El
“hodie” de La Teofanía.
De la
nueva Luz de la Epifanía, pasamos al agua nueva del bautismo, para
que luego del agua primordial surja el vino.
Hodie
in Jordane a Joanne Christus baptizari voluit, ut salvaret nos.
Hoy
(hodie) en el Jordán (in Jordane) Cristo quizo bautizarse (baptizari
voluit) por Juan (a Joanne) para salvarnos (ut salvaret nos),
aleluya.
El
término Teofanía, se origina del griego Theós (Θεός), Dios
y faino (φαιίνω), mostrarse. Estamos ante una manifestación
divina, de esas que los racionalistas de todas las épocas, incluidos
cristianos, rechazan sin previo análisis, solo por simple prejuicio.
Tal
como lo relata la antífona de Epifanía, este es el segundo
“milagro” o “portento”.
Nuevamente
con Jesucristo, el hombre nuevo, se da la presencia del Espíritu
sobre las aguas primordiales representadas por el río Jordán. Este
es el río que dividía el destierro del pueblo hebreo, de la tierra
prometida. A partir del bautismo de Jesucristo, la nueva agua
comienza a generar vida, pero la vida del Espíritu de Dios.
Dice
Mario Righetti en su Historia de la Liturgia:
La
fiesta de la Epifanía (6 de enero) mira exclusivamente a exaltar la
divina manifestación de Cristo en su bautismo del Jordán.
Es
llamada por San Gregorio Nacianceno “sancta luminum dies” porque
en la noche anterior tenía lugar la solemne bendición del agua y el
bautismo de los catecúmenos.
La
bendición del agua, posiblemente de río, lago o estanque, tiene
lugar todavía hoy la tarde de la vigilia, como prescribió ya desde
el siglo V Pedro Fullón, patriarca de Antioquía, usando una
magnífica fórmula, atribuida a San Sofronio de Jerusalén (c. 650),
pero que probablemente es, en gran parte, anterior a él.
Terminado
el rito, todos se proveen de ella y la usan como agua bendita.
Righetti
detalla el rito bautismal de los primeros siglos:
En
la práctica, la inmersión estaba limitada a la parte inferior de
las piernas, que quedaban sumergidas en el agua de la piscina hasta
casi las rodillas, mientras el ministro, imponiendo la mano izquierda
sobre el bautizando, derramaba con la derecha por tres veces el agua
sobre su cabeza, la cual después fluía a lo largo de todo el
cuerpo. Los antiguos monumentos confirman esta práctica litúrgica.
![]() |
Pila bautismal de los primeros siglos |
Esta
ceremonia se hacía con temperaturas benignas. En oriente en
zonas cálidas podía ser en enero, de allí el bautismo en la noche
de que precede al día seis; pero no en Roma, donde las temperaturas
son fuertemente bajas en esta época; por lo tanto se pasó el
bautismo a la primavera, que la tenemos en la pascua florida.
El
bautizado se ha vuelto a generar con una segunda naturaleza la
que recibe de un segundo nacimiento. Una naturaleza que renace de la
vieja naturaleza, pero esta es conforme a Dios.
Observando
el icono, Jesucristo ingresa en las aguas primordiales del
Jordán. Hasta la misma geografía nos habla de esta depresión.
Estamos a 200 metros bajo el nivel del mar, es la imagen del abismo
cubierto por las aguas del Génesis 1,2. El inglés que tomó la
medida, pensó que tenía roto el aparato. Cristo continúa con su
kénosis descendente.
Estamos
en un sarcófago acuoso. El bautismo del ser humano, implica la
muerte al hombre viejo, y de las aguas primordiales renace el hombre
nuevo del Espíritu de Dios. Jesucristo, sin las vestiduras de cuero
que Dios otorgó para vestir al viejo Adán (Cfr. Gén. 3,21), se
sumerge en las aguas hasta las rodillas, tal como se hacía en el
rito de los primeros siglos. Lo que era muerte, ahora es vida.
Dice
Mario Righetti en su Historia de la Liturgia (Tomo II):
Jesús,
sometiéndose, aun sin pecado, a la ablución simbólica del agua,
recomendada por el Bautista, pretendió consagrar para siempre aquel
elemento como principio de regeneración espiritual para todos
aquellos que lo usasen y como medio para entrar a formar parte del
reino de Dios y ser consagrados a él. En efecto, en el bautismo de
Jesús se manifestó separadamente toda la Trinidad. El Padre da
testimonio de su Unigénito; el Hijo fue acreditado ante el mundo
como legado del Padre; el Espíritu Santo, que desciende sobre él,
lo consagra en su divina misión. Lógicamente, más tarde, Jesús se
referirá a las tres augustas personas en la fórmula oficial del
sacramento dada por El a sus apóstoles.
…
En
el hombre, compuesto de alma y cuerpo, hay que distinguir un doble
nacimiento: el de la carne y el del Espíritu; con la diferencia de
que uno depende de la voluntad del hombre; el otro, de la acción
misteriosa de la gracia. A manera de viento impetuoso, el Espíritu
de Dios hace germinar, según su beneplácito, la vida sobrenatural
en el alma arrepentida de sus pecados, la cual es transformada y
regenerada por El.
En el
bautismo, el hombre deja de ser un ser puramente pasivo, tal como
eran las aguas primordiales; y el Espíritu que es procesión, le
imprime su poderosa acción.
Con
el bautismo del cristiano se da inicio a la Nueva Creación.
La
primera acción, es iniciar todo de cero, por lo tanto se quita el
pecado de origen, con sus tres elementos presentados en el Génesis
(Cfr. 1,2):
1.
Lo informe o bohw (בֹהוּ)
hebreo.
2.
El vacío o tohw (תֹהוּ)
hebreo.
Ambos
elementos señalan la falta del ser.
3.
Las tinieblas o joshek (חֹשֶׁךְ)
para el hebreo que indican lo incomprensible, lo cual cubre la
posibilidad de alcanzar la profundidad de todo el misterio cristiano.
Es el abismo o thowm hebreo (תְהֹום)
que presenta el Génesis.
De
este modo un alma pasiva con un Espíritu activo, se sumerge en las
aguas primordiales.
Observando
el icono, la aparición del Espíritu Santo en forma de paloma, hace
alusión al Espíritu del Génesis que aleteaba sobre las aguas. Dirá
San Juan Damasceno:
El
Espíritu Santo planeando sobre las aguas primordiales ha suscitado
la vida, al igual que planeando sobre las aguas del Jordán suscita
el segundo nacimiento de la nueva criatura.
Y San
Proclo de Constantinopla:
“Contemplad
estas nuevas y estupendas maravillas: el sol de justicia se baña en
el Jordán, el fuego se sumerge en el agua, Dios es santificado por
ministerio de un hombre. Hoy toda la creación prorrumpe en este
himno: Bendito el que viene en nombre del Señor”.
“Considerad
este admirable y nuevo diluvio, superior en todo al que tuvo lugar en
tiempos de Noé. Porque entonces el agua del diluvio destruyó al
género humano; mas ahora el agua del bautismo, con la eficacia que
Cristo le comunica al ser él bautizado, retorna los muertos a la
vida. Entonces una paloma, llevando en su boca un ramo de olivo,
designaba la fragancia del olor de Cristo Señor; pero ahora el
Espíritu Santo, al venir en forma de paloma, pone de manifiesto al
mismo Señor de la misericordia”1.
En
el icono, los ángeles que le sirven son tres, a imagen de la
Trinidad, tal como se representa la teofanía en Mambré (Cfr.
Gén.18). Todos tienen en sus manos vestiduras blancas, pues los
bautizados las llevaban hasta el día domingo siguiente, que en el
rito romano, se llama Domingo “in Albis”.
Juan
alza una mano para el bautismo y la izquierda hacia la divinidad, es
el hombre viejo que espera el hombre nuevo y lo señala, como el
Cordero de Dios.
Al pie
del icono vemos un arbolillo y un hacha, donde se hace alusión a la
predicación de San Juan Bautista:
Ya
está el hacha puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que
no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. (Mt 3,10).
El
árbol termina en una bifurcación de dos ramas, son las dos
naturalezas de Jesucristo, la humana y la divina.
Los
tres peces que se ven en el Jordán, son los cristianos nacidos en el
bautismo. Recordemos que en los primeros siglos, se distinguían y se
daban a conocer por el pez, que en griego se dice ijtys (ΙΧΘΥΣ),
el cual era un acróstico que señalaba a Jesucristo.
Leemos
en el acróstico: Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador.
Como dice
Tertuliano:
Nosotros,
pececillos, que tomamos nuestro nombre del que es el ἰχθῦς,
Jesús el Cristo, nacemos en el agua y sólo permaneciendo en esta
somos salvados.
(De
Baptismo I, 3)
Así
fue profetizado:
Derramaré
sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras
inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón
nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (Ez
36, 25-27).
____________________________________________________
1
De las Disertaciones de san Proclo de Constantinopla, obispo
(Disertación 7, En la santa Teofanía, 1-3: PG 65, 758-759).
No hay comentarios:
Publicar un comentario