinger pretendía dividir a Pedro, la roca, en dos: un Pedro que reina y un Pedro que ora. Pero las palabras de Jesús (“Tú eres Pedro y estás sobre esta roca…”) no permiten tal cosa. La función papal no se puede "desempaquetar". No se puede tener un Pedro 1 y un Pedro 2. En consecuencia, el papado emérito es una aberración emérita, pero, lo que es más importante, la renuncia del Papa Ratzinger debe considerarse inválida, nula, nunca existió porque es imposible. Y si la renuncia fue inválida, también lo será la elección del sucesor.»3

Para Radaelli «al menos tres cardenales reconocen que la dimisión de Benedicto XVI del 11 de febrero de 2013 fue inválida y que todos los actos del Magisterio posteriores a esa fecha son, por tanto, nulos y sin efecto. Los mismos cardenales reconocen que el cónclave del 13 de marzo de 2013 también fue inválido.»4

La conclusión cae de maduro. Llamar a un cónclave para elegir al Sucesor legítimo. Algo que seguramente los cardenales no harán, pues están todos esperando la muerte de Bergoglio, mientras tanto, este “Santo Padre Homosexual”, no deja de destruir todo a su paso.

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1 Enrico Maria Radaelli es docente de Filosofía de estética, y director del Department of Æsthetic Phylosophy of International Science and Commonsense Association (Rome), ha colaborado por tres años a la cátedra de Filosofia della Conoscenza de Antonio Livi (sesión Conoscenza estetica) de la Pontificia Universidad Lateranense. Es el único curador de la Opera omnia de Romano Amerio.

2 Enrico Maria Radaelli, La Chiesa si è auto-scomunicata? , 56 páginas, 15 euros. El libro deberá solicitarse escribiendo al correo electrónico aureadomus.emr@gmail.com

4 Ibídem.



lunes, 10 de junio de 2024

La decadencia católica

 

El siguiente texto de Malachi Martin, describe a la perfección lo sucedido a partir del año 1965. El autor lo ubica en el decenio de 1960 a 1970:

«Toda una forma tradicional de vida y práctica religiosas fue, al parecer, exterminada de aquel modo repentino, sin aviso. Una mentalidad de siglos de antigüedad fue barrida con un ciclón de cambio. En un sentido, dejó de existir cierto mundo de pensamiento, sentimiento, actitud, el antiguo mundo católico centrado en la autoridad del Romano Pontífice; la férrea disyuntiva del dogma y la moral católicos; la frecuentación de la misa, la confesión, la comunión; el rosario y las diversas devociones y prácticas de la vida parroquial; la militancia de los laicos católicos en defensa de sus valores tradicionales. Todo ese mundo fue barrido de la noche a la mañana. Cuando la violencia de los vientos hubo pasado y amaneció el nuevo día, la gente miró en derredor suyo y advirtió que, de súbito, el latín universal de la misa había desaparecido. Más extraño todavía: la propia misa católica se había desvanecido. En su lugar, había un nuevo rito que se parecía tanto a la vieja misa inmemorial como una choza tambaleante a una mansión del Palladio. El nuevo rito se oficiaba en una babel de lenguas, cada una de las cuales decía cosas distintas. Cosas que sonaban a anticatólicas. Que sólo Dios Padre era Dios, por ejemplo, y que el nuevo rito era una «cena de comunidad», en lugar de revivir la muerte de Cristo en la cruz, y que los sacerdotes no eran ya sacerdotes del sacrificio, sino ministros que en la mesa servían a los huéspedes una comida comunitaria de compañerismo.

Ciertamente, el Papa que presidió semejantes enormidades en la aberración doctrinal, Pablo VI, trató de retractarse algo en dirección hacia una única misa romana. Pero era demasiado tarde. El carácter anticatólico del nuevo rito continuó.

La devastación de aquellos vientos huracanados no acabó ahí. Iglesias y capillas, conventos y monasterios, habían sido despojados de imágenes. Los altares del sacrificio habían sido suprimidos o por lo menos abandonados y, delante del pueblo, se colocaron en su lugar unas mesas de cuatro patas, como para celebrar una comida de diversión. Los tabernáculos fueron suprimidos, a la vez que la idea firme del sacrificio de Cristo como esencia de la misa. Los ornamentos se modificaron o se les dio de lado por completo. Las barandas de la comunión quedaron eliminadas. Se dijo a los fieles que no se arrodillasen para recibir la sagrada comunión, sino que permaneciesen de pie, como hombres y mujeres libres, y que tomasen el pan de la comunión y el vino de las vides de la hermandad, en sus propias manos democráticas. En muchas iglesias, hubo miembros de la congregación que fueron expulsados en el acto por «perturbación pública del culto» cuando se atrevieron a hacer una genuflexión o, peor aún, arrodillarse al tomar la sagrada comunión, en desacuerdo con el nuevo rito». Fue llamada la Policía para expulsar a los delincuentes más graves, los que rehusaron colaborar y no quisieron marcharse.

Fuera de las iglesias y capillas, los misales romanos, los rituales de la misa, los devocionarios, crucifijos, paños de altar, ornamentos de la misa, barandas ante las que situar los comulgantes, incluso los púlpitos, imágenes y reclinatorios, así como las estaciones del Via Crucis, fueron enviados a la hoguera, a la basura o vendidos en subastas públicas donde los decoradores los cazaron a precios de ganga y lanzaron un «estilo eclesiástico» en la decoración de apartamentos de alto nivel y en casa elegantes de los barrios residenciales. Un altar de roble tallado se convertía en una insólita mesa de «fantasía».

La reacción contra todo esto no sólo fue inmediata, sino turbulenta y continuada. Pero no hay que pensar ni por un instante que fue una reacción de horror, desazón, apremio para que cesaran aquellas barbaridades y se restaurasen las cosas sacras y sacrosantas. Todo lo contrario.

La asistencia a la misa disminuyó inmediatamente y dentro de los diez años siguientes, había perdido el treinta por ciento en los Estados Unidos, el sesenta por ciento en Francia y Holanda, el cincuenta en Italia, el veinte por ciento en Inglaterra y Gales. Dentro de otros diez años, el ochenta y cinco por ciento de todos los católicos de Francia, España, Italia y Holanda no iban nunca a misa. El censo de los seminarios cayó en picado. En Holanda, dos mil sacerdotes y cinco mil religiosos, frailes y monjas, abandonaron sus ministerios. En el día de hoy, 1986, por cada nuevo sacerdote que se ordena al año, en dicho país, antes había habido una media de diez. En otros lugares se registraron bajones similares. En los doce años de 1965-1977 entre doce y catorce mil sacerdotes de todo el mundo solicitaron ser licenciados de sus obligaciones, o simplemente se marcharon. Sesenta mil monjas dejaron sus conventos entre 3966 y 1983. La Iglesia católica no había sufrido nunca pérdidas tan devastadoras en tan poco tiempo.

Muchas monjas dedicadas a la enseñanza colgaron los hábitos sin más, compraron rápidamente ropa seglar, cosméticos y joyas, se despidieron de los obispos de las diócesis que habían sido sus superiores principales, se declararon constituidas en educadoras norteamericanas normales, decentes y correctas; y continuaron sus carreras pedagógicas. El número de las confesiones,, comuniones y confirmaciones bajaba en todo el mundo cada año que pasaba; desde una media del sesenta por ciento de católicos practicantes en 1965 a una cifra situada entre el veinticinco y el treinta por ciento en 1983. Las conversiones al catolicismo se redujeron en dos tercios.

Los que se quedaron, tanto seglares como clérigos, no estaban satisfechos del intento de supresión de la misa tradicional romana, con los cambios radicales del ritual y las devociones ni con la libertad ejercida de lanzar dudas sobre todos los dogmas. No era bastante. Se alzó un clamor en favor del uso de contraceptivos, de la legalización de las relaciones homosexuales, de hacer opcional el aborto, de la actividad sexual preconyugal dentro de ciertas condiciones, del divorcio y el nuevo matrimonio dentro de la Iglesia, de un clero casado, de la ordenación de mujeres, de una unión rápida y chapucera con las Iglesias protestantes, de la revolución comunista como medio, no sólo de resolver la pobreza endémica, sino de definir la propia fe.

Se puso en boga una nueva forma de blasfemia y sacrilegio. Para los homosexuales católicos, el «discípulo a quien Jesús amaba» vino a adquirir un significado diferente. Aquel amado discípulo, ¿no «había descansado sobre el pecho de Jesús» en la última cena? ¿Acaso no significaba esto la consagración del amor entre varones? Unos sacerdotes homosexuales perfumados de lavanda dijeron misa según el nuevo rito para sus congregaciones de invertidos.

Y si esto podía ser para los varones, ¿qué decir del amor entre hembras? Sólo las mujeres católicas de la generación de los años sesenta tuvieron el talento de sentirse víctimas del machismo eclesiástico. Para ellas, habla llegado la hora de pasar cuentas a la Iglesia anticuada, de mentalidad masculinista». Surgió entonces la Iglesia femenina, una de esas nuevas palabras mágicas y fantasiosas, que vino a designar reuniones de mujeres en apartamentos privados donde Ella (la Diosa Madre) era adorada y agradecida por haber enviado a su Hijo (Jesús) mediante el poder fertilizante del Espíritu Santo (el cual a su vez era la Mujer primo-primordial).

Apoyando este abigarrado despliegue de cambios, cambiadores y cambiazos, entró triunfalmente un cortejo de «expertos» dispuestos a luchar. Teólogos, filósofos, doctos litúrgicos, «facilitadores», «coordinadores sociorreligiosos», ministros seglares (hombres y mujeres), «directores de praxis». Cualesquiera que fuesen sus títulos de última moda, todos estaban buscando dos cosas: conversos a la nueva teología y una lucha con los tradicionalistas batidos y en retirada. Una inundación de publicaciones, libros, artículos, revistas nuevas, boletines, cartas informativas, planes, programas y esquemas invadió el mercado popular católico, Los «especialistas» cuestionaban y «reinterpretaban» cada dogma y creencia sostenidos tradicional y universalmente por los católicos. Todas las cosas, de hecho, y en especial las difíciles de la creencia católica romana, penitencia, castidad, ayuno, obediencia, sumisión, fueron afectadas por un cambio violento de la mañana a la noche.

En otro nivel, mientras tanto, a través de los seminarios, colegios y Universidades católicos continuó una limpieza más sutil, pero obvia. Los hombres de más edad y de mentalidad tradicional fueron retirados pronto, o se retiraron ellos mismos con disgusto. Se les remplazó únicamente con devotos de «La Renovación» (la palabra fue siempre escrita con mayúscula en aquellos primeros años). Los seminaristas eran despedidos si les parecía mal la novedad.»

Fuente: Los jesuitas. XI. Huracanes en la ciudad.