Calesita

jueves, 18 de mayo de 2017

La generación perdida


Muy poco estudiado está el proceso por el cual luego del Vaticano II se produce una feroz implosión dentro de las filas del clero postconciliar. En estas breves líneas tan solo pretendo introducir el tema y ponerlo sobre la mesa de laboratorio con unas rápidas pinceladas de impresionismo. En mi somero análisis contrapongo un observador de esos años, el cual opina desde fuera de la Iglesia latina, para que se perciba la diferencia.
BERGOGLIO, EL GRAN ICONO. – Este es un fenómeno que merece un estudio; por supuesto, hoy todavía pululan miembros entusiastas de esta generación perdida, con los cuales nada se puede y oponerse a ellos es una pérdida de tiempo. Daré más detalles de este planteo, tan solo es conveniente decir que Bergoglio es el icono que mejor los representa a todos, por ello es “su papa por naturaleza” de este catolicismo en plena decadencia.
Este planteo abarca dos décadas, podemos definirla entre 1960 y 1980, con la dificultad que los límites siempre nos marcan.
OBEDIENCIA GENERADA DESDE UN GRUESO ERROR DE AUTORIDAD. – Durante este período se produce dentro del clero un gigantesco fenómeno, el cual jamás se había dado dentro de la Iglesia occidental; se somete al clero universal por obediencia “perinde ac cadaver1, a todos los cambios planteados por una minoría de intelectuales desde el Vaticano.
El uso normal dentro de la Iglesia consistía en introducir un cambio y aparejarlo con el uso normal diario, si resistía o aumentaba su adhesión se constituía en norma, es lo que nos enseñó el derecho romano. El proceso usado por Pablo VI fue inverso, fue un proceso “a lo liberal”, dio la norma y sometió con ella al cambio, no solo del clero, sino de los mismos fieles.
El error crucial, consiste en tomar una autoridad que es garantía de Verdad, por una autoridad central que se inmiscuye en las procesiones que son incumbencia de quienes aplican dicha doctrina; más aún, con dichos cambios se buscó modificar ladinamente la doctrina.
CUANDO SE ESTÁ CIEGO. – Pablo VI merece un breve comentario desde esta óptica. No discuto su santidad, tan solo señalo su miopía absoluta. Para que salga a decir que el “humo del infierno” se introdujo en la Iglesia, es que era ciego o miope; pues él fue quien encendió la llama que produjo el humo. Hoy los cabecillas de esta generación perdida buscan desesperadamente santificar todos los papas posteriores al Vaticano II, pues los cambios son endebles y corren el riesgo de desplomarse en cualquier momento, cosa que comienza a suceder, gracias a la reacción antibergogliana.
VISIÓN EXTERNA DEL PROBLEMA. – Esta obediencia “perinde ac cadaver” produjo la primera implosión.
En 1969, Jean Meyendorff, teólogo ortodoxo, viendo lo que sucedía en la iglesia latina, escribía:
Una autoridad que equivocadamente se consideró a sí misma, durante siglos, como única responsable de la verdad y que consiguió un notable éxito educando para la obediencia a los miembros de la Iglesia a la par que los exoneraba de la responsabilidad, está siendo claramente cuestionada hoy en día, aunque siga manteniendo posiciones insostenibles. 2
El concepto de Meyendorff es duro, pero no deja de tener razón en ciertos aspectos. Esta brutal obediencia que impuso Pablo VI y que Meyendorff percibe, se impuso en el campo litúrgico. Si el Vaticano II no hubiese determinado minar su liturgia con su primer documento, posiblemente el Concilio hubiese pasado en ciertos lugares casi desapercibido. Fue la liturgia quien le dio universalidad absoluta.
ULTRAOBEDIENCIA. – Esta obediencia es el resultado de una serie de errores, no doctrinarios, sino de aplicación y de procesión. Nos encontramos con una autoridad papal, que se siente con derecho absoluto a cambiar no la doctrina, sino la procesión que le es implícita, basada en un Concilio que desnaturalizado en sí mismo, ya no determina verdades, sino que absolutiza procesiones nuevas y las impone sin alternativas, ni paliativos, ni excepciones.
EL ANTROPOCENTRISMO. – Con este concepto implícito, junto al cambio de la liturgia se impusieron los nuevos planteos, entre el ellos el de la New Theology, la cual abandonaba el teocentrismo y colocaba al hombre en el centro del pensamiento.
Hasta Meyendorff se siente arrastrado por el ímpetu antropocéntrico de esa década y escribe:
El teólogo ortodoxo puede e incluso debe aceptar, a partir de este presupuesto, el slogan de que la teología debe hacerse antropología y dialogar, con tal que adopte -desde los comienzos- una visión abierta del hombre. 3
Sin embargo, sabe poner el freno a tiempo, cosa que muchos latinos no supieron hacer, por ello continúa:
Si la visión antropológica de los Padres es cierta, toda teología cristiana tiene que ser necesariamente cristo-céntrica. 4
LA ACCIÓN QUE GENERA LA DOCTRINA. – Los cambios litúrgicos se usaron como caminos para abrir a una nueva concepción teológica. Por primera vez en la Iglesia, la acción generaba el logos o doctrina. Algo que Bergoglio, miembro de la generación perdida, hace sonriente y sin tapujos todos los días.
¿Pero cómo se veía este proceso desde afuera? Veamos que decía el teólogo ortodoxo Jean Meyendorff de este fenómeno:
No necesitamos de una "teología nueva", en el sentido de que rompa con toda tradición y continuidad, sino de una teología que, más allá de limitaciones culturales, de provincialismos y de mentalidad de ghetto, resuelva los problemas de hoy y no nos repita las viejas soluciones de problemas antiguos. 5
En otras palabras, la New Theology nacía muerta, cosa que el tiempo irá marcando más nítidamente, pues será un atajo para la apostasía general.
DESERCIÓN GENERALIZADA. – Esto hizo que muchos sacerdotes y seminaristas abandonaran su misión. Los optimistas ingenuos pensaban que con el Vaticano II se llenarían los seminarios; curioso, pues estaban casi llenos. Sin embargo el proceso fue a la inversa, los seminarios se vaciaron, tal como vemos hoy a los clérigos de la generación perdida lamentarse por la falta de vocaciones.
Como he sido protagonista de esta época, puedo opinar libremente acerca de ella: Si un soldado en el frente de batalla está convencido de lo que hace, luchará hasta el final de su vida. Los sacerdotes son milicianos de Cristo en el frente de batalla. La Iglesia vive en batalla permanente contra las fuerzas ocultas del mal y los espíritus perversos que moran junto a los hombres. Si este miliciano se pregunta para qué está y duda de lo que hace; la desbandada del ejército es inminente. Esto es lo que pasó casi en una tercera parte o más de los sacerdotes, sin contar obispos. Por supuesto ¿quién entrará en un seminario dividido y en conflicto, donde no se sabe a qué se va, y todo es endeble y efímero?
LA ORDEN QUE DIVIDE. – Esta cuestionada obediencia “perinde ac cadaver” de Pablo VI produjo la división de toda comunidad religiosa. Los que aceptaban los cambios por un lado, los que querían más cambios por otro lado y los que querían volver a la usanza tradicional. Esta convivencia estalla aproximadamente en los años 70. He visto con mis ojos, una comunidad de religiosas totalmente dividida: Unas permanecían con los hábitos y otras, las conciliares, se vestían a lo burgués, trabajando en el mundo como otras laicas. Por supuesto, detrás de las religiosas estaban los sacerdotes que asesoraban. La rotura se dio de distintos modos, según los individuos de cada comunidad. Algunos religiosos con sacerdotes a la cabeza, se separaron viviendo en comunidades cismáticas. El resultado fue inevitable, las nuevas comunidades conciliares se perdían lentamente en la apostasía del mundo. Cuando Mons. Lefevbre se alza contra el Vaticano, no es nada anormal. Él vive lo que sucedía en cada comunidad religiosa y abre una puerta para que una minoría que deseaba volver a la vieja usanza.
LA OBEDIENCIA QUE GENERA DESOBEDIENCIA. – Esta utópica obediencia “perinde ac cadaver” fue acatada, pero tuvo dos desobediencias masivas y significativas: Los que desobedecían para obtener más cambios y los que desobedecían para volver a sus viejas costumbres. Quienes adherían a dichas desobediencias fueron dejando la comunidad religiosa. Mons. Lefevbre después de todo, hacía lo que hacían todos: desobedecer. Digamos con todo a su favor, que esta obediencia generada por una falsa concepción de autoridad, solo podía generar lo opuesto, es decir, la desobediencia.
LA GENERACIÓN PERDIDA. – ¿Pero qué sucedía con quienes permanecían? Lentamente fueron acatando los cambios planteados y cambiaron su mentalidad. Hoy es imposible reconocer en los sacerdotes actuales, a uno de 1958. Sin embargo, esta generación también desobedecía a su modo. Fue una criptodesobediencia, por fuera se acataba y por dentro se desobedecía. Ejemplo flagrante de esta desobediencia es el hecho de comulgar con las manos. Ya lo hacía yo en 1969, si bien estaba totalmente prohibido. Era la desobediencia que se hacía abriendo las puertas a la New Theology.
Todo esto motiva que los miembros de la generación perdida sean personas ladinas y cuyo pensamiento nunca se haga patente, pues desconfían de todo y de todos, tal como se muestra Bergoglio.
Luego surgió un paréntesis de espera con el papado de Juan Pablo II, quien no venía de una comunidad dividida, sino de un cristianismo que peleaba en la clandestinidad contra el feroz régimen del marxismo-leninismo. Era de esperarse que algún miembro de la la generación perdida llegara al Vaticano, y es lo que sucedió con Bergoglio “Papa”. Bergoglio muestra todos los traumas, bajezas y lagunas teológicas de la generación perdida de Buenos Aires. Obsérvese lo que hace con los miembros de los Franciscanos de la Inmaculada. Nótese como una orden próspera es reducida a cenizas porque no acepta los cambios del Concilio, el cual les es impuesto como si se tratara de una nuevo dogma, constituyéndose él en jefe de una nueva inquisición. Así actúa la generación perdida, con su concepto erróneo de obediencia.
GENERACIÓN PROTESTANTIZADA. – Este clero novedoso se protestantiza lentamente, pues comienza a estudiar y a valorar los teólogos protestantes, tal como me los presentaron a mí, y hace realidad esta otra afirmación de Jean Meyendorff:
Es cierto que para Tillich -al igual que para Bultmann- 6 el Jesús histórico y su enseñanza permanecen en el centro de la fe: "La norma material de la teología sistemática hoy tiene como preocupación fundamental el nuevo ser que acontece en Jesús, en cuanto es el Cristo". Pero uno no acaba de ver que existan razones objetivas que nos impelan a optar por Él. Y si el cristianismo es definido en términos de una respuesta a los anhelos naturales y eternos del hombre, bien pudiera hallarse esta respuesta en cualquier otro lugar que no fuera Cristo. 7
Es lo que Bergoglio predica a cada paso. De allí que el catolicismo latino entra en la crisis actual, que a pesar de los ciegos, se muestra de proporciones gigantescas.
LA OLA ECUMÉNICA. – El ecumenismo es otra feroz ola de esta generación perdida, y Meyendorff tampoco puede sustraerse a ella:
La Iglesia ortodoxa se está comprometiendo cada vez más profundamente en el diálogo ecuménico y en la evolución social. Se trata de un proceso histórico del que, queramos o no queramos, es imposible desentenderse.
Sin embargo Meyendorff no se embarca en la línea modernista y destructiva de la generación perdida:
La Iglesia ortodoxa y su teología deben definirse como tradición y fidelidad al pasado y como respuesta al presente. 8
LA IGLESIA QUE SE MIRA AL ESPEJO. – Otra ola de esta época es lo que leemos en Meyendorff, ola esta que le vimos escribir a Bergoglio:
Al enfrentarse con el presente, la Iglesia -en mi opinión tiene que evitar un doble peligro muy concreto: no debe considerarse a sí misma como una "denominación" ni como una secta. Denominación y secta son términos partidistas. El primero porque, por definición, es relativo a algo y supone considerarse como una de las posibles formas de cristianismo, y el segundo porque encuentra una satisfacción en el aislamiento, la separación, la distinción y el complejo de superioridad. 9
Es la iglesia que gira sobre sí misma, la que para Bergoglio es una mundanidad. La diferencia entre Bergoglio y Meyendorff, es que mientras para el porteño Bergoglio todas las religiones se encuentran en un mismo plano, para Meyendorff la solución está en otro concepto:
La teología ortodoxa debe excluir y condenar ambas actitudes, ayudándonos a la vez a descubrir y amar a nuestra Iglesia como Iglesia católica, es decir, universal. 10
Es lo que dijimos en otras oportunidades: nuestra Fe es la Cultura, y como tal, siguiendo el concepto griego de Cultura, nuestra Fe es universal: Un solo Dios trinitario, una sola religión, una sola Humanidad: este es el auténtico ecumenismo, el de la universalidad, el católico.


1 Como si se tratara de un cadáver.
2 Ortodox Theology Today, St. Vladimir's Seminary Quarterly, 13 (1969) 77-94
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Ibídem
6 Teólogos protestantes.
7 Ibíden a la Nota 2.
8 Ibídem.
9 Ibídem.
10 Ibídem.

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