Sigue esta Catena Plumbea, es decir, esta Cadena de Plomo; pues donde Bergoglio interviene, el oro se hace plomo. Hay mucho plomo en su boca, y la Cadena de Plomo no se puede cortar...
Y
estaban junto a la cruz de Jesús, su Madre y la hermana de su Madre,
María de Cleofás y María Magdalena. Y como vio Jesús a su Madre,
y al discípulo que amaba, que estaba allí, dijo a su Madre: "Mujer,
he ahí a tu Hijo". Después dijo al discípulo: "He ahí a
tu Madre". Y desde aquella hora el discípulo la recibió por
suya. (Juan 19,25-27)
Crisóstomo,
in Ioannem, hom. 82
Y
admira cómo el sexo débil de las mujeres, aparece aquí más
varonil, firme junto a la cruz, cuando los discípulos huían.
San
Ambrosio, in epistolis
María,
Madre del Señor, estaba ante la cruz de su Hijo. Nadie me enseñó
esto, sino San Juan Evangelista. Otros describieron el trastorno del
mundo en la pasión del Señor; el cielo cubierto de tinieblas,
ocultándose el sol y el buen ladrón recibido en el Paraíso,
después de su confesión piadosa. San Juan escribió lo que los
otros se callaron, de cómo puesto en la cruz llamó Jesús a su
Madre, y cómo considerado vencedor de la muerte, tributaba a su
Madre los oficios de amor filial y daba el reino de los cielos. Pues
si es piadoso perdonar al ladrón, mucho más lo es el homenaje de
piedad con que con tanto afecto es honrada la Madre por el Hijo: "He
aquí tu hijo". "He aquí a tu Madre". Cristo testaba
desde la cruz y repartía entre su Madre y su discípulo los deberes
de su cariño. Otorgaba el Señor, no sólo testamento público, sino
también doméstico; y este testamento era refrendado por Juan.
¡Digno testimonio de tal testador! Rico testamento, no de dinero,
sino de vida eterna; no escrito con tinta, sino con el espíritu de
Dios vivo (2Cor 3) y pluma de lengua, que escribe velozmente (Sal
44:2). Pero María se mostró a la
altura de la dignidad que correspondía a la Madre de Cristo. Cuando
huyeron los Apóstoles, estaba en pie ante la cruz, mirando las
llagas de su Hijo, no como quien espera la muerte de su tesoro, sino
la salvación del mundo. Y aun quizás porque conociendo la redención
del mundo por la muerte de su Hijo, ella deseaba contribuir con algo
a la redención universal, conformando su corazón con el del
Salvador. Pero Jesús no necesitaba
de auxiliadora para la redención de todos los que sin ayuda había
conservado. Por eso dice: "He sido hecho hombre sin auxiliador,
libre entre los muertos" (Sal 87:5). Aceptó, en verdad, el
afecto maternal, pero no buscó el auxilio ajeno. Imitad, madres
piadosas, a ésta, que tan heroico ejemplo dio de amor maternal a su
amantísimo Hijo único. Porque ni vosotras tendréis más cariñosos
hijos, ni esperaba la Virgen el consuelo de poder tener otro.
San
Agustín, in Ioannem, tract., 119
Esta
es, sin duda, aquella hora en la que, habiendo de convertir el agua
en vino, había respondido Jesús a su Madre: "Mujer, ¿qué hay
común entre ti y mí? aun no ha llegado mi hora" (Juan 2:4). En
aquella ocasión en que debía empezar a obrar milagros, no la
reconoció como Madre de su divinidad, no siéndolo mas que de su
débil humanidad, pero ahora que ya padece en su humanidad, honra con
sentimiento humano a aquella, de la que había sido hecho hombre.
Esta es una instrucción y ejemplo que nos da el buen Maestro, para
enseñarnos los oficios de piedad que los hijos deben a sus padres, y
así convirtió en cátedra de maestro la cruz en que estaba clavado.
Crisóstomo,
in Ioannem, hom. 84
Observa
cuán tranquilamente dispone todas las cosas, en el momento de estar
en la cruz, hablando a sus discípulos de su Madre, cumpliendo las
profecías y prometiendo el cielo al buen ladrón. Antes de ser
crucificado, se le ve temblar, pues entonces demostraba la debilidad
de la naturaleza; pero ahora ostenta la grandeza de su poder. Así
nos enseña, que si nos conturba la adversidad, no por eso
desistamos. Y cuando hubiéramos entrado en la lucha, soportarlo todo
como cosa fácil y ligera.
San
Agustín, ut supra
Como
proveía a su Madre, en cierto modo, de otro hijo por el que la
dejaba, manifestó el motivo en las siguientes palabras: "Y
desde aquella hora el discípulo la recibió como suya". ¿Pero
en qué recibió Juan como suya a la Madre del Señor? ¿Acaso no era
de los que habían dicho a Jesús: "He aquí que nosotros lo
hemos dejado todo, y te hemos seguido" (Mat 19:27)? La recibió,
no por sus propiedades (pues nada tenía propio), sino en los
cuidados que solícito la había de dispensar.
Bergoglio
in Sancta Martha 20/12/2013
[María]
Era silenciosa, pero dentro su corazón, ¡cuántas cosas decía al
Señor! “Tú, aquel día —esto es lo que hemos leído— me has
dicho que serás grande; tú me has dicho que le habrías dado el
Trono de David, su padre, que habría reinado por siempre ¡y ahora
lo veo allí!” ¡La Virgen era humana! Y quizás tenía ganas de
decir: “¡Mentira! ¡He sido engañada!”
Bergoglio
in cýmbalis benesonántibus 30/05/2015
Muchas
veces pienso en la Virgen, cuando le dieron el cuerpo muerto de su
Hijo, tan destrozado, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Qué hizo la
Virgen? ¿Lleváoslo? No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen
lo entendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el
Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y
dentro de sí, con aquel cuerpo —tan herido, que había sufrido
tanto antes de morir— en sus brazos, por dentro seguramente tendría
ganas de decir al Ángel: ¡Mentiroso! ¡Me has engañado!
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