En varias ocasiones dijimos
que vivimos en una civilización en aguda decadencia, y como toda
civilización decadente y efímera, deja de pensar, pues siempre la
decadencia se inicia en el pensamiento.
Afirmaba Gonzaga Reynolds ya
antes de la segunda guerra mundial:
El relativismo es la
consecuencia extrema de la decadencia filosófica y de la anarquía
moral, el recodo en el que ésta se convierte en anarquía moral.
Hoy, esta anarquía moral se
ha constituido en el estado natural del hombre, y pretender otra cosa
es forzar su naturaleza. Tanto se acostumbró el ser humano al estado
inmoral, que ya le es propio naturalmente. Y seguía el pensador:
Como no se quiere ya
hacer el esfuerzo de dominar la materia por el pensamiento, se deja
que éste caiga bajo aquélla.
Por este motivo el
pensamiento no es sino aceptación de lo que las bajas inclinaciones
naturales proponen.
Este estado de bajeza
natural, es propuesto por esta tonta civilización, como el ideal
y el modelo a seguir, y como no existe ser superior ni redentor del
género humano, el hombre moderno se espeja con el mundo animal.
Llegamos de este modo a la plena definición de Aristóteles, “el hombre es un
animal, que vive en sociedad”, pero cabe destacar, que esta
sociedad es de hombres rebajados al estado animal. Por lo tanto todo
instinto debe conplacerse sin cuestionamientos, y el matrimonio ahora se cae en pareja, como la de un par de chacales.
Pero la idea no puede
reprimirse, porque el hombre, a veces piensa; pero esta idea que
surge de a ratos en el torbellino del mundo, está solo para servir
las concupiscencias y pasiones.
En varias ocasiones hemos
hablado que lo característico de esta decadencia, es haber colocado
la acción en el lugar del pensamiento. Es la dialéctica. En otras
palabras, es la acción que se mueve y ajusta a las leyes del pensamiento. Gonzaga Reynolds decía con acierto:
No existe ya la acción,
en el sentido humano, sólo existe el movimiento.
Y daba un bello ejemplo:
No se trata ya de
conducir el tren, se trata de acomodarse lo más que sea posible, con
un pequeño equipaje, en un rincón del compartimento provisorio que
corre a toda velocidad hacia un destino desconocido, el
descarrilamiento, tal vez. ¿Y qué importa?
Analicemos esto en este
supuesto papado.
El relativismo teológico, o
como lo llaman otros, el magisterio líquido, es la base del
cansancio del pensamiento teológico. Bergoglio no quiere pensar. Lo da el
hermoso ejemplo del celibato sacerdotal. Ayer decía que era bueno,
después de la aparición de la diosa Pachamama afirma que tal vez
sea muy rígido, y hoy se enfurece y prolifera amenazas con quienes lo
sostienen.
Este problema no se trata
tan solo de un nominalismo. El nominalista todavía pensaba, aquí se
trata de adjetivismo. Veamos la hermosa lista de algunos adjetivos,
que el gran discernidor, constituido en autoridad suprema, por una
pléyade de cardenales miopes e irracionales, aplicó durante 2019 contra los
católicos:
Clericales, cerrados en
el pasado, doctrinales, fundamentalistas, hipócritas, ideólogos,
legalistas, malignos, neuróticos, obsesionados, obstinados, paganos,
cara de bronce, peligrosos, pietistas, presumidos, rebeldes, rígidos,
rigurosos, ritualistas, asustadizos, inmersos en sí mismos,
idólatras escurridizos, vanidosos, mentalmente locos. 1
Existe una gran
diferencia entre nominalismo y adjetivismo, y es que el adjetivo
no necesita demostrarse. El adjetivo es una apreciación subjetiva,
no se demuestra como tampoco se mide. Tan solo puede aumentar o
disminuir su significado apreciativo. Quien pinta la realidad solo
con adjetivos, diseña su esencia moral. Esto es lo que el gran
discernidor no llega a discernir. Pero a todo esto surge otro problema, y es que el gran discernidor afirmó el 23 de septiembre que era alérgico a los adjetivos; clara muestra de su habitual táctica, donde procura abarcar los dos extremos de esta paradoja, negando lo que siempre hace.
A este estado lamentable
de pensamiento hemos llegado, siguiendo el formato del mundo, el
cual aplaude cuando le gusta algo y te insulta o silba cuando cuando
no le gusta. Es el pensamiento al servicio del instinto humano, que
va parejo con esta sociedad de un hombre animal, tal como la que
vivimos. La iglesia bergogliana, se asimiló a esta feroz decadencia,
la adjetivación bergogliana lo demuestra. Y así entramos en la iglesia de los animales.
La teología sigue el
impulso de las masas. ¿Pero de qué masas hablamos? No son las
masas católicas, pues ya vimos los adjetivos que nos propinan, son
las masas que fueron formateadas por los decadentes criterios de esta
civilización. Son las masas neomodernas, si es que llegaron ya a ser
masas, mas bien parecen sectas que intentan levantar cabeza.
La acción eclesial ya no
existe. Bergoglio no intenta dirigir la iglesia, sino moverla, no
importa hacia donde. Y si es hacia el cisma, no le preocupa en lo
mínimo. Se trata tan solo de mover. Viaja de una parte del mundo
hacia otra, pero sin ideas, siempre con los mismos slogans que
encajan en esta civilización intrascendente. De allí la pregunta,
¿a dónde va y para qué? Tal vez para ponerse el micrófono en la
boca y decir alguna tontería sobre el avión.
Ya no se trata de
dialéctica, tan solo se trata que por favor se mueva, esta es la
causa por la cual toda su administración bulle, pero en un perfecto
caos.
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