En febrero de 1988, Malachi Martin, publica un libro, que obtendrá récord de ventas (best seller), con su título original The Jesuits. En castellano se lo conoce como, Los Jesuitas, La Compañía de Jesús y la traición a la Iglesia Católica.
Luego de su publicación, muchas acusaciones cayeron sobre su cabeza. Supongo, que fue algo normal para desacreditar lo que sus páginas relatan.
Robert Blair Kaiser, ex corresponsal de la revista Time en el Vaticano, un ex jesuita, lo acusó de haber mantenido una relación extramatrimonial con su esposa durante 1964 en Roma. Eran las acusaciones del siglo pasado, hoy sería más creíble acusarlo de pedofilia, tal como se hizo con el Cardenal Pell.
Ricardo de la Cierva, en su libro Oscura Rebelión en la Iglesia, lo acusa de “ultramontano”. Personalmente estoy cansado de adjetivos usados en nuestra era contemporánea. Calificativos que dicen y no dicen, con el fin de arrojar una lata de pintura al oponente. Lo veo como un recurso barato.
En el libro, Malachi narra la trayectoria de la Compañía de Jesús, desde Pío XII, hasta Juan Pablo II. Lo hace con su estilo altamente descriptivo, casi romántico, donde se se le hace imposible una síntesis formal.
Al presentar la Compañía, se basa en un escrito de Novalis (1772-1801), de origen luterano, e integrante del romanticismo alemán:
«Nunca había surgido colectividad parecida en el curso de la historia universal. Ni siquiera el antiguo senado romano había establecido planes para la dominación del mundo con mayor certeza de éxito. Jamás había sido considerada con más amplio entendimiento la realización de una grandiosa idea. En todos los tiempos, esta Compañía será un ejemplo para cualquier colectividad que sienta una apetencia entrañable de extensión infinita y duración eterna.» (Pág. 22)
Fines de la década del 50, Pío XII, alertó a los jesuitas, que dentro de sus filas, algo sucedía:
Se levantó quejosa la voz del Papa Pío XII, lamentándose de los peligros que amenazaban al jesuitismo, de los errores acaecidos en la Compañía, del pecado más grave de cualquier jesuita, el rechazo al voto de obediencia. Pareció una anomalía tan grande en aquella época, que el jesuita común de filas la desechó como una aberración del Pontífice. El inquietante suceso ocurrió en 1957, cuando los ciento ochenta y cinco delegados en la XXX Congregación General fueron convocados a reunirse en setiembre y noviembre. (Pág. 228)
…
Pío XII era conocido como autoritario y adverso a todo lo recalcitrante. Al parecer, se hallaba muy bien informado del torbellino interno de los recalcitrantes en la Compañía. (Pág. 233)
Por otra parte, esta advertencia cayó mal entre algunos miembros de la Compañía, pues pensaban modernamente:
Pío parecía estar proponiendo un concepto de obediencia, de vida religiosa y de «papismo» que estaban anticuados, … la alocución del Papa parecían inaceptables, indigeribles en el mundo de hoy. El Pontífice y los jesuitas diferían en lo que consideraban debía ser el jesuitismo. (pág. 231-232)
¿Cuándo apareció esta nueva mentalidad?
Esa transformación debía haber estado fraguándose durante largo tiempo. Más de un siglo antes de los años sesenta, una corriente nueva y revolucionaria había entrado en las arterias del cuerpo católico romano, afectando, en particular a la intelectualidad de la Compañía de Jesús. Esa corriente estaba caracterizada por un deseo de tener libertad sin control; libertad de experimentar, de adaptarse a la modernidad, de salir de la exclusividad católica y unirse a la gran masa de hombres y mujeres. En una palabra: Liberación. (Pág. 245)
Esta nueva mentalidad, es lo que se llamará como la corriente modernista, condenada por San Pío X. Este modernismo se infiltró dentro de la Iglesia y en especial dentro de los jesuitas.
De todos modos, aunque estuviese en la clandestinidad, el modernismo hizo sus infiltraciones en la Iglesia. (Pág. 256)
Estas infiltraciones permanecieron ocultas.
El modernismo nunca fue enseñado abiertamente durante aquel período intermedio, los primeros cincuenta años del siglo XX. (Pág. 257)
Sin embargo, algunos jesuitas estuvieron penetrados de esta corriente.
Un grupo de jóvenes jesuitas franceses que se llamaban a si mismos La Pensée (pensamiento) floreció en los años veinte. (Pág. 258)
Quien defendía este grupo, fue precisamente Chardin, quien dará una vuelta de campana en la concepción católica, al aceptar la teoría darwiniana, como un hecho cierto.
Pierre Teilhard de Chardin, el cual estaba arrebatado por lo que los científicos pretendían establecer como prehistoria, aquel período larguísimo en el cual nuestro cosmos presente se hallaba en gestación geofísica. Para él, la hipótesis de la evolución propuesta por Darwin era un hecho probado, y procedió a adaptar el catolicismo a este «hecho». (Pág. 260)
Sin embargo, Chardin no fue el único. Fue precedido por George Tyrrell y la Teología de la Liberación, le sucedió en saga.
Hablando propiamente, la Teología de la Liberación fue una creación jesuítica y ha dominado las decisiones prácticas de la Compañía en el curso de las tres últimas Congregaciones Generales. (Pág. 260 y 261)
Jacques Maritain (1882-1973), fue uno de los pensadores católicos, pero estuvo influenciado por la época. Su teoría influyó sobre la jerarquía eclesiástica.
Maritain adoptó una especie de teología de la Historia, como podría llamársele, construida sobre la filosofía marxista: …
Aunque, muchos años después, Maritain se retractó del desafío del Humanismo integral, en su tiempo fue asumido con gran rapidez e imitado abiertamente incluso dentro de la jerarquía de la Iglesia. Nada menos que una figura como el arzobispo Giovanni Battista Montini, el futuro Papa Pablo VI, que tenia que llegar a tanta pesadumbre en sus enfrentamientos con los jesuitas, escribió graciosamente el prefacio para la edición italiana del Humanismo integral. Montini siguió siendo un admirador ardiente de Maritain durante toda su vida, hecho que un día tendría consecuencias mucho más allá de la Compañía de Jesús. (Pág. 295)
Con la llegada del Vaticano II, la brecha se hizo mayor. En el libro se describen los cambios aportados por dicho Concilio, como tormentas huracanadas, donde el viento se lleva todo lo que encuentra a su paso. Todo este vendaval, procedía del Espíritu que soplaba en la Iglesia.
Lo que parecía un desastre, representaba, en realidad, una vasta renovación pentecostal en camino.(Pág. 240)
¿Qué consecuencias acarreó este huracán?
Una consecuencia inmediata fue la demanda insistente de democratización para remplazar la autoridad central y (Pág. 240)
El arrupismo
Decía un dicho que la Compañía de Jesús la había fundado un vasco, y que solo un vasco era capaz de destruirla. El vasco apareció, fue Pedro Arrupe, y con este vasco surgió lo que Malachi Martin llama “el arrupismo”.
El error básico del arrupismo consiste en que dirigió las poderosas energías de la Compañía de Ignacio para lograr el ideal del hombre nuevo hacia un marco terrestre, dejando pendiente para una etapa posterior el ideal sobrenatural una vez estuviese establecido en condiciones ideales al «aquí y ahora». Todas las demás faltas de Arrupe, su desdén por las advertencias papales, su desobediencia a los deseos de tres Pontífices, su aprobación de los excesos de sus jesuitas violando las leyes de Dios y las reglas tradicionales de conducta religiosa, procedían de este solo error. El proceso histórico de su búsqueda de este ideal erróneo es lo que ha sido llamado «apocalipsis de Arrupe». (Pág. 463)
Arrupe fue quien impuso como Provincial de los jesuitas argentinos, a Bergoglio, quien solo tenía 37 años, y estaba bien empapado en la Teología de la Liberación de origen jesuita. El vasco le encomendó imponer el arrupismo.
El final de Arrupe
Conocedor de las desviaciones del vasco, Juan Pablo II decide apartarlo del cargo.
La estrategia papal de Juan Pablo de reafirmar las prerrogativas del Papado y establecer una alternativa al capitalismo y al marxismo no tenía ninguna posibilidad de triunfar mientras el poder y la influencia de la Compañía estuviesen dirigidos por el arrupismo. Esto estaba muy claro. Cuando, el día 5 de octubre de 1981, Juan Pablo, de forma directa y autoritaria, intervino en los asuntos supremos de la Compañía apartando del timón a los dos hombres a quienes tenía por principales responsables de lo que él consideraba el desastre de la Orden, y los sustituyó por dos figuras de su propia elección, Paolo Dezza y Giuseppe Pittau, el Papa dio el banderazo al comienzo de catorce meses críticos. (Pág. 465)
***
Malachi Martin fallece en 1999. Se rumorea que leyó el famoso tercer secreto de Fátima, secreto que todo católico adherido a una manifestación mariana conoce, pues no se dijo solo en Fátima, sino también en otros sitios. De modo, que si bien fue testigo de la traición hecha a la Iglesia por parte de la Compañía, no imaginó que esta se pusiera al frente para dar el golpe al papado, al cual debían obediencia.
La enfermiza personalidad de Bergoglio, enloqueció la compañía en Argentina, y fue apartado del cargo en 1979. Antonio Quarracino, quien era cardenal primado de Argentina, propuso a este astuto enfermo mental como obispo auxiliar de Buenos Aires en1992.
Mientras tanto, otro jesuita, Carlo Martini, reunió un grupo de cardenales y se puso al hombro la famosa “Mafia de San Galo” para impedir que Joseph Ratzinger ascienda al papado.
Martini, había sido uno de los siete conferencistas que intentaron implantar en 1975 la visión arrupiana dentro de la Iglesia.
El plan trazado por los Superiores jesuitas consistía en que dieran en Roma una serie de conferencias algunas voces de mucho peso. Los temas que tenían que tratarse entre los puntos cardinales de los Decretos de la XXXII Congregación General, los llamados temas de prioridad: el sistema de grados, la identidad jesuítica en el día de hoy, la pobreza, la vida de comunidad, la inculturación, la formación de los jesuitas, y la promoción de la justicia. En consecuencia, fueron planificadas siete conferencias públicas para finales de mayo de 1975, apenas tres meses después de la sesión final de la treinta y dos. (Pág. 448)
Los jesuitas tenían el deseo no solamente de asegurarse de que las otras órdenes y congregaciones religiosas conocían su punto de vista, manteniendo así el orgullo jesuítico de destacar entre todos … (Pág. 448)
Sin embargo Malachi Martin, no siempre supo ver bien la realidad, dado lo que afirma en dicho libro.
Carlo G. Martini, de Italia, era rector del poderoso Instituto Bíblico Pontificio de Roma, disfrutaba de un justo prestigio por su ortodoxia y estaba designado como futuro cardenal. (Pág. 449)
Tal como otro dicho afirma, es imposible saber qué piensa un jesuita, pues tanto Bergoglio, como Martini, engañaron media iglesia.
Durante el cónclave de 2005 el jesuita Bergoglio era el candidato al papado de su jefe, el jesuita Martini, y de toda la Mafia de San Galo.
Martini fallece en 2012, pero con su muerte no se disipa la estructura martiniana para dar el Golpe a la Iglesia y colocar, ahora sí, un jesuita arrupiano y liberador en el papado.
De este modo el ciclo de la traición de los jesuitas quedó completo. De la obediencia pasaron a la desobediencia papal. De la desobediencia a la conspiración para implantar el arrupismo en el Vaticano. De la conspiración al golpe de 2013.
Hoy los jesuitas son los sostenedores de este implacable enfermo mental, autotitulado Francisco. Como Compañía no muestran señales de arrepentimiento ni de ortodoxia. Toparse con los jesuitas, es como entrar en la caja de Pandora, y esto sin perjuicio, de los pocos jesuitas, que aún siguen los ideales ignacianos.
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Para las citas del libro, sigo a Plaza & Janes Editores, S. A
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