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El año litúrgico en el Rito Tridentino |
A
partir del domingo 9 de este año, en la Liturgia Tridentina se
inicia el período penitencial de cuaresma. Extractamos y comentamos
desde la Historia de la Liturgia, (Tomo I) por Mario Righetti su explicación: 1
El
gran misterio pascual, que forma el centro luminoso en torno al cual
gravitó todo el año eclesiástico, comprende desde hace siglos una
preparación ascético-litúrgica dividida en tres fases, cada una de
las cuales señala una etapa ulterior hacia la fiesta de Pascua.
...
Las
Tres Semanas Precuaresmales. Su uso en Oriente y en el
Occidente.
En
el uso litúrgico tanto de la Iglesia latina como de la Iglesia
griega, se suele anteponer a la Cuaresma un período de tres semanas,
las cuales llevan el nombre en orden de tiempo de Septuagésima,
Sexagésima y Quincuagésima.
Este
apelativo, que se remonta probablemente a la época misma de su
institución, puede parecer extraño si se piensa que no indica, como
parece, setenta, sesenta, cincuenta días, sino, respectivamente, la
novena, la octava y la séptima semanas antes de Pascua. Dada, sin
embargo, la predilección medieval por los números redondos, es
fácil comprender que los copistas litúrgicos encontrasen natural
extender a las tres dominicas instituidas antes de la primera
dominica 'in quadragesima' aquella nomenclatura que había sido
adoptada por esta última, llamando 'in quinquagesima' a la primera,
'in sexagésima' a la segunda, 'in septuagésima' a la tercera.
Las Causas
¿Cómo
se originaron estos tres domingos? Los historiadores enumeran sus
causas:
La
primera fue el ayuno.
El
origen de estas tres semanas suplementarias no es muy cierto; pero
hay que buscarla, sin duda, en la diversidad de disciplina vigente en
la antigüedad con respecto al ayuno cuaresmal.
Un
sermón antes atribuido a San Ambrosio, pero que debe pertenecer
a un obispo del siglo V, hace alusión a algunos que no se
contentaban con ayunar los cuarenta días, sino que por una miserable
vanidad anticipaban la Cuaresma una semana. Estos, observa el
escritor, 'dicunt se observare Quinquagesimam, qui forte
Quadragesimam complere vix possint'.
La
segunda causa indica una imitación a la influencia de la liturgia
oriental:
Una
costumbre parecida existía en los países cisalpinos, según
refiere San Máximo de Turín (+ 450). Estos usos Accidentales
eran una repercusión de análogos usos orientales, donde, al decir
de Casiano, el añadir una o dos semanas al ayuno cuaresmal era cosa
común en los monjes, no tanto por deseo de singularizarse cuanto por
mayor rigor de penitencia.
Como
en estos países, y Milán se contaba entre éstos en Occidente el
sábado no era considerado día de ayuno, así muchos deseaban
compensar los seis sábados de la Cuaresma añadiendo una séptima
semana.
Después,
en algunos lugares en que durante la Cuaresma no se ayunaba ni el
sábado ni el jueves, o bien se consideraba la Semana Santa fuera de
la cuarentena, eran dos o tres las semanas a compensar; de aquí
todavía una Sexagésima y una Septuagésima.
También
en Occidente, a ejemplo de los bizantinos, esta más larga
preparación al ayuno cuaresmal fue introducida aquí y allá, pero
naturalmente sin una disciplina uniforme.
La
tercera causa, habla de una costumbre monástica, que lentamente fue
adoptada por el resto de la iglesia occidental.
Fue
en un principio una devoción privada o de alguna comunidad
monástica, después una observancia de particulares provincias
eclesiásticas, finalmente entró en el ciclo litúrgico oficial.
Esta
tradición fue ocupando el terreno lentamente, y así lo resume este
historiador:
De
los datos oficiales que conocemos, podremos resumir así las
sucesivas etapas históricas de este tiempo:
- Se comenzó bajo el papa Hilario (461-68) a transformar en días de ayuno completo los semiieiunia, de los antiguos días de estación, el miércoles y viernes antecedente al Caput Quadragesimae, y a dotarles de una misa especial; el jueves y el sábado permanecieron alitúrgicos hasta el siglo VIII.
- Sucesivamente, como nos consta por Fausto de Rietz (+ entre el 490 y el 495), el ayuno fue extendido a toda la semana de Quincuagésima.
- En Roma, como justamente opina Morin, la Quincuagésima debió introducirse a principios del siglo VI, bajo el papa Hormisdas (514-523). La regla benedictina (526), sin embargo, no la conoce todavía o al menos no la admite.
- La Sexagésima aparece algo más tarde; en un principio, para indicar el comienzo de un ayuno particular de los monjes, y después de un período penitencial, también para los fieles. Como tal había ya entrado en la praxis litúrgica de Italia meridional a mitad del siglo VI, porque el Apostolus, de Víctor de Capua (546), y el evangeliario de Lindisfarne, proveniente de Napóles (658), comienzan precisamente con Sexagésima la serie de sus perícopas.
- La Septuagésima fue la última en añadirse al ciclo de las dominicas precedentes pocos años antes de San Gregorio, para completar, si hemos de creer a Amalario, la cifra simbólica de 70, los años de la cautividad de Babilonia.
Como
se ve, el desenvolvimiento litúrgico de este tiempo precuaresmal se
efectuó preferentemente en Italia, donde eran más sensibles a las
influencias del Oriente, y se realizó poco después de la mitad del
siglo VI.
Como
toda entrada en la Tradición, la misma tiene su oposición, la cual
con el tiempo sede y le abre el espacio requerido:
Es
curioso, sin embargo, constatar cómo en las iglesias seculares de
rito galicano no se la quiso reconocer. ...
En
Roma, por el contrario, las tres semanas precuaresmales eran ya
celebradas al final del siglo VI, sino con un ayuno preliminar, al
menos con particular solemnidad; esto porque aparecen señaladas a
las dominicas importantes estaciones.
Las
estaciones. 4
En
la primera (Septuagésima) se iba a la basílica de San Lorenzo
extramuros: en la segunda (Sexagésima), a San Pablo; en la tercera
(Quinquagesima), a San Pedro. El elegir estas iglesias sucedió
ciertamente en relación con las circunstancias particulares que en
Roma dieron origen a las tres solemnidades estacionales.
Eran
por entonces tiempos de tribulación, por las difíciles
circunstancias históricas que se atravesaba, esto motivó la
redacción de algunos textos:
El
P. Grisar lo ha puesto justamente de relieve. Nótese — escribe él
— cómo la bella liturgia de estas tres dominicas resuena con
gritos en demanda de auxilio de la Iglesia romana, que presupone un
tiempo de gran penuria. Ya desde el introito de la misa de la primera
dominica (Sept.) parece que se recuerdan días de público peligro:
'Circumdederunt me gemitus mortis, dolores inferni circumdederunt me,
et in tribulatione mea invocavi Dominum'... 5
Si
el origen de la solemnidad de estas dominicas, o al menos de las dos
primeras, va unido al siglo VI, involuntariamente el pensamiento
corre a los tiempos de Pelagio I (556-561) y Juan III (561-74),
cuando durante la restauración del culto eclesiástico, decaído en
la guerra gótica, imprevistas invasiones de bárbaros asolaron
duramente Italia; en particular la de los longobardos hizo temer por
Roma. Es lícito suponer que los papas, para impetrar la ayuda del
cielo, hiciesen celebrar con una estación aquellas tres dominicas en
las indicadas iglesias cementeriales de San Lorenzo, San Pablo y San
Pedro, dedicadas a los tres más ilustres patronos de la Ciudad
Eterna. La estación fue después mantenida cuando el peligro había
desaparecido.
La
hipótesis de Grisar es confirmada por los antiguos libros litúrgicos
romanos. El sacramentario gelasiano en sus varias
redacciones contiene oraciones para las misas 'in Septuagésima, in
Sexagésima y las Orationes et preces a Quinquagesima usque ad
Quadragesimam'.
Es
interesante constatar que los textos de las lecturas se mantuvieron
inmutables desde esa época:
El
leccionario de Wurzburgo menciona las tres dominicas con las mismas
epístolas y con los mismos evangelios que recitamos todavía hoy.
La colección de homilías de San Gregorio Magno contiene también
las pronunciadas por él en tales días en la iglesia estacional y
sobre las mismas perícopas evangélicas que se leen todavía en el
misal.
...
En
cuanto a las perícopas escriturísticas de las misas de este tiempo
— y son todavía las mismas que les fueron señaladas en su origen
—, las de Sexagésima y Septuagésima no muestran especial relación
ni a acontecimientos históricos ni a la Cuaresma inminente, sino que
parecen más bien inspirarse en el titular de la iglesia donde tenía
lugar la estación.
En
la dominica de Septuagésima, con la estación en la basílica del
Verano, junto al sepulcro del invicto mártir diácono San Lorenzo,
el ecónomo de la Iglesia de Roma, la epístola trae la semejanza del
atleta, el cual 'ab ómnibus se abstinet ut corruptibilem coronam
accipiat' 6,
para inculcar el deber del sufrimiento y de la lucha para ganar la
corona eterna, indicada en el dinero, que, según el evangelio del
día (parábola de los obreros de la viña, Mt. 20:1-16), será dada
como jornal por el Patrón divino a los fieles trabajadores de su
mística viña.
En
la Sexagésima (estación en San Pablo), la epístola teje con sus
mismas palabras la apología y el elogio del gran Apóstol (2
Cor. 11:19-33), mientras en el evangelio (parábola del sembrador,
Lc. 8:415) se quiere hacer alusión a su prodigiosa actividad
apostólica, por lo cual es llamado 'praedicator veritatis in
universo mundo' 7.
Las
lecturas, en cambio, de Quincuagésima (estación en San Pedro)
fueron probablemente escogidas en vista de la Cuaresma inminente,
cuando las dos 'dominicas' precedentes no habían entrado todavía en
el ciclo precuaresmal. El evangelio, en efecto (Lc. 18:31-43), nos
presenta la predicación de Jesús en torno a su próxima pasión y
la curación del ciego de Jericó, símbolo de la humanidad, que
siente la extrema necesidad de acercarse a Jesús para obtener la
salud.
El
prefacio de estas tres dominicas es actualmente el de la
Trinidad; pero el sacramentario gregoriano contiene uno propio para
la segunda dominica. En particular el de Septuagésima parece aludir
al renacimiento primaveral de la naturaleza, que trae a la mente del
cristiano el pensamiento de los bienes celestiales.
Nótese
también cómo en las misas de Sexagésima y de Quincuagésima
comienza la serie de las antífonas 'ad communionem', sacadas de los
Salmos según su orden numérico progresivo: 1, 2, 3... (del cual
hablaremos en breve). El hecho de que la misa de Septuagésima haya
sido excluida, resulta una confirmación de su tardía introducción.
La
Despedida del “Alleluia.” Todavía actualmente el tiempo de
Septuagésima mantiene su primitiva importancia penitencial, que,
excepto el ayuno, de poco lo diferencia de la Cuaresma. Su
característica litúrgica más saliente nos es dada con la supresión
del Alleluia en la misa y en cualquier parte del oficio hasta Pascua.
Por
esto, en las vísperas del sábado antes de Septuagésima, como para
saludar al grito de júbilo cristiano que se marcha, se añade tanto
al Benedicamus Domino como al Deo gratias un doble Alleluia.
En
realidad, el uso primitivo romano, atestiguado por Juan Archicantor,
era el de deponer el Alleluia al comienzo de la Cuaresma, como, por
lo demás, se hacía en paralelo de la epístola puede haber sido
sugerida por el largo camino necesario que tenían que recorrer los
fieles para llegar a San Lorenzo, fuera de los muros.
Milán
y en la liturgia galicana. Pero con la adopción de las tres
dominicas introducidas como progresiva preparación a la Cuaresma,
era lógico que la supresión del Alleluia viniese anticipada a la
primera de ésas, es decir, a la dominica de Septuagésima.
Con
el tiempo se vio que los setenta días que supuestamente abarcaba
todo este tiempo hacía referencia a la figura de los setenta años
pasados por los hebreos en su cautividad en Babilonia. Ciudad que
es figura del poder del pecado y del reino demoníaco que lo
sustenta. Y es en estos setenta días que la actividad demoníaca se
incrementa, al serle recordado la liberación alcanzada por el
sacrificio en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por ello leemos
en la Historia de Righetti:
A
hacer esto empujaba, además, una razón mística, recordada ya por
Amalario. El explica cómo el tiempo antecedente a la Pascua es
figura del destierro sufrido por los judíos en Babilonia lejos de
Jerusalén, durante el cual hacían callar los cantos de alegría.
Septuagésima representaba precisamente el comienzo simbólico de
los setenta años de la cautividad de Babilonia, en el cual, por
tanto, debía suprimirse el canto de júbilo cristiano. Y así fue
hecho muy probablemente bajo San Gregorio Magno. Pero el
desplazamiento llevó consigo otros.
En
el Oficio Divino se debió proceder a ciertas adaptaciones:
El
Te Deum, himno festivo como ninguno, tuvo que ser substituido al
término de los nocturnos por un noveno responsorio; el Alleluia, que
normalmente era la antífona de las horas menores, cedió el puesto a
antífonas sacadas del texto evangélico de la dominica y compuestas
ciertamente por San Gregorio mismo; además, las antífonas de los
tres últimos salmos de laudes, que por lo general son aleluyáticas
durante el año, fueron reemplazadas por antífonas salmódicas
especiales.
Para
compensar estas cesiones del Alleluia, Gregorio Magno dispuso,
conjetura con buen fundamento Callewaert, — que el oficio nocturno
de Septuagésima (vísperas, maitines y laudes) viniese enteramente
consagrado a una férvida glorificación del Alleluia. Tota intentio
est in ista nocte cantorum — observa ya Amalario — ut magnificent
nomen Alleluia.
El
oficio se encuentra en los antiguos antifonarios de Compiégne y de
Hartker, y quedó en vigor en Roma, según refiere el Ordo Bernhardi,
hasta el tiempo de Gregorio VII (1070-1085), el cual lo suprimió,
substituyendo nuevos textos a aquellos aleluyáticos y limitando al
doble Alleluia de las vísperas de Septuagésima el saludo de
despedida.
El
oficio aleluyático gregoriano, sin embargo, no desaparece
enteramente de la escena litúrgica. Se mantiene todavía en el bajo
Medievo en muchas iglesias, las cuales continuaron, a veces también
con ceremonias un poco teatrales, celebrando el solemne adiós o,
como se decía, su depositio.
Copiamos
dos trozos interesantes:
Mane
apud nos hodie, alleluia, alleluia; / et crastina die proicíscens,
alleluia, alleluia, alleluia; / et dum ortus fuerit dies, / ambulabis
vias tuas, alleluia, alleluia, alleluia! (ant. ad Magníficat). 8
Deus,
qui nos concedis — alleluia id cantici deducendo solemnia
celebrare, da nobis, in aeterna beatitudine cum Sanctis tuis alleluia
cantantibus, perpetuum feliciter Alleluia posse decantare. Per
Dominum (colecta). 9
Las Lecturas
En
las lecturas de Maitines se comienza a leer el libro del Génesis.
Con
la dominica de Septuagésima se abre en el oficio nocturno el ciclo
de las lecturas escriturales, comenzando con el libro del Génesis,
que está en cabeza en el canon de los libros sagrados.
Tal
lectura en un principio era universalmente fijada al principio de la
Cuaresma con el fin de iniciar a los catecúmenos en el conocimiento
de la persona divina de Cristo, en las profecías y en las figuras
mesiánicas de los escritos de Moisés. Jesús con los discípulos de
Emaús había seguido un método parecido: incipiens a Moyse...
Cuando
después se antepuso a la Cuaresma una semana preparatoria
(Quincuagésima), también la lectura del Génesis fue anticipada; en
efecto, así resulta del arcaico Ordo de San Pedro, que no conoce
todavía las otras dos semanas precuaresmales. Introducidas,
finalmente, también éstas en la praxis litúrgica, la lectura del
primer libro escriturístico fue, sin duda, trasladada a
Septuagésima. Esto sucedió probablemente bajo San Gregorio Magno.
A
continuación dejamos el final de la primera víspera de Septuagésima, cantada recientemente por los monjes del
Monasterio de Barroux.
Comenzamos con la
antífona tomada del Génesis 2,16, que hace referencia al precepto
divino dado a Adán:
Dijo
el Señor a Adán: Del árbol que está en el medio del paraíso no
comas: en el momento que lo comas moriréis de muerte.
El
texto alude sin lugar a dudas a una de las reflexiones de San Basilio
Magno (S.IV) en favor del ayuno:
(El ayuno) es tan anciano como el primer hombre, porque en el Paraíso se promulgó el ayuno. El precepto primero que tuvo Adán fue éste: Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis. Estas palabras no comeréis expresan una ley rigurosa del ayuno y abstinencia. Si Eva hubiera observado el ayuno del árbol, no tendríamos necesidad del ayuno presente; porque para los sanos no es el médico necesario, sino para los que están enfermos. Por el pecado todos fuimos heridos, y así afanemos por la penitencia: pero es penitencia vana e infructuosa la que no va acompañada con el ayuno. La tierra de maldición no producirá sino espinas y abrojos. Te está mandado que vivas en tristeza, y que no te entregues a las delicias. Satisface pues a Dios con el ayuno. 10
Luego
se canta en griego el Kyrie eleison. Christe eleison... (Señor ten
piedad de nosotros...)
El
Abad reza el Padrenuestro (Pater Noster) y la Oración de
Septuagésima:
Te
rogamos, Señor, escuches clemente las súplicas de tu pueblo: para
que los que somos justamente afligidos por nuestros pecados, seamos
librados misericordiosamente por la gloria de tu nombre.
Por
último se despide el alleluia en el 'Bendigamos al Señor'. Ya no se
dirá hasta Pascua.
1
La misma puede leerse desde este sitio:
https://es.scribd.com/doc/254859311/Historia-de-La-Liturgia
2
Latinismo, equivale a domingos.
3
Advertimos que en la reforma de Mons. Bugnini, quien fue expulsado
del Vaticano por masón, esta tres semanas pasaron por la guillotina
de sus manos quedando en el olvido.
4
Fueron fijadas por el Papa Gregorio I, Magno (574?-604) , dice la
Enciclopedia católica: Se reunía con el clero y el pueblo en
alguna iglesia previamente elegida y todos juntos iban en procesión
a la iglesia de la estación, donde se celebraba la misa y el Papa
predicaba.
5
Me cercaron angustias de muerte; dolores de infierno me rodearon: y
en mi tribulación invoqué al señor, ...
6...se
abstiene de todo para alcanzar la corona corruptible.
7
...predicador de la verdad en todo el mundo.
8
Aleluya, quédate hoy con nosotros, / y mañana debes irte,
Aleluya. / Y cuando llegue el día, / tienes que caminar hacia ti,
Aleluya, Aleluya.
9
Lo que sigue es la Oración correspondiente: Dios, que nos
concedes celebrar de acuerdo a la solemnidad, el aleluya y sus
cantos consiguientes; concédenos poder cantar siempre alegremente
el aleluya en la beatitud eterna junto con todos tus santos. Por
N.S.J....
10
San Basilio Magno. Homilía I Sobre el Ayuno.
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