A principios del siglo XIX, la generación germánica, compuesta principalmente por hijos de piadosos luteranos, educados en la teología de su época, se habían reunido muy a gusto en las logias, lo cual no les impidió dar su grito de guerra:
Sturm und drang.
Era el romanticismo con su vuelta al pasado, al sentimiento sobre los iluminados del conocimiento; a una visión nostálgica del medio evo, a la imposibilidad de una metafísica, y en fin, a un sentimiento de cristianismo unido. Eran los tiempos de Kant y Novalis y este último, con su concepción utópica reflejada en “La cristiandad o Europa”. Esta fue una redacción de salón, que sale a la luz después de su muerte, pues su manuscrito fue censurado por Goethe como inoportuno. Fue una generación que reflejaba una visión tan infantil de la unión cristiana, como sincera y ardiente.
Este espíritu romántico flotaba en el aire francés y a mediados de siglo, se produjo lo que sus pintores jamás se percataron, un romanticismo lumínico. Eran los albores del impresionismo pictórico. Sus artistas sienten el rechazo ante un decadente iluminismo que se tilda de clásico.
Metafísica de la luz
Conocer, es lo que el hombre aprende desde su infancia. Pero si no existe una luz que delimite los seres, se hace imposible determinar en qué consisten.
En modo análogo, es Dios quien irradia su luz sobre su creación, para que el hombre conozca el ser. Reconocer la luz como la verdad es reconocer la luz como fundamental dentro del terreno de la ontología. La luz es quien muestra el ser existente.
Para San Buenaventura (1217/8-1274) las cosas se distinguen según su grado de participación en la luz. De este modo, arremete contra Aristóteles, quien consideraba la luz como un simple accidente y por contrapartida, afirma que es una forma substancial. A su vez, las cosas toman su forma, pero esta forma no es como la piensa la escolástica influenciada por el aristotelismo, esta forma consiste en dar una perfección. Por lo tanto, todos los seres poseen una forma propia y otra que los iguala dándoles una participación en la luz.
Otra de las características de dicha luz bonaventuriana, es que la misma es activa, por su misma difusión expansiva y al mismo tiempo multiplicativa. Es la substancia común a todos los seres.
... la cual (la luz) es la más activa entre las demás formas corporales y ocupa casi un termino medio entre las formas espirituales y corporales.” (II Sent., 14, 1, 3, 2, concl., t. II, p. 348.)
Como él mismo escribe:
La luz es una sustancia común que se encuentra en todos los cuerpos tanto celestes como terrestres.” (II Sent., 12, 2, 1, arg. 4m, t. 2, p. 302.)
Por lo tanto...
Es doble la información de la materia corporal, general una, especial la otra; la general por una forma común a todos los seres corpóreos, que es la forma de la luz; la especial, por otras formas, ya elementales, ya compuestas.” (II Sent., 13, divis. textus, t. II, p. 310.)
En la introducción a las Obras Completas de San Buenaventura se explaya su metafísica de la luz:
En primer lugar, podemos distinguir tres clases de luz: la luz corporal, la luz espiritual creada y la luz espiritual increada. La luz corporal dice relación a las cosas materiales. Para San Buenaventura, la luz es la más noble de las formas corporales (II Sent., d. 13, a. 2, fund. 2 ; II, 319. ); es la forma substancial general de todos los cuerpos, y, según la mayor o menor participación de ella, ocupan éstos un lugar más o menos verdadero y digno en la jerarquía de los seres materiales.¿Qué significan estas expresiones? ¿Se trata de una teoría metafísica de los cuerpos o tan sólo de una metáfora?
A mi manera de ver, podemos distinguir los dos elementos.Primero, la luz como forma substancial común de corporeidad. El autor distingue claramente la luz que es forma substancial (lux) de la que es solamente forma accidental de los cuerpos (lumen, fulgor).La primera se llama propiamente luz; es la que da el ser al cuerpo luminoso y el principio de su actividad; todos los cuerpos participan, en mayor o menor grado, de esta naturaleza de la luz, a guisa de forma substancial, y por ella reciben el primer ser, debiéndose a la misma la actividad de los cuerpos; no es visible a los sentidos en sí misma, sino sólo por los efectos que produce, principalmente por el fulgor, que es la misma luz en cuanto es forma accidental, color, qualitas patibilis, complemento accidental perceptible a los sentidos, en el mismo cuerpo, cuando éste es luminoso, o en otro iluminado por él. 1
Es aquí donde nos preguntamos: ¿Qué pintan los impresionistas cuando intentan pintar la luz? ¿Buscan dejar una estética luminosa o inconscientemente se afanan por captar la esencia y perfección de los objetos pintados? Y si de esencia se trata, ¿cómo no dejar inacabado el cuadro rompiendo sus formas si es la misma luz que las trasciende y hace de mediadora entre ellas?
De este modo, nos brindan un mundo lumínico, pero inacabado, pues sus formas, no son las finales, sino las del momento, un momento que se fuga entre los pliegues del tiempo que navega por los rayos. La pintura es el diseño de las formas, pero en el impresionismo, la forma justamente es luz.
Teología con matices “impresionistas”
Ya desde el origen del Génesis, el Verbo creador afirma que vio que la luz era buena-hermosa (Cfr. Gén,1,4). Para la versión hebrea, el vocablo indica que era “buena”(towb), pero para la traducción griega (LXX) era hermosa (καλόν). La bondad es la belleza, y este es el ideal al que tienden los diálogos de Platón. De tal manera, que toda pintura de luz, termina con una bondad y una belleza lumínica. Para San Buenaventura la refulgencia muestra la ejemplaridad de las cosas, por lo tanto, todo ser es luminoso y emite un resplandor, un resplandor que intenta ser llevado a la tela por un observador que torpemente olvidó todo su pasado, pero que nostálgicamente regresa a él. Regresa inconsciente de un modo novedoso, pero no exento de realismo, tal como lo intentaron los románticos germanos.
No se puede negar, que cuando se busca pintar la luz, se busca pintar a Dios mismo inmerso en la perfección de las cosas, sin dejar de ser Él mismo, inaccesible.
Y dividió la luz de las tinieblas (Gén.1,4)
Quien se percatará de la presencia de las tinieblas es Vincent Van Gogh, un ex pastor protestante, que lentamente irá apagando su fe. En su carta del 1 de septiembre de 1888 escribe:
Yo quisiera pintar hombres o mujeres con ese no sé qué de eterno, cuyo símbolo antiguamente era el nimbo, y que nosotros buscamos por medio de la irradiación y la vibración de nuestras coloraciones.
Algo imposible, pues para él…
...no hay que juzgar a Dios por este mundo, porque es un boceto que le salió mal. (29 de mayo de 1888)
Sin duda para él las tinieblas existen y contrastan con su “nimbo”.
Aquí dentro de la mortecina luz de las tinieblas observa la luz de las lejanas estrellas.
Tampoco deja de ser llamativo, su pintura antes de su muerte. Un campo lumínico, bien en contraste con las tinieblas de la muerte que se aproxima.
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1 Fr. Miguel Oromí, O. F. M. Obras de San Buenaventura. Tomo III. BAC.